Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000). Rolando Álvarez Vallejos
como la tendencia a la conciliación, la flexibilidad y al personalismo, en donde el peso de las relaciones personales se encontraba por sobre el de las instituciones. Esto explicaría la importancia de la figura de Luis Carlos Prestes como factor decisivo en la popularidad del comunismo brasileño23. Por último, una última perspectiva epistemológica que se aparta de las visiones «totalizantes» del comunismo, han planteado como programa alternativo de investigación lo que se ha denominado como «una historia social del comunismo». De esta manera, alejado de las historias oficiales o anticomunistas, la perspectiva de la historia social «desde abajo» permite visualizar la manera como los comunistas se organizaron y experimentaron su militancia. En el caso de la lucha contra la dictadura del general Francisco Franco en España, el PCE jugó un papel decisivo en la activación del accionar de los movimientos sociales en contra del régimen. Esto, se ha dicho, fue gracias a que los comunistas españoles se adaptaron a las demandas sociales. En este sentido, la adopción de la lucha por la democracia y los derechos sociales para todos convirtió al PCE en el principal partido del antifranquismo. En el caso del movimiento estudiantil habría ocurrido un fenómeno similar, en donde las organizaciones creadas por los estudiantes le habrían aportado aspectos políticos y culturales decisivos para convertirse en la organización que lideró el antifranquismo en Catalunya24.
El segundo eje de debate en el que se inserta este texto, se relaciona con el caso particular del PC chileno durante la postdictadura, materia que recién se ha comenzado a investigar. La principal obra que lo ha hecho, plantea que el declive comunista durante la década de 1990 se relacionó con la incapacidad del «núcleo dirigente» del partido de apartarse de la ortodoxia marxista-leninista, ligada a la concepción de la dictadura del proletariado y el «asalto al poder». Esto le habría permitido subsistir, pero lo habría alejado de los movimientos sociales, producto de su incapacidad de elaborar un proyecto de futuro. Esto se tradujo, se dice, en la marginalidad política y la disminución de su influencia en el país durante toda la década25. En un trabajo centrado en el período de la dictadura militar chilena, pero cuyas conclusiones se proyectan a la década siguiente, se propone, por el contrario, que el comunismo chileno vivió su propio proceso de renovación ideológica durante aquella fase. La traumática derrota de la Unidad Popular y las experiencias del exilio y de la represión, habrían gatillado un proceso de transformación de la ideología y la cultura política comunista. A diferencia del proceso que paralelamente desarrollaba la izquierda socialista chilena, caracterizado por el progresivo abandono del marxismo, la apuesta comunista se basaba en intentar una renovación sin dejar de lado la matriz tradicional de la organización. Esto habría sentado las bases para enfrentar el nuevo ciclo político que se iniciaba en Chile a partir de 199026. Siguiendo esta línea, desde una óptica de historia conceptual, se ha planteado que, durante la década de 1990, el PC desarrolló una «segunda renovación», continuadora del proceso iniciado durante la dictadura, que habría consistido en dotar de nuevos sentidos a antiguos conceptos fundamentales de su ideología y la resignificación de sus prácticas políticas27. Con todo, investigaciones más generales sobre la historia política reciente del país han coincidido en señalar al PC de la década de 1990 como un actor político carente de proyecto político, arcaico, autista y sin credibilidad para encarnar una alternativa de proyección nacional28.
A partir de este estado del debate, queda claro que a pesar del derrumbe del «socialismo real» a fines de la década de los ochenta y principios de los noventa, las experiencias comunistas no han recorrido un solo sendero o, necesariamente, han sido superadas por la historia. Así, la visión dominante en Chile, respecto al supuesto declive irreversible del comunismo a partir de 1990, no solo es matizable a la luz del repunte de su influencia en los movimientos sociales y en el sistema de partidos años más tarde, sino también porque en otras latitudes han existido distintas experiencias «poscomunistas» relativamente exitosas. Por otra parte, este libro comprenderá la historia del Partido Comunista de Chile no solo como parte de la historia general del país, sino que fuertemente influida por las características del proceso político chileno de esta época. Y, en particular, asumirá que la interacción cotidiana de sus militantes en las organizaciones sociales de la época incidió en el modo en que la organización intentó reinventarse durante la década de 1990. Lejos de las miradas que visualizan a los partidos comunistas como «monolíticos», «totalizantes» o aislados del mundo exterior, nuestra perspectiva historiográfica explorará la manera en que tanto la realidad chilena de la época como la trayectoria de las organizaciones sociales influyeron en la evolución del Partido Comunista de Chile.
De acuerdo a nuestra hipótesis, a la luz de los aportes de la politología, estimamos necesario problematizar las ópticas que visualizan al PC durante la década de 1990 como puro dogmatismo e incapaz de entender la nueva dinámica política que experimentaba Chile. La necesidad de subsistencia, seriamente amenazada por factores exógenos (contexto nacional e internacional) e internos (cuestionamientos entre la militancia), obligó al PC a buscar modalidades de adaptación a la nueva etapa democrática. En este punto está el origen que explica el comportamiento y la modalidad del proceso de adaptación que el PC chileno experimentó durante esta década. A su manera, durante este período buscó cumplir dos objetivos: primero, subsistir como colectividad política y, luego, ser competitivos electoralmente para así incidir en la realidad nacional. Por su parte, producto de su tradicional vínculo con las organizaciones sociales (sindicales, estudiantiles y territoriales), pugnó por preservar su influencia en dichos espacios, lo que generó nuevas dinámicas socio-políticas en la existencia de la organización.
Según nuestro planteamiento, la historia del Partido Comunista de Chile durante la década de los noventa es necesaria desglosarla en dos temporalidades distintas. Por un lado, una coyuntural, ligada al acontecer político cotidiano del país. En ese plano, el PC fue contestatario al orden dominante, denunciando la política de los consensos entre la derecha heredera de la dictadura y los gobiernos encabezados por la Concertación. En este nivel, predominó el estilo de la lucha contra la dictadura, intentando capitalizar el descontento a través de la inserción en los movimientos sociales. Se basaba en una retórica confrontacional y ortodoxa a la luz de la hegemonía neoliberal de la época. Pero, por otro lado, desde el punto de vista de una temporalidad de más larga duración, aspectos en apariencia inmutables, como su imaginario y cultura política militante, vivían un proceso de mutación. En este sentido, la apuesta por la conexión con los movimientos sociales fue haciendo necesario flexibilizar y modificar algunas de sus prácticas políticas. Es decir, en el ámbito «más lento» e imperceptible de la historia, la tensión entre renovación y continuidad de las viejas prácticas partidarias se expresó en los frentes de masas de los comunistas, en especial en el movimiento sindical y estudiantil. En este ámbito, el eje del debate fue la cuestión de la relación entre lo social y lo político. Es decir, ¿cuán autónomo del partido debía ser un dirigente social que militaba en el Partido Comunista? En la respuesta a esta pregunta, se jugó la profundidad de los cambios que estaba dispuesto a realizar la dirección del Partido Comunista de Chile. Los conflictos entre los principales dirigentes sociales que tuvo el PC durante la década de 1990 y la máxima dirigencia de la organización, reflejaron la centralidad del debate sobre cómo definir la relación entre lo social y lo político. Aunque con dudas y sin una elaboración teórica claramente definida, la organización debió abrirse a tolerar el desarrollo de nuevas formas de vincularse con el mundo social y el comportamiento de algunos de sus dirigentes en este espacio. En el fondo, su cultura política se fue haciendo más pragmática, dejando de lado fuentes identitarias tradicionales. Con todo, este proceso no careció de conflictos y diferencias internas, que se expresaron en la marginación del partido de destacados dirigentes sindicales.
De esta manera, planteamos que la opción del PC de alojarse en los movimientos sociales tuvo consecuencias imprevistas en la organización, porque lo obligó a repensar materias, involucrarse en actividades y desarrollar experiencias militantes nuevas. Desde este punto de vista, estimamos que una historia del PC (u otra organización política y social) es insuficiente si solo se detiene en las declaraciones de sus máximos dirigentes o en sus documentos oficiales, los que no necesariamente expresan el quehacer concreto de sus integrantes. El entorno cultural de estos y su experiencia militante cotidiana, constituyen un factor importante para entender las dinámicas de continuidad