No quiero ser sacerdote. María Cristina Inogés Sanz
al regreso de sus viajes, en este caso de México 12, tuvo que responder a alguna pregunta sobre este tema. Sorprende ya el tono de la pregunta: «Según usted, ¿puede un papa tener una relación tan íntima con una mujer? ¿Conoce usted o ha conocido este tipo de experiencia?». No sé si la respuesta de Francisco, a tenor de la pregunta, dejaría satisfecho al periodista:
Esto lo conocía. Conocía esta relación de amistad entre san Juan Pablo II y esta filósofa cuando estaba en Buenos Aires. Era una cosa que se sabía, también los libros de ella son conocidos, y Juan Pablo II era un hombre inquieto. Después yo diré que un hombre que no sabe tener una buena relación de amistad con una mujer –no hablo de los misóginos, estos están enfermos– es un hombre al que le falta algo. Y yo, por experiencia propia, cuando pido un consejo a un colaborador, a un amigo, a un hombre... pero me gusta también escuchar el parecer de una mujer. Y te da mucha riqueza. Miran las cosas de otro modo. A mí me gusta decir que la mujer es la que construye la vida en el vientre, y tiene –pero esta es una observación que hago– este carisma de darte cosas para construir. Una amistad con una mujer no es pecado. Es amistad. [...] El papa es un hombre, tiene necesidad incluso del pensamiento de las mujeres, y también el papa tiene un corazón que puede tener una amistad sana, santa, con una mujer. Hay santos amigos: Francisco y Clara, Teresa y san Juan de la Cruz. Pero las mujeres todavía no están bien consideradas. No hemos entendido el bien que una mujer puede hacer a la vida del sacerdote y de la Iglesia, en un sentido de consejo, de ayuda, de sana amistad. Gracias.
En la amplia respuesta de Francisco hay una frase que resume la situación: «Pero las mujeres todavía no están bien consideradas». Esta falta de consideración provoca ese miedo al que me refería al principio; se nos sigue viendo con la manzana en la mano –aunque no hay rastro de manzana en el Génesis–; se nos sigue viendo como objeto de tentación y no como sujeto de participación y aportación. Por eso sería muy importante que los obispos se tomaran muy en serio la presencia de la mujer en la formación de los futuros sacerdotes. Porque no serán madres, ni hermanas, ni primas. Serán mujeres y, en algunos casos, puede que se conviertan en amigas. Y no es ni será pecado –Francisco dixit–, aunque algunos no le hagan caso y vean peligro donde no lo hay. Entonces, ante este tipo de reacción, cabría preguntarse: ¿acaso estarán proyectando sus miedos?
Volviendo al documento citado, esta vez me saltó a la vista en concreto el n. 94, que dice: «En el campo psicológico se ocupa de la constitución de una personalidad estable, caracterizada por el equilibrio afectivo, el dominio de sí y una sexualidad bien integrada». Lo que más llamó mi atención fue lo de una «personalidad estable». Averigüé algunas características de lo que la psicología entiende por «personalidad estable» 13 y, casi sin darme cuenta, me vi anotando el nombre de algunas mujeres y preguntándome si hubieran pasado la prueba de «personalidad estable». Estas son algunas de ellas y aquellos puntos que probablemente las «desestabilizarían» según los parámetros establecidos:
María Magdalena, de la que el Señor había expulsado siete demonios (Lc 8,2), aunque seguimos sin saber claramente cuáles eran los siete demonios. Marta, que rompió todos los convencionalismos sociales de su época dialogando con Jesús y haciendo pública confesión cristológica de su fe en él en pleno duelo (Jn 11,1-44). La mujer que derramó el carísimo perfume sobre los pies de Jesús, enjugándolos con su cabello, y de la que el propio Jesús dijo que se haría memoria de ella (Mt 26,6-13). Hildegarda de Bingen 14, la poliédrica mujer del siglo XII que consiguió la independencia de los monasterios femeninos de los masculinos, equiparándolos en todos los niveles. La pasional Eloísa 15, modelo de fidelidad en el amor pese a las circunstancias. Marguerite D’Oingt 16, que describió con colores su experiencia de Dios. Las creativas beguinas 17, pioneras en la labor social de la Iglesia. Juliana de Norwich, que en sus visiones de la Trinidad describía al Hijo como Madre 18. Ángela de Foligno 19, mística y pacificadora entre los franciscanos espirituales y los conventuales. Teresa de Jesús 20, la gran reformadora del Carmelo, a quien no entendían ni los intelectuales ni los espirituales. Mary Ward 21, que sostuvo y mantuvo la importancia de trabajar por el reino de Cristo con recursos que los varones –sabios y prudentes– no podían llegar a tolerar en mujeres evangelizadoras. Teresa de Lisieux 22, en cuyos escritos habla abiertamente de su vocación sacerdotal, y otras más.
Estamos ante experiencias que necesitan del lenguaje trascendente porque hablan de una experiencia subjetiva –cada uno la experimenta de manera diferente– como es la gracia de Dios. ¿De verdad habrían pasado la prueba de «personalidad estable» estas mujeres cuando todo lo que experimentamos con el corazón pertenece al mundo que nos refiere a la imagen? «El pensamiento del corazón es el pensamiento de las imágenes, el corazón es el asiento de la imaginación, la imaginación es la auténtica voz del corazón, de modo que, si hablamos con el corazón, tenemos que hablar imaginativamente» 23. Porque lo que en otro tiempo fue la imagen hoy lo llamaríamos metáfora, ¿y cómo se puede evaluar una «personalidad estable» que se ve obligada a hablar con metáforas para decir lo indecible? Y, ¡cuidado!, porque, para complicarlo más, las metáforas religiosas son «aquello que viene susurrado y que no es así» 24. Hay que reconocer que continúa siendo verdad que «el corazón tiene razones que la razón no entiende» 25.
No debemos olvidar que, en la Biblia, el corazón es el centro, el todo de la persona, donde residen la humanidad, la vergüenza, el amor, la pasión, la fuerza de la vida, el pecado, la decisión de vivir de una determinada manera, la divinidad... 26 ¿Quién es capaz de decir en qué proporción de pesos y medidas deben darse todas estas realidades para tener una «personalidad estable»? Cuando intentaba cerrar la imaginación a la procesión de mujeres que en la historia nunca hubiesen sido tenidas –de hecho, no lo fueron, al menos en su momento– por estables, todavía me pregunté: el criterio de «personalidad estable», ¿también se adopta para teólogas y teólogos? Laicos, evidentemente.
Al reflexionar más sobre el tema pensé que Jesús de Nazaret nunca fue tenido por la mayoría de sus conciudadanos por una «personalidad estable», y rápidamente otra pregunta me asaltó: ¿tomaríamos, con lo que sabemos y si apareciera hoy de nuevo por el mundo, a Jesús por un varón con «personalidad estable» o definitivamente reaccionaríamos tal y como cuenta la «Leyenda del Gran Inquisidor»? 27 Todas ellas preguntas sin respuesta... Más bien creo que son preguntas a las que nadie quiere contestar en voz alta, pero que es bueno formularse y, al menos, poder responder desde el solitario y fructífero silencio que clarifica y serena el ánimo y el pensamiento. Respirar hondo y bucear en nuestro interior, en la calma del fondo, hasta acallar las voces, hasta hacer espacio al silencio para buscar respuestas que nos indiquen el camino, aun siendo conscientes de que en muchas situaciones «terminan por escoger el camino los que arrinconan la imaginación» 28.
Brindemos por las locas, por las inadaptadas,
por las rebeldes, por las alborotadoras,
por las que no encajan,
por las que ven las cosas de una manera diferente.
No les gustan las reglas y no respetan el statu quo.
Las puedes citar, no estar de acuerdo con ellas,
glorificarlas o vilipendiarlas.
Pero lo que no puedes hacer es ignorarlas.
Porque cambian las cosas.
Empujan adelante la raza humana.
Porque las mujeres que se creen tan locas
como para pensar que pueden cambiar el mundo
son las que lo hacen 29.
Sí. Brindemos por nosotras, porque estar al borde de la Iglesia es estar en «un» sitio, no estar en «el» sitio, que parece tener connotaciones de lugar asignado e inamovible. Estar al borde de la Iglesia en sí no es ni malo ni bueno, porque, en definitiva, malo o bueno un sitio lo hacemos nosotras mismas con nuestra actitud y siendo conscientes de que lo realmente importante es cómo nos estamos viviendo a nosotras mismas –como mujeres y teólogas– en ese lugar y situación.