Remembranzas. Susana Taboada
cabeza como señal de aceptación.
Con el paso del tiempo aprendió a no encariñarse con los bebés, ni con los más pequeños, porque eran ellos siempre los elegidos.
Pero su fe era grande, y Dios no la desamparaba… una mañana después de tantas, el director la llamó para informarle que un matrimonio de profesionales necesitaban una persona de confianza para cuidar a sus niños, pero que irían a Formosa, y que él pensó en ella, y que la eligió por su honestidad y porque en estos años había demostrado ser la más trabajadora. Aunque no era lo que hubiese querido, ser parte de una familia, tener la posibilidad de encontrar su lugar en el mundo, era su oportunidad de salir con un sueldo y en casa de una familia respetable.
Así se despidió de sus compañeras y se fue a vivir a una casa muy bonita, llena de lujos, se sentía bendecida. Tenía una pieza para ella sola. Su cama, sus sábanas, su ropa. Todo le indicaba que había elegido bien y que desde ese momento su vida cambiaría. Trabajaba más de lo que su patrona le pedía. Pasaron los meses. Cuidaba a las niñas como su propia vida, estaba atenta a todo lo que necesitaban.
El tiempo pasaba velozmente. Una tarde, en una de sus caminatas con las niñas, la señora decidió acompañarlas. Allí le comunicó que la familia, en un par de meses, iban a mudarse para Concordia, Entre Ríos, y que debía decidir si viajar o volver al orfanato. A Elma le faltaban meses para cumplir 21 y ser mayor de edad.
Conociendo a Pedro
Caminaba tomada de la mano con las niñas mientras el sol jugueteaba con los pájaros multicolores, las nubes formaban imágenes de algodón y el río cantaba muy cerca canciones de antaño. Sin darse cuenta sus pasos se dirigieron al puerto, quizás era el destino que la llevaba hacia donde las familias se apoyaban en las barandas para mirar los barcos atracar, donde los jóvenes con esperanzas de un destino mejor cruzaban la frontera desde el Paraguay, algunos con sus maletas cargadas de sueños, otros tan solo con su sombrero y su única pilcha.
Las niñas disfrutaban el viento de abril que acariciaba sus rostros mientras las mariposas coloridas dibujaban historias en el aire… Ella, sin perder un minuto de vista a ese par de niñas se apoyó en el barandal del puerto, desde allí se escuchaba al río gemir por el peso de los botes, miraba sin ver los lanchones, las barcazas y los barcos, las personas se movían de un lado a otro, unos llegaban, otros se iban… la emoción ganaba sus corazones, por la llegada o por la partida…
Entonces, fue el momento en que apareció la figura de un muchacho que atrajo su atención, vestía de traje blanco impecable, sombrero blanco, y zapatos de charol blanco, contrastaban con una negra cabellera incipiente que se dejaba ver debajo del sombrero, sus finos bigotes negros y sus grandes y atractivos ojos negros. Elma se sintió por primera vez atraída, tanto que sus ojos no dejaban de mirarlo. El joven apuesto llevaba consigo una guitarra. Un artista, pensó. Sí, era él quien la había cautivado.
El tiempo pasó velozmente, fue como si un suspiro se hubiese tragado la tarde. Debía regresar.
Desde ese día, todos los días a la misma hora, iba al mismo lugar del puerto, con la excusa de llevar a los niños a esparcirse, pero su intención tenía que ver con lo que dictaba su corazón adolescente…
Fue por varios días. Los días se transformaron en semanas, las semanas en meses… cuando estaba perdiendo la esperanza de volver a verlo, apareció otra vez, con guitarra en mano, cantando… su voz fue como una puñalada directo al corazón… se sintió tan atraída que quería asegurarse que era ese joven. Se detuvo, extendió una mirada panorámica, hasta que descubrió que era él, el joven que vestía de blanco, ese joven casi perfecto, impecable. Se acercó disimuladamente como tantas personas. Sus miradas se cruzaron y luego se buscaron mientras él entonaba las canción “Mi cafetal”. Elma sintió que le cantaba a ella.
Terminada su actuación, caminó junto a sus niñas pensando volver a verlo al día siguiente. De repente, escuchó una voz masculina que la saludó. Se dio vuelta y era él… Le preguntó su nombre mientras continuaban caminando. Uno al lado del otro, haciéndolo en silencio, temiendo que ese instante mágico se quebrara. Ella advirtió que su caminata llegaba a su fin, y se detuvo. Se prometieron volverse a ver en el mismo lugar al día siguiente.
Las horas no pasaban. Soñó la noche entera con la voz de su joven apuesto.
Pedro
La República del Paraguay desde 1940 estaba bajo el régimen militar, suspendieron la Constitución y prohibieron los partidos políticos. Después distintas fuerzas provocaron la guerra civil que se cobró 30.000 muertos y 800.000 desplazados. Era una guerra sin cuartel.
En medio del caos, en Guarambaré, vivía Pedro, un joven soñador, junto a su madre y hermanos, quien desde sus 14 años caminaba en la madrugada en callejuelas peligrosas, a causa de la guerrilla, hasta llegar a su trabajo donde era un aprendiz de orfebre y así podía llevar unas monedas a su madre. La familia sobrevivía, como la mayoría.
El pueblo no eligió la guerra como forma de vida, menos aún los venidos a menos, pero no eran ajenos a su consecuencia. La miseria, la pobreza y el hambre formaban parte del escenario diario en todo el país. Su madre, que ya había perdido a su compañero y advirtiendo que sus jóvenes hijos estaban creciendo, y que debían ir al frente, por caprichos de los poderosos decidió que era hora de que se fueran y les habló a los tres. “El futuro de ustedes, si se quedan, es muy corto y peligroso, muchas familias están enviando a sus hijos a otros países, yo no puedo darles nada más que mi bendición. Esta noche deben irse”... Los jóvenes no lo pensaron dos veces, porque, en sus miserables vidas, lo único que les quedaba era eso, la vida.
Así es que Pedro con tan solo 18 años, junto a Unsaín y Ramón, sus dos hermanos, salieron del país, sabiendo que desde ese día no podrían regresar dejando atrás a sus hermanas y a su madre valerosa...
A medianoche, tan solo con lo que vestían y alguna que otra cosa, con sus sueños, tomaron los caminos menos transitados, caminos que los vieron crecer, más seguro para evitar a la milicia y no ser detenidos.
Los días eran largos, las noches cortas pero cómplices de sus andanzas. Sin alimento y con ansiedad de saber qué ocurría a sus hermanas y madres, lograron llegar a la frontera.
Escondidos en la barcaza donde cruzarían el río, los tres entendieron que nunca más volverían a pisar ese pedazo de tierra que los vio crecer, sufrir, llorar, reír…
Llegados a la triple frontera, habían decidido, ir a diferentes rumbos. Unsaín, a España, Ramón a Colombia y Pedro se quedaría en la Argentina.
Pedro se instaló en Formosa, rápidamente comenzó a trabajar como zapatero, pero su objetivo era ser orfebre, aunque las herramientas eran imposibles de comprar y menos aún con lo que ganaba en el jornal, con el que tan solo se pudo alquilar una pieza, comprarse ropa. Una vez que se habituó, por las tardes, cuando el día se prestaba, tomaba su guitarra que fue lo único que trajo de su país natal y en la ribera del río Paraná, mientras las barcazas llegaban, se lo oía entonar guaranias y todo tipo de música que la gente le pedía… Su corazón aventurero y soñador era feliz.
Una propuesta inesperada
Con el paso del tiempo, su patrona le dio la posibilidad de salir los domingos por la tarde. Tenía unas horas de libertad. Era el tiempo preferido para compartirlo con Pedro. Él la esperaba para caminar por la costanera, ambos ya tenían un tiempo de vivir en la ciudad costera, así que conocían el paisaje, su clima, sus olores. Muchas veces solo se sentaban en la ribera del Paraná para ver cómo el sol se escondía dejando su rastro sanguíneo en el espejo somnoliento y tranquilo del Paraná. Después de ese momento, tan común pero tan propio, Pedro tocaba la guitarra y entonaba la canción con la que la enamoró, “Mi cafetal”, y mientras los versos brotaban, Elma, se sentía explotar de amor… No le prometía nada de otro mundo, solo amor. Eran dos jovencitos que huían de su pasado y soñaban con un futuro juntos.
Las mellizas que cuidaba habían crecido. Amaba a esas niñas y las niñas la querían porque les brindaba todo su