Manuela. Olga Idone
Las fotos juegan con el tiempo, nos llevan al ayer, nos llevan al antes de hoy y ese juego cuestiona su fluir. Tal vez el fluir no es sólo hacia adelante sino un continuo hacia adelante y hacia atrás.
Casi siempre abre el álbum azarosamente, no busca, encuentra, deja al destino decidir qué pedazo de pasado se presenta hoy. Esta vez fue el recuerdo de una de las personas más queridas de su infancia y adolescencia y de quien, aún hoy le llega la calidez de su abrazo que la reconfortaba.
Abuelo
En esta foto brillaba la enorme máscara que representaba La bocca della veritá, ella apoyaba desconfiada su mano en la gran boca y sonreía temerosa, no fuera que realmente la máscara tuviera la capacidad de adivinar quién mentía y se quedara, como afirmaba la leyenda, con su mano.
Caro abuelo, llegamos a Roma el 30 de diciembre, dejamos las mochilas y nos fuimos al Trastevere. Así comenzó la carta que escribió a su abuelo. Caminamos desde el Sant´ Ángelo por la Av. De la Conciliación hasta San Pedro, lloraba de la emoción, experimenté una sensación de triunfo, de alegría, de optimismo por haber podido llegar tan lejos. Había desfile de Comunas, los que desfilaban, estaban vestidos como en la Edad Media, con calzas lisas y blusas de telas brillantes, rayadas y con franjas doradas y negras. Llevaban banderas con los blasones de cada comunidad a la que representaban y las lanzaban al aire, como si fueran malabaristas y nosotros íbamos caminando a la par, fue verdaderamente genial.
Caro Abuelo, que tristeza que no estés aquí
Te acordás cuando era muy chiquitita y me llevaste a ver Fifí, la plume, la película trataba del dueño de un circo que contrató a un muchacho para que aprendiera a volar. Le colocó alas de plumas, lo subió a un banquito y le dijo que agitara los brazos. Días y días agita sus brazos hasta que en un momento y de manera imperceptible sus pies se van despegando lentamente del banquito, primero el talón, luego la planta y finalmente quedó la punta de su pequeño pie a penas apoyado hasta que agitando las alas se elevó hacia las nubes, así me siento abuelo.
Tu nieta que te ama, Manuela
Roma, enero del 19...
El abuelo era alto, distinguido, con ojos saltones celestes y un acento italiano que hacía su decir muy dulce. Llegó de Italia con su mamá y sus hermanos escapando a la hambruna. Quedaron atrás tierras y su oficio de artesano zapatero. entre los tesoros de Manuela están la horma de hierro y el martillo, las herramientas del abuelo. Era muy lector y fue una de las figuras significativas de Manuela que dejaron huellas, de él surgió su amor a la lectura, Quien lee no está sólo, solía decir el abuelo.
Pertenecía a una familia compuesta por cinco hermanos, cuatro hombres y una mujer. Si bien todos llegaron a Buenos Aires, el destino fue muy dispar para cada uno. Todos tenían voces prodigiosas y cantaban ópera, a capella, de manera espontánea, en cualquier momento del encuentro y a Manuela le encantaba escuchar las historias de Italia, allá eran artesanos y hacían los zapatos para la reina y muy orgullosos contaban que cuando ponían cada zapato del par en la balanza, los platillos se mantenían en equilibrio uno al lado del otro.
Influencias imperceptibles que, como pequeños granitos de arena, juntos, hacen un médano, y que germinan en un momento de la vida sin saber de dónde surgieron.
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