Los que vieron... y creyeron. Herbert Edgar Douglass

Los que vieron... y creyeron - Herbert Edgar Douglass


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a la ciudad; ¡y estaremos seguros durante todo el camino! Quizá no vivamos lo suficiente como para entrar caminando por la puerta de la ciudad antes de descansar en la tumba, pero si hemos estado caminando constantemente en la luz brillante, ¡estamos seguros de que recibiremos la vida eterna!

      La seguridad cristiana descansa en esta sencilla verdad: los que caminan en la luz que tienen, no siempre en la luz que puede estar guiando a otros, los que siempre confían y obedecen la luz, a medida que entienden cada vez más, estos tienen la tranquila fortaleza de la seguridad de la salvación.

       “No tardaron algunos en cansarse”

      Los primeros creyentes adventistas tenían la esperanza de que Cristo regresaría pronto. El mensaje de los últimos días para todo el mundo les fue revelado lentamente, paso a paso. Algunos no percibieron rápidamente que la calidad de la iglesia de los últimos días, como se la describe en Apocalipsis (2:17; 14:12; 19:7-9), llevaría tiempo para desarrollarse y que el desarrollo tenía que ver absolutamente con el tiempo del advenimiento. Lamentablemente, algunos realmente se cansaron, y pusieron sus esperanzas en caminos más cortos. Otros, a la larga, entendieron los planes de Dios para el tiempo del fin, juntaron fuerzas y escogieron pertenecer a los que seguían “la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Prov. 4:18). Eso es lo que ocurre cuando las personas fieles a Dios fijan la vista en Jesús.

       “Negaron temerariamente la luz que brillaba tras ellos”

      ¿Que podría significar esto? Cualquiera que fuera la razón, algunos rechazaban el pensamiento de que Dios había estado guiando a los creyentes adventistas. Perdieron la confianza en la profecía de los 2.300 días de Daniel 8:14, y su fe ardiente se convirtió en amargura, al pensar que habían sido engañados. La luz se apagó y regresaron a los encantos que se desvanecen rápidamente en este mundo actual.

       “Los impíos se enfurecieron”

      La realidad se repite. Así como los primeros adventistas soportaron el ridículo y cierto grado de enojo por parte de los que rechazaban a los adventistas antes del 22 de octubre, también los adventistas de los últimos días afrontarán la misma ira al fin de la historia de este mundo, justo antes del regreso de Jesús. Esta vez la confrontación será espantosa y a nivel mundial; la única defensa de ellos serán las promesas de Jesús y la luz que los ha estado guiando. En el momento más desapacible de estos últimos días, recibirán señales celestiales de que la ayuda viene en camino. Los arcos iris, las nubes blancas, los coros angelicales: ¡todo valdrá la pena!

       “Solemne silencio”

      ¿Podría haber un momento más cargado de sobrecogimiento en la historia del planeta Tierra? Los malvados están conmocionados y se quedan sin palabras; los justos se hacen una humilde pregunta: “¿Quién será digno?” Nadie, ni siquiera el más fiel de los creyentes, sabe si es digno de encontrarse con Jesús cara a cara. Entonces esa voz reconfortante, que han “oído” muchas veces en su caminar por el sendero angosto, les recuerda: “Bástate mi gracia”. El simple evangelio, pleno y completo, ha alcanzado su tremendo objetivo: la buena nueva del perdón y del poder finalmente los ha conducido a los pies de su amante y fiel Señor.

       “Trompeta de plata”

      Los primeros adventistas que escucharon esta visión revelada inmediatamente recordaron la trompeta de 1 Tesalonicenses 4, cuando las tumbas se abren y se reúnen los viejos amigos. Posiblemente hoy no existan palabras en la Tierra que puedan abarcar todo lo que los creyentes leales de todas las edades oirán, verán y pensarán. ¡Nuestra única respuesta a esta visión es reconsagrar nuestra vida para estar allí!

      Durante sus setenta años de ministerio, Elena de White se refirió a la metáfora del sendero angosto al menos 135 veces. En el fragmento siguiente de una carta a un joven que estaba en peligro de desviarse del camino, Elena muestra su claridad mental y moral:

       Se me han mostrado los peligros que acechan a los jóvenes. Sus corazones están llenos de altas aspiraciones y ven la carretera descendente sembrada de tentadores placeres de aspecto atractivo, pero la muerte es su final. La estrecha senda hacia la vida quizá les parezca desprovista de atractivos, llena de cardos y espinas, pero no es así. Es la senda que requiere la negación de los placeres pecaminosos; es estrecha, para que aquellos a quienes el Señor rescató puedan andar por ella. Nadie puede andar por esa senda y cargar con el fardo del orgullo, la obstinación, el engaño, la falsedad, la deshonestidad, las pasiones y las concupiscencias carnales. La senda es tan estrecha que quienes anden por ella deberán dejar esas cosas. Sin embargo, la carretera ancha y cómoda tiene la suficiente amplitud para que los pecadores viajen por ella con todas sus tendencias pecaminosas.

      Esta primera visión de unas dos mil que vendrían durante los siguientes setenta años fija el rumbo para millones de creyentes adventistas. Su claridad gráfica es difícil de olvidar. Nadie puede leerla cuidadosamente y alegar desconocimiento en la segunda venida.

      Hoy podemos agradecer a Dios, al igual que aquellos primeros adventistas, porque él se inclina hasta los creyentes confundidos incluso de la actualidad, y enciende una luz en la senda de cada persona. Y continúa demostrándonos hoy cómo permanecer en ese sendero angosto. La luz se vuelve más fuerte y la seguridad se profundiza mientras anhelamos escuchar las trompetas y el sonido silbante de las alas de los ángeles cuando reúnan a los que estuvieron separados durante tanto tiempo, para aquel viaje a la Ciudad Santa.

      1 Primeros escritos, p. 13.

      2 Ibíd., pp. 14-16.

      3 Carta 3, 1847.

      4 Testimonios para la iglesia, t. 4, pp. 357, 358.

      La visión más larga y esa Biblia pesada

       Randolph, Massachusetts

      La visión más larga de Elena de White (cuatro horas) ocurrió en 1845, un año antes de su casamiento con Jaime. Una de las acusaciones que se le hacían era que no podía tener una visión si Jaime White y Sara, hermana de Elena (ambos acompañaban a Elena en sus primeros viajes), no estuvieran presentes.

      Otis Nichols, de Boston, con la esperanza de desenmascarar la acusación, “invitó a Elena y a Sara a su casa, dejando a Jaime en Portland. Entre los que se hallaban en el área de Boston que impugnaban la validez de la experiencia de Elena Harmon estaban dirigentes fanáticos, incluyendo a Sargent y a Robbins, que también sostenían que era un pecado trabajar”.

      El mensaje de Sargent y Robbins a los adventistas milleritas era: “Vendan lo que tienen, y den limosnas”, queriendo decir, por supuesto, que les paguen sus gastos de mantenimiento. Sostenían que ahora estaban en el “jubileo, la tierra


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