Yo soy así. Ariel Wainer
que podría tener el tratamiento de las mismas.
En el capítulo sexto presentamos un segundo caso, el de un hombre de mediana edad que presenta un rasgo caracteropático. Estudiamos la primera entrevista y algunos pasajes de sesiones posteriores. Con este material clínico pretendemos mostrar, en un caso, las dos propuestas de abordaje planteadas en el capítulo anterior.
Finalmente, en el Epílogo, hacemos un racconto de lo trabajado y dejamos planteado un conjunto de interrogantes.
1 En una tesis de doctorado presentada en el año 2015 en la UCES.
Introducción
En la comunidad psicoanalítica tenemos un problema que no tiene todavía suficiente visibilidad. Podríamos decir que se trata de una situación paradójica. Por un lado, acordamos que las caracteropatías nos plantean importantes dificultades en la clínica, sin embargo, con más de cien años de desarrollo de nuestro campo de conocimientos y prácticas, ellas han sido escasamente estudiadas1 y no forman parte de los programas de formación de las/los analistas.
Esta paradoja tiene múltiples consecuencias, entre las cuales queremos destacar una de ellas. En el trabajo clínico, ante la complejidad que presentan las caracteropatías, las/los analistas nos encontramos, comparativamente, con menos recursos que los que tenemos para abordar otros problemas, también complejos.
Es natural que nos preguntemos por las razones que llevaron a esta situación. Aunque no haya sido una de las preguntas que orientó nuestro trabajo, podemos mencionar dos hechos. El primero se sitúa en los orígenes. En la obra de Freud está presente la paradoja que mencionamos. Desde los primeros tiempos de su producción ubicó a las perturbaciones del carácter en la primera línea dentro del campo de aplicación del psicoanálisis, junto a las neurosis, pero le dedicó mucha menos atención que a ellas e incluso que a las psicosis, que en ese momento no formaban parte de la clínica psicoanalítica. El segundo hecho involucra a los otros grandes referentes del psicoanálisis. En sus obras, el carácter y sus perturbaciones han tenido un lugar marginal.
El reconocimiento de esta situación fue para nosotros un estímulo para investigar en este terreno. En nuestro recorrido nos hemos interesado tanto en problemas conceptuales como clínicos. Este libro expone buena parte de ese trabajo.
1 Hecho que podemos constatar en el poco espacio relativo que ocupan en la producción bibliográfica.
Capítulo 1
El carácter y las caracteropatías
El carácter como concepto psicoanalítico
Cuando recorremos la bibliografía nos encontramos con una tendencia a confundir al carácter con las perturbaciones del mismo. En algunos textos se producen deslizamientos que llevan a equiparar ambas nociones. Como consideramos que se trata de dos conceptos que es importante distinguir, nos proponemos reunir los elementos centrales que definen a cada uno ellos con la expectativa de que queden expuestas sus diferencias.
El carácter es una entidad compleja, constituida por un conjunto de unidades más simples que llamamos rasgos de carácter. Los rasgos se refieren a propiedades muy diversas (afectivas, intelectuales, comportamentales, etc.) que tienen dos atributos: un amplio grado de generalidad y una marcada estabilidad. La generalidad implica que dichas propiedades no se circunscriben a relaciones o contextos específicos, sino que están presentes en la mayoría de ellos. En términos freudianos, los rasgos de carácter se elevan a una “predisposición universal del yo”, donde el término “universal” alude al grado de generalidad del rasgo1. El segundo atributo, la estabilidad, supone la permanencia de los rasgos a través del tiempo.
Si definimos, siguiendo a Freud, a los rasgos de carácter como predisposiciones universales del yo, queda indicada la localización del carácter: pertenece a la jurisdicción del yo2.
Freud se interesó además por los procesos que conducen a la producción de los rasgos de carácter. En Tres ensayos de teoría sexual (1905) planteó las bases pulsionales del carácter e indicó tres caminos que pueden llevar a la constitución de un rasgo3. De esos tres, el más claro y fundamentado es el camino en el que participa la formación reactiva. En Inhibición, síntoma y angustia (1925) la define como el “refuerzo de la actitud opuesta a la orientación pulsional que ha de reprimirse” (p.147) y la ubica como un mecanismo complementario de la represión que tiene por función producir una particular contrainvestidura que consiste en una modificación permanente en el yo.
En el trabajo de 1925 Freud no solo define a la formación reactiva, también compara su operatoria en la neurosis obsesiva y en la histeria. Señala que en la primera puede participar en la producción de rasgos de carácter como la limpieza, la escrupulosidad y la compasión; mientras que en la histeria la formación reactiva genera actitudes en las que se conserva la relación con el objeto. Esto último se presenta, por ejemplo, cuando el odio hacia alguien es sustituido por una ternura exagerada y/o por un desmedido temor por su suerte. Así dirá que “la histérica que trata con excesiva ternura al hijo a quien en el fondo odia, no por ello será en el conjunto más amorosa que otras mujeres, ni siquiera más tierna con otros niños” (p.148). Y concluye que “la formación reactiva de la histeria retiene con firmeza un objeto determinado y no se eleva al carácter de una predisposición universal del yo. En cambio, lo característico de la neurosis obsesiva es justamente esta generalización, el aflojamiento de los vínculos con el objeto, la facilidad para el desplazamiento en la elección de objeto” (p.148).
Podemos afirmar, entonces, que la formación reactiva puede ser una condición necesaria pero no suficiente para la producción de un rasgo de carácter. A ella debe agregarse el aflojamiento del vínculo con el objeto y la generalización.
Dijimos que Freud indicó tres caminos que van de la pulsión al rasgo de carácter. En el segundo nos encontramos con la sublimación y en el tercero postula la continuación de la pulsión sin alteraciones hacia el rasgo. Estas dos vías requieren una revisión y quizás por ello no tuvieron el mismo reconocimiento que la formación reactiva.
Con respecto a la sublimación dependerá de cómo la definamos para decidir si un proceso sublimatorio puede producir un rasgo de carácter. En relación a las “continuaciones inalteradas” (así las llama Freud) podemos preguntarnos qué parte de la pulsión sería la que permanece sin cambios. Tal vez, con esta denominación, Freud haya querido destacar que en la constitución de ciertos rasgos la represión no participa y que entre el erotismo y el rasgo hay menos mediaciones que en las otras dos vías.
Retomemos nuestra intención de reunir los atributos principales que definen a los rasgos de carácter. Para ello veamos, por fin, un ejemplo. Freud (1908b) propone una categoría que denomina “carácter anal” y señala en él la presencia de tres rasgos: tenemos aquí a personas ordenadas, ahorrativas y tenaces4. Estos rasgos testimonian un modo de procesar las exigencias pulsionales que no genera conflictos ni padecimientos para el yo5. Al contrario, tal procesamiento instituye rasgos que contribuyen al desarrollo del yo y que representan virtudes para él.
Los rasgos de carácter son innumerables, pero mencionemos algunos otros para no quedarnos solo con esa tríada famosa y para dar una idea de cuál es el universo al que nos estamos refiriendo. La simpatía, el histrionismo, la prudencia, la valentía son otros ejemplos de rasgos de carácter.
¿Qué valor tienen los rasgos de carácter en la clínica? Si no son una fuente de sufrimiento ni de interrogación para la/el paciente, no hay motivos para que se constituyan en un objeto de interés clínico. En general nos limitamos a tomar nota de ellos ya que testimonian la importancia de cierta pulsión y un modo de procesamiento de ella.
Las perturbaciones del carácter
Freud usó diferentes nombres para referirse a la patología del carácter. Vamos a tomar dos de ellos: “perturbaciones del carácter” y “rasgos patológicos