Los Ungidos. Elena G. de White

Los Ungidos - Elena G. de White


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gente de muchos países. Allí Jesús se encontraba con gente de todas las naciones y de todas las jerarquías, de modo que sus lecciones eran llevadas a otros países. Esto despertaba el interés en las profecías que anunciaban al Mesías, y su misión era presentada al mundo.

      En nuestros días, esas oportunidades son aún mayores que en los días de Israel. Las avenidas de tránsito se han multiplicado mil veces. Como Cristo, los mensajeros del Altísimo deben situarse hoy en esas grandes avenidas, donde pueden encontrarse con las multitudes que pasan de todas partes del mundo. Ocultándose en Dios, deben presentar a otros las verdades preciosas de la Santa Escritura, que echarán raíces profundas y brotarán para vida eterna.

      Solemnes son las lecciones del fracaso de Israel cuando tanto el gobernante como el pueblo se apartaron del alto propósito que Dios los había llamado a cumplir. En aquello en que ellos fueron débiles, los representantes modernos del Cielo deben ser fuertes, porque a ellos les toca la tarea de terminar la obra confiada al pueblo de Dios y de apresurar el día de las recompensas finales. Sin embargo, es necesario hacer frente a las mismas influencias que prevalecieron contra Israel cuando reinaba Salomón. Solo por el poder de Dios puede obtenerse la victoria. El conflicto exige un espíritu de abnegación, que desconfiemos de nosotros mismos y dependamos de Dios solo para saber aprovechar sabiamente toda oportunidad de salvar almas.

      El Señor bendecirá a su pueblo mientras avance unido, revelando a un mundo en las tinieblas del error la belleza de la santidad manifestada en un espíritu abnegado como el de Cristo, en el ensalzamiento de lo divino más que de lo humano, y sirviendo con amor a quienes necesitan del evangelio.

      Capítulo 5

      El profundo arrepentimiento de Salomón

      Dios le dio a Salomón amonestaciones claras y promesas maravillosas. Sin embargo, la Biblia dice: “Su corazón se había apartado de él, a pesar de que en dos ocasiones se le había aparecido y le había prohibido que siguiera a otros dioses” (1 Rey. 11:10, 9). Tanto se endureció su corazón en la transgresión, que su caso parecía casi desesperado.

      Salomón se desvió del goce de la comunión divina para hallar satisfacción en los placeres de los sentidos. Dice: “Realicé grandes obras: me construí casas, me planté viñedos, cultivé mis propios huertos [...]. Me hice de esclavos y esclavas [...]. Amontoné oro y plata [...].

      “Me engrandecí en gran manera, más que todos los que me precedieron en Jerusalén [...]. No les negué a mis ojos ningún deseo, ni privé a mi corazón de placer alguno. [...] Consideré luego todas mis obras y el trabajo que me había costado realizarlas, y vi que todo era absurdo, un correr tras el viento, y que ningún provecho se saca en esta vida. Aborrecí entonces la vida [...]. Aborrecí también el haberme afanado tanto en esta vida” (Ecl. 2:4-18).

      Por su propia amarga experiencia, Salomón aprendió cuán vacía es una vida dedicada a buscar las cosas terrenales. Pensamientos lóbregos lo acosaban día y noche. Para él ya no había gozo de vivir ni paz mental, y el futuro se le presentaba sombrío y desesperado.

      Sin embargo, el Señor no lo abandonó. Mediante mensajes de reprensión y castigos severos procuró despertar al rey y hacerle comprender cuán pecaminosa era su conducta. Permitió que adversarios lo atacaran y debilitasen el reino. “Por lo tanto, el Señor hizo que Hadad el edomita [...] surgiera como adversario de Salomón” Y “también se rebeló contra el rey Salomón uno de sus funcionarios, llamado Jeroboán” (1 Rey. 11:14-28).

      Al final, el Señor envió a Salomón, mediante un profeta, este mensaje sorprendente: “Te quitaré el reino y se lo daré a uno de tus siervos. No obstante, por consideración a tu padre David no lo haré mientras tú vivas, sino que lo arrancaré de la mano de tu hijo” (vers. 11, 12).

      Despertando como de un sueño al oír esta sentencia de juicio, Salomón empezó a ver lo insensato que había sido. Con la mente y el cuerpo debilitados, se apartó cansado y sediento de las cisternas rotas de la tierra, para beber nuevamente en la fuente de la vida. Durante mucho tiempo lo había acosado el temor de la ruina absoluta que experimentaría si no podía apartarse de su locura; pero discernió finalmente un rayo de esperanza en el mensaje que se le había dado. Dios estaba dispuesto a librarlo de una servidumbre más cruel que la tumba, de la cual él mismo no podía librarse.

      Con contrición, Salomón comenzó a desandar su camino para volver al exaltado nivel de pureza y santidad del cual había caído. Jamás podría tener la esperanza de escapar de los terribles resultados del pecado, pero confesaría humildemente el error de sus caminos y alzaría su voz para amonestar a otros, no fuese que se perdiesen por causa de las malas influencias que él había desencadenado. El verdadero penitente no se espacia en su conducta errónea, sino que erige las señales de peligro, con el fin de que otros puedan precaverse.

      Salomón reconoció que “el corazón del hombre rebosa de maldad; la locura está en su corazón” (Prov. 9:3). “El pecador puede hacer lo malo cien veces, y vivir muchos años; pero sé también que le irá mejor a quien teme a Dios y le guarda reverencia. En cambio, a los malvados no les irá bien ni vivirán mucho tiempo. Serán como una sombra” (8:11-13).

      Por inspiración divina el rey escribió para las generaciones ulteriores lo referente a los años que perdió, junto con sus lecciones de advertencia. Y así la obra realizada por Salomón en su vida no se perdió por completo. Con mansedumbre, Salomón “impartió conocimientos” durante la última parte de su vida. “Procuró también hallar las palabras más adecuadas y escribirlas con honradez y veracidad”.

      Escribió: “Teme, pues, a Dios y cumple sus Mandamientos, porque esto es todo para el hombre. Pues Dios juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en secreto” (12:9-14).

      Los últimos escritos de Salomón revelan que él fue comprendiendo cada vez mejor cuán mala había sido su conducta, y dedicó atención especial a exhortar a la juventud acerca de la posibilidad de caer en los errores que le habían hecho malgastar inútilmente los dones más preciosos del Cielo. Con pesar y vergüenza, confesó que en la flor de la vida, cuando debiera haber hallado en Dios consuelo, apoyo y vida, reemplazó el culto de Jehová por la idolatría. Al fin, su anhelo era evitar que otros probasen la amarga experiencia por la cual él había pasado.

      Con expresiones patéticas escribió acerca de los privilegios de la juventud: “Alégrate, joven, en tu juventud; deja que tu corazón disfrute de la adolescencia. Sigue los impulsos de tu corazón y responde al estímulo de tus ojos, pero toma en cuenta que Dios te juzgará por todo esto. Aleja de tu corazón el enojo, y echa fuera de tu ser la maldad, porque confiar en la juventud y en la flor de la vida es un absurdo” (11:7-10).

      “Acuérdate de tu creador

      en los días de tu juventud,

      antes que lleguen los días malos

      y vengan los años en que digas:

      ‘No encuentro en ellos placer alguno’ ” (12:1-7).

      La vida de Salomón rebosa de advertencias. Cuando su fortaleza debiera haber sido inconmovible, fue cuando resultó más endeble. En la vigilancia y la oración se halla la única seguridad para jóvenes y ancianos. En la batalla contra el pecado interior y las tentaciones externas, incluso el sabio y poderoso Salomón fue vencido. Su fracaso nos enseña que cualesquiera que sean nuestras cualidades intelectuales y sin importar cuán fielmente hayamos servido a Dios en lo pasado, nunca podemos confiar con seguridad en nuestra sabiduría e integridad.

      Las palabras dirigidas a Israel acerca de la obediencia a los Mandamientos: “Así demostrarán su sabiduría e inteligencia ante las naciones”


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