¿Está en Netflix?. Florencia Delgado
la resolución de la tragedia griega, pero el personaje no, por lo tanto, la incertidumbre irá en aumento y la emoción del relato estará puesta en cómo el personaje llega a ese final.
Uno de los directores que al parecer está de acuerdo con estos científicos es el maestro del suspenso Alfred Hitchcock. Aun cuando este género sea el que más necesite salvaguardar los datos claves de una historia, el director decía lo siguiente sobre su creación en una entrevista con François Truffaut (que se encuentra en el libro El cine según Hitchcock): “La diferencia entre el suspense y la sorpresa es muy simple. […] Nosotros estamos hablando, acaso hay una bomba debajo de esta mesa y nuestra conversación es muy anodina, no sucede nada especial y de repente: bum, explosión. […] Examinemos ahora el suspense. La bomba está debajo de la mesa y el público lo sabe, probablemente porque ha visto que el anarquista la ponía. El público sabe que la bomba estallará a la una y sabe que es la una menos cuarto (hay un reloj en el decorado); la misma conversación anodina se vuelve de repente muy interesante porque el público participa en la escena. […] En el primer caso, se han ofrecido al público quince segundos de sorpresa en el momento de la explosión. En el segundo caso, le hemos ofrecido quince minutos de suspense”. Con este ejemplo ilustrativo, el gran Hitchcock expone al director francés cuán natural es hacer del lenguaje cinematográfico una herramienta para transmitir emociones, mediante el cambio de un pequeño detalle. En este caso ese pequeño “pormenor” parece una maniobra que se asemeja a un spoiler, donde un punto de giro es revelado anticipadamente para aumentar la tensión.
Las técnicas de Hitchcock para guiar el desarrollo argumental se basan en la planificación de lenguaje mediante las imágenes e información que recibe el espectador, pero no todas ocultan información o hacen elipsis. En muchas de sus películas Hitchcock decide premeditadamente brindar datos al público, para colocarlo en una posición privilegiada respecto a la de los protagonistas y lo que les vaya a suceder. Por ejemplo, en El hombre que sabía demasiado (1934-1956), no se preocupe que leyó bien, hay dos años diferentes, pasa que a Hitchcock le gustaba tanto este guion que filmó la película dos veces. En este filme, el espectador sabe de antemano que en el momento de la actuación de la orquesta, mientras el músico hace chocar los platillos, el asesino disparará contra su víctima para pasar desapercibido con el estruendo y lograr su objetivo de forma impune. Esta utilización del recurso sonoro anticipando la acción previa con los músicos, se convierte en la tensa espera de un clímax que está por explotar. De esta manera, la antelación amplifica el disfrute.
No obstante y a favor del club antispoiler, existen muchas películas que sí necesitan que se resguarden datos claves, porque son importantes en la cuota de intensidad. De hecho, hay una anécdota con Psicosis en un diario de la Argentina donde los directores del Teatro Austral sacan una solicitada en 1960 pidiendo que “por favor no cuente a sus relaciones y amigos el final de Psicosis, se lo agradecerán ellos y nosotros”. Evidentemente, ya en esa época hubo espectadores enojados que concurrieron a la sala a reclamar por sus derechos inalienables de ¡ALERTA! ¡AVISO DE SPOILER!
Esta es la frase que hace un tiempo se instauró cuando leemos alguna crítica de cine, vemos avances de alguna serie o nos encontramos con una publicación en una red social. La expresión significa una advertencia que protege a los espectadores que no quieren saber datos con anterioridad, porque de esta manera su interés cinéfilo o seriero se vería afectado.
Cabe mencionar que la dinámica digital ha puesto todo este asunto en un peligro inminente, porque la información y los anuncios circulan harto por todos los frentes. Lo que antes era el vecino del barrio chismeando que la madre de Norman estaba muerta, ahora son las redes sociales e internet que se han convertido en un campo minado para los que esperan (casi ingenuamente) llegar a ver una producción audiovisual sin antes contaminarse de información. Al parecer se vuelve una tarea frenética esquivar toda la artillería online, mientras apretamos los ojos y ponemos play, antes que algún pandemónium aparezca. Por ello, la iglesia antispoilers tiene sus recomendaciones al respecto. Por ejemplo, si ustedes quieren llegar lo menos contaminados posible es conveniente que no naveguen por internet los días previos, también silenciar las palabras claves sobre la serie o película y comentarios en redes, no ver los avances, no cliquear en los hashtag, etcétera. La recomendación es que, si todo esto les parece muy engorroso y no pueden llegar a taparse los oídos cada vez que escuchen algo, empiecen a aflojar un poco.
Y para contribuir con ese relajo ocular, vamos a recordar algunas películas de culto que a base de repetir el spoiler o saber una información determinante dejaron de serlo y, definitivamente, los espectadores las ven igual porque son obras maestras del cine. Algunas son:
El club de la pelea (1999): en esta película de David Fincher, un oficinista insomne, cansado de la rutina y su vida, se cruza con un vendedor bastante particular. Ambos crean un club de lucha clandestino como forma de terapia y, de a poco, la organización crece mientras sus objetivos toman otro rumbo. Sin embargo, al final de la película se descubre que el personaje interpretado por Brad Pitt no existe, porque Edward Norton y él son la misma persona. Sobre este film se han hecho memes, chistes e infinidades de posteos que son un spoiler tras otro.
Los otros (2001): tras la Segunda Guerra Mundial el marido de Grace (Nicole Kidman) no vuelve. La señora se encuentra sola con sus hijos en un aislado caserón victoriano de la isla de Jersey, qué conveniente para la trama, ¿no? Los niños sufren una extraña enfermedad: no pueden recibir directamente la luz del día. Tres nuevos sirvientes se incorporan a la vida familiar y deben aprender las dos reglas vitales: la casa estará siempre en penumbra y nunca se abrirá una puerta si no se ha cerrado la anterior. Bueno, ya deben intuir lo que pasa, no solo el personaje principal está muerto, sino todos los protagonistas lo están desde el principio del filme.
Seven (1995): otra obra maestra de Fincher donde el veterano teniente Somerset (Morgan Freeman) está a punto de jubilarse y ser reemplazado por el detective de homicidios David Mills (Brad Pitt). Los dos tendrán que colaborar en la resolución de una serie de asesinatos cometidos por un psicópata que toma como fuente de inspiración los siete pecados capitales. Los cuerpos de las víctimas se convertirán en un enigma que les obligará a viajar al horror y la crueldad más absolutos. Cuando están por atrapar al homicida, este le hace llegar un “cajita” que contiene la cabeza de Gwyneth Paltrow (novia de Mills) y completa su plan macabro incitando la ira en el detective. La frase “qué hay en la caja, qué hay en la caja”, que grita Brad Pitt al final es un ícono del cine.
Psicosis (1960): Marion Crane es una joven secretaria que, tras cometer el robo de una importante suma de dinero en su empresa huye de la ciudad refugiándose en un pequeño y apartado motel de carretera regenteado por el tímido Norman Bates (que vive en la casa de al lado con su madre). Llega el histórico momento de la ducha, ella muere, pero en la silueta se ve que es una mujer, pensamos que es la madre de Norman, pero no, porque la madre de Norman está muerta y el asesino es el mismo joven travestido.
El planeta de los simios (1968): aquí hay un spoiler incluso en la contratapa que traía el DVD. George Taylor es un astronauta que forma parte de la tripulación de una nave espacial que se estrella en un planeta desconocido en el que, al parecer, no hay vida inteligente. Prontamente, se dará cuenta de que está gobernado por una raza de simios muy desarrollados mentalmente que esclavizan a seres humanos. Cuando su líder, el doctor Zaius, descubre horrorizado que Taylor posee el don de la palabra, decide que hay que eliminarlo. Efectivamente, el planeta de los simios no es otro que la tierra.
El ciudadano Kane: un importante magnate estadounidense, Charles Foster Kane, es dueño de una importante cadena de periódicos, una red de emisoras, y de una inimaginable colección de obras de arte, pero muere en Xanadú, un castillo de su propiedad. La palabra que pronuncia en la última expiración es “Rosebud”, cuyo significado es un enigma y comienza a despertar una enorme curiosidad en la prensa y la población. Así, un grupo de periodistas comienza una investigación para esclarecer el misterio. Después de muchos recorridos, “Rosebud” resulta ser el nombre del trineo de Charles Foster Kane.
Titanic (1997): Jack (Leo DiCaprio) es un artista que gana (en una partida