Santos para pecadores. Alban Goodier
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ALBAN GOODIER
SANTOS PARA PECADORES
Nueve almas fortalecidas por Dios
EDICIONES RIALP
MADRID
Titulo original: Saints for sinners
© 2021 by ALBAN GOODIER
© 2021 by EDICIONES RIALP, S.A.,
Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid
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Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN (edición impresa): 978-84-321-5962-6
ISBN (edición digital): 978-84-321-5963-3
ÍNDICE
Un alma inquieta. SAN AGUSTÍN DE HIPONA (354-430)
La segunda Magdalena. SANTA MARGARITA DE CORTONA (1247-1297)
El niño perdido. SAN JUAN DE DIOS (1495-1550)
El fracasado. SAN FRANCISCO JAVIER (1506-1552)
El prisionero. SAN JUAN DE LA CRUZ (1542-1591)
El jugador. SAN CAMILO DE LELIS (1550-1614)
El bobo. SAN JOSÉ DE CUPERTINO (1603-1663)
El mártir por dentro. SAN CLAUDE DE LA COLOMBIÈRE (1641-1682)
El mendigo. SAN BENITO JOSÉ LABRE (1748 -1783)
NOTA BIOGRÁFICA DE ALBAN GOODIER
«Dios eligió la necedad del mundo para confundir a los sabios, y eligió Dios la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; y lo plebeyo del mundo, el desecho, lo que no es nada, lo eligió Dios para anular lo que es, para que nadie pueda gloriarse ante Dios». 1 Cor 1, 27-28
NOTA DEL EDITOR: Las citas bíblicas del Antiguo y Nuevo Testamento están tomadas de la edición de Nácar Colunga. Cuando procede, se han cruzado con los diferentes nombres y enumeraciones de otras ediciones.
PREFACIO
¿ES ESTO UNA BIOGRAFÍA o una novela? El propio autor apenas lo sabe. Si exponer los hechos con honestidad constituye una biografía, entonces espera que pueda merecer ese título. Si tratar de interpretar y dar vida a algunos de esos hechos lo convierte en novela, eso será. De cualquier modo, él espera que en ambos casos el relato sea verdadero; y que el conjunto demuestre una verdad más profunda que merece recordarse. Y es que «Dios es maravilloso en sus santos» (Sal 67, 36); Él «escoge a quien quiere»; en su casa «hay muchas mansiones» (2 Jn 14, 2) y no hay situación en la vida a la que su gracia no llegue, ni vida tan débil que no pueda hacerla digna de Sí.
Hemos llamado a este libro Santos para pecadores considerando la palabra “pecadores” en sentido amplio. Porque, además de la conciencia real del pecado y el sentimiento de debilidad que le acompaña, también hay una conciencia de fracaso e ineficacia, y otras duras experiencias en la vida espiritual que nos hacen recuerdan nuestra nada absoluta, y nos obligan a preguntarnos si no seremos su causa. Cuando estas duras experiencias nos oprimen, y nos invitan a la desesperación o al resentimiento, es bueno tener en cuenta que lo mismo les sucedió a todos los santos; que la virtud se perfecciona en la fragilidad, y que vivir en la Cruz es un ideal superior, aunque la naturaleza humana pueda escandalizarse. Por esta razón, en estos capítulos, se subraya más el componente humano más que la santidad edificada sobre él; esta última se eleva en proporción a la humildad de su fundamento.
Un alma inquieta
SAN AGUSTÍN DE HIPONA (354-430)
EL ESTUDIO DE SAN AGUSTÍN desconcierta a muchos autores. Tan alto se alza por encima de los de su generación, quizás por encima de los de cualquier generación, que lo admiran con cierto temor, casi con miedo. La sola consideración de sus obras —probablemente más que las de cualquier otro escritor del pasado— nos asombra y nos desanima; alguien ha dicho en serio que simplemente leer lo que Agustín escribió ocuparía a un hombre corriente la vida entera. Sin embargo, para quien tenga el valor de estudiarlo, resulta extraño lo humano e incluso lo modesto que es Agustín en su grandeza. Dijo que en su infancia le gustaba jugar; y hay algo de ello permanece en él hasta el final de sus días.
Agustín nació en Tagaste, una ciudad romana de Numidia, en el norte de África. Era una ciudad libre, y también una ciudad-mercado, en una posición donde convergían muchas vías romanas. Allí llevaban su mercancía las caravanas del este y del oeste; en ella se repetía el lujo de Roma, con la libertad que proporcionaba su enclave en África. Agustín era el hijo mayor de un tal Patricio, ciudadano acomodado del lugar, pagano pero no fanático, cuyo ideal era sacar el máximo provecho de la vida, sin preocuparse demasiado de los medios para conseguirlo.
Patricio, a la edad de cuarenta años, se había casado con Mónica, una joven de diecisiete, cristiana por parte de padre y madre. El mero hecho de este matrimonio parece implicar una cierta laxitud en la fe de la familia; el que Mónica debiera la mayor parte de su formación religiosa y moral a una vieja niñera lo confirma.
No se puede decir que el matrimonio fuera feliz. Tal vez no estaba destinado a serlo; era un matrimonio de conveniencia, y nada más. Para el pagano Patricio significaba vivir con una mujer que, cuanto más maduraba y más difícil era su situación, más se aferraba a su religión. Él vivía una vida libertina y fácil, por no llamarla por un nombre peor. La de ella era más bien una vida de constante renuncia; de abuso, incluso a golpes, pues Patricio tenía ataques de violencia; y también de calumnia por parte de quienes deseaban complacer a Patricio, o sentían celos de la influencia que la mansedumbre de Mónica ejercía sobre él. Tres niños les nacieron, Agustín el primero, pero ninguno de ellos fue bautizado. En ese tiempo solía adoptarse una solución de compromiso entre los cristianos: al nacer, los niños se inscribían como catecúmenos, y se dejaba el bautismo para más adelante, quizás para cuando hubiera peligro de muerte.