La erosión democrática y el contrato constitucional. Ricardo Alejandro Terrile Sierra
califican de casta, oligarquía, elite, sistema, sosteniendo contra “ellos” su desprecio.
El populismo es esencialmente un “movimiento”; una parte del mismo se exhibe como partido político al solo efecto de cumplir con las imposiciones del régimen partidocrático dentro del marco de legalidad democrático; por lo tanto, no requiere la estructura de una organización política que funcionen sobre la base de la democracia interna; invita más bien a una actitud de adhesión a una verticalidad de nuevo tipo, en torno de un significante hegemónico que corporiza efectivamente la vida y las demandas de los representados.
El desencanto democrático contribuye a una mayor personalización de la política, donde una presencia física inmediata parece más atractiva que un programa distante.
Las decisiones del líder son inapelables por cuanto no hay nada por encima de él y ello, evidentemente, no colabora con la horizontalidad que presume el sistema democrático.
La visión populista de la democracia conduce paradójicamente a una concepción absolutista sobre su legitimación por las urnas. El partido y el movimiento que sustenta su base social no visualizan que en todo proceso electoral existe una minoría que no se siente representada por el ganador y que, en el complejo arte de gobernar y administrar, debe dirigir sus acciones al todo y no a una parcialidad, en tanto, el ejercicio democrático requiere una institución al servicio de los habitantes, independientmente de cualquier interés particular. La presente reflexión que surge de las definiciones trazadas en nuestra historia política constituciónal desde 1955 a la fecha, confirma dicha tesis.
En un mundo en el que se multiplican los lobbies y los intentos de privatización de los bienes públicos, esa imparcialidad encarna una dimensión sustancial del ideal democrático de un poder colectivo, constituida por el hecho de que nadie puede disfrutar de una ventaja o de un privilegio.
El peronismo en la Argentina, en todas sus administraciones y especialmente desde 1973 en adelante, ha insistido con la configuración clásica del populismo sin percibir que la globalización ha transformado su composición social.
Efectivamente: El capitalismo de organización, fundado en la explotación de la fuerza general de trabajo ha dado lugar a un nuevo tipo de capitalismo calificado como “capitalismo de innovación”,que se apoya en el valor de uso para la empresa y la masa que le sirve de sustento ha extendido su proletarización abarcando a sectores de la clase media que conforman el generico concepto “pueblo”, muchos de los cuales no tienen ni comparten las posturas sociales de los sectores más carenciados. Matices sociales que requebrajan ideologicamente el bloque de sustento.
Rosanvallon afirma que “...la entrada en una sociedad donde el nivel intelectual y cultural de la población ha aumentado, generó una mayor expectativa individual de reconocimiento y desarrollo personal. En la actualidad, la perspectiva de una igualdad-singularidad se impone como figura positiva del lazo social. Al mismo tiempo, con estas mutaciones generan nuevas líneas de fractura en la sociedad...”
A partir de la década de 1990, los economistas y sociólogos referían que las desigualdades ya no dividían a la población en función de las diversas categorías socio-profesionales, sino también por las diferencias de remuneración entre las empresas tanto como entre los sujetos asalariados, generando nuevas formas de pobreza.
El populismo potencia la radicalización de las divisiones políticas; incentiva la reelección (Insfran, Menem, Zamora) y el nepotismo (Perón/Evita; Perón/ Isabel Martinez; Nestor Kirchner/ Cristina Fernandez de Kirchner). En el parlamento argentino vigente en el 2021, el bloque oficialista lo dirige Máximo Kirchner y su madre, Cristina Fernandez de Kirchner, preside el Senado en su condición de Vice Presidente. La constante postura de impulsar la reelección , aún a contramano del principio de legalidad, encuentra justificación en el populismo, nos recuerda Rosanvallon, en el hecho que siempre en primer plano la preeminencia que debía otorgarse a la “voluntad del pueblo” y en los “antidemocrático” que implicaría impedir que el pueblo decida.
En la década de 1980 con el repliegue o derrota de las dictaduras en Argentina, Brasil, Chile y Paraguay -para mencionar solo los casos mas notorios- la recuperación del Estado de Derecho, llevo a incluir en la mayoría de las Constituciónes, la imposibilidad de reelección inmediata de los presidentes. La medida se introdujo para conjurar los espectros del pasado y para consolidar las democracias renacientes en países que habían vivido todas las formas del autoritarismo y del poder personal. Ahora bien, esa tendencia comenzó a invertirse desde mediados de la década de 1990: Fernando Henrique Cardoso se postuló exitosamente en Brasil para un segundo mandato tras obtener la necesaria modificación de la Constitución. Bolivia, Venezuela, Ecuador y Nicaragua imitaron dicho proceder. En Argentina, se redujo de seis a cuatro años el mandato presidencial con la posibilidad de un solo período de reelección inmediata; sin embargo, no se copió el modelo americano. Se admite en la actual constitución argentina, que el titular del Poder Ejecutivo con cuatro años de mandato, pueda ser reelecto por otros cuatro en forma consecutiva e incluso presentarse como candidato para un tercer período, si hace la pausa de un mandato presidencial al finalizar el segundo. Por su parte, los gobiernos de provincia, en Argentina, en sus respectivas constituciónes, mantienen prohibiciones a la reelección de su gobernador, como en Santa Fe o la admiten indefinidamente como en Formosa.
Los populistas de izquierda y populistas de derecha coinciden que la Constitución es la simple expresión momentánea de una relación de fuerzas en la que todo es político.
En nuestra interpretación, la reelección indefinida es otro factor del deterioro democrático y republicano, propio de la monarquía.
Existe otro factor de deterioro o desgaste democrático: El populismo, de derecha y de izquierda procura sistemáticamente la domesticación de las cortes constituciónales, destinada a suprimir los diferentes contrapesos al poder omnímodo del ejecutivo y en tal sentido, la decisión de ampliar el número de miembros de la Corte Suprema, designando Ministros que favorecen las políticas de Estado vinculados a la privatización de las empresas del Estado, la legitimación de los decretos de necesidad y urgencia, los procesos de reelección en los ámbitos provinciales.
En las sociedades contemporáneas, los medios de comunicación constituyen un factor de publicidad y critica de los actos de gobierno y muchas veces, de silencio y autocensura durante los gobiernos militares. El cierre del diario La Prensa en la segunda presidencia de Perón; el humor corrosivo contra el Presidente Illia, el enfrentamiento con el diario Clarin durante todo el período kirchnerísta, por citar una pequeña muestra, delata el importante papel y la formidable herramienta que significa un medio periodístico en poder del oficialismo o de la oposición.
El peronismo no se vertebra como partido, sino como movimiento mayoritariamente espontáneo en la que el lider es el gran aglutinador de una masa informe más propia de la psicología social que del racionalismo. El partido es un recurso que habilita la participación en un sistema partidocrático pero no hace a la esencia de su construcción.
La democracia que se había sustentado en el reconocimiento de las libertades públicas, los partidos políticos como instrumentos de participación y acceso al poder y el sufragio universal, no alcanzaba a consolidarse sin el ejercicio de los derechos sociales. El movimiento peronista, sin lugar a dudas, se constituyó en un protagonista. Nadie puede negar, que ha sido un gran hacedor en la comprensión, alcance y significado de la justicia social. Sin embargo, su naturaleza populista degeneró en una distorsión de principios democráticos en su propio movimiento que se extendió a la organización sindical y una creciente desconfianza a las libertades públicas individuales en el entendimiento que minaban los marcos de legitimidad y del poder que las urnas le habían conferido.
2. La crisis del sistema partidocratico y representativo- la distorsión del sistema republicano
Los partidos políticos, en la campaña electoral de 1983, canalizaron profundos deseos de participación y protagonismo politico de una generación que desde 1976, había estado silenciada y perseguida. Ello se tradujo en grandes concentraciones populares, comités y unidades básicas se convirtieron en centro de debate, los programas de gobierno