Más allá de esta vida. Enrique Garcés de los Fayos

Más allá de esta vida - Enrique Garcés de los Fayos


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      ÍNDICE

       PORTADA

       PORTADA INTERIOR

       PREÁMBULO

       EVA

       MÁS ALLÁ DE ESTA VIDA

       EPÍLOGO

       AGRADECIMIENTOS

       CRÉDITOS

       AUTOR

      PREÁMBULO

      Recuerdo perfectamente el día que te fuiste, Eva. Estaba trabajando sobre mi Tesis Doctoral. Llegó un correo electrónico comunicando que nos habías dejado. No lo dudé un momento. Le dije que me iba, que quería despedirme de ti. Él, que me conocía más que nadie, no trato de argumentar que quizá no tenía mucho sentido recorrer los 150 km que nos separaban. Sabía que iría dijera lo que dijera. No era una decisión. Era un impulso que ahora entiendo que nos conectaba de alguna manera. Quizá el inicio de lo que años más tarde supondría una unión trascendental que va más allá de las dimensiones, que nuestra limitada capacidad, entiende que existen.

      Recuerdo al llegar que se respiraba una extraña paz. Y cuando ví a Quique supe que esa paz era la que él transmitía, la que tú le habías dejado. Allí estaba, consolando a todo el mundo. Sonriendo, sí, sonriendo. Claro, él ya intuía que no te habías ido del todo. Es curioso, pero lo que no consigo recordar es cómo ni cuando le abracé, ni lo que le dije, ni siquiera lo que sentí. Sí que tengo muy presente cuando me senté y lo vi abrazando a su hija mayor. Y te confieso que lo miré con admiración. En ese momento sabía, intuía, que muy pronto me tocaría a mí estar ocupando ese lugar. Y yo no sería capaz de hacerlo tan bien.

      Recuerdo un tiempo después, cuando algo empezó a cambiar en la forma en que nos mirábamos, en la que hablábamos, las reuniones de la tesis se convirtieron en momentos especiales, que dieron paso a encuentros en restaurantes, a tomarnos algo después. Y me acabé enamorando del que había sido mi profesor, mi amigo. Y no entendía cómo no lo había “visto” antes de esa forma. Era todo. Era él.

      Recuerdo la desolación de ir siendo testigo silencioso de una historia de amor que quería que fuera mía. Ver desde la barrera cada foto, cada momento compartido fue doloroso. Y no podía entenderlo. Era un duelo, otro duelo. Diría que incluso más doloroso, aunque sea difícil de entender.

      Pero un día soñé contigo. Estabas al lado de Rafa, y me entregabas un corazón. Supe que era una señal. Era tu forma de decirme “paciencia”.

      Y tuvo que irse tu hermana para que juntas recolocarais las piezas. Y la llamada de pésame se convirtiera en un reencuentro, en una invitación a la presentación de Más allá de esta vida. La senda estaba iniciada y en ese punto estaba decidida mi entrada. El paso a escena.

      Y a partir de ahí, ya lo sabes: magia. Mucha magia. Un universo completo. La magia del amor aquí y allí, la magia que todo lo trasciende, que crea realidades espectaculares, que hace que la vida sea chula, muy chula, cada día que amanece.

      Más allá de esta vida resultó ser la historia de ese amor que tuve que vivir como espectadora desde un papel que nadie más que yo veía. Leer cada letra de esa obra me trasportaba de nuevo al dolor de saber que mientras esas situaciones se habían dado yo también estaba sufriendo. Al terminar de leerlo, lo entendí. Ese dolor no era amor. El amor no duele aunque no esté con nosotros, el amor es más. Está más allá de todo.

      Y luego vino Magia más allá de esta vida, donde están mis hijos, mi amiga Inma, tú y un ángel que no supimos hasta después que era Rafa. Y es que me imagino a los dos, a ti y a él, divertidos viendo lo que pasa aquí abajo, cómo a veces torpes no captamos señales, cómo otras veces una brisa de viento, una ducha que se abre, un arco iris, nos permite volver a conectar con vosotros.

      Y cierra la trilogía “21 gramos”, lo que no quiero que pase. No sé si será tal cual le has dictado, algo me dice que sí. Y tiemblo de pensarlo pero también con el convencimiento que todo lo que hemos vivido nos permite pensar que lo que esté por venir, será provisional y que nos reencontraremos otra vez, todos. Y que el amor estará presente como lo ha estado hasta ahora, jugando con nuestras almas, envolviéndolas para que podamos saber el sentido de la vida.

      Qué bien lo has hecho: tres obras, tres momentos: pasado, presente y futuro.

      Todos los días te doy las gracias porque sé que este hueco lo ocupo gracias a ti. Me diste el regalo de ver en primera línea como Quique recibe tus palabras y las transforma en obras de teatro, como una especie de éxtasis hace que fluyan las tramas. Me dejaste el regalo de estar cerca de ellos, de vivir donde vivo, de vivir lo que vivo. Tú me has mandado y sabes que no te defraudaré. Lo cuidaré, lo amaré cada día. Gracias por crear estas tres obras. Gracias por crear un Universo. Gracias más allá de esta vida.

      Ana Peinado

      ACTO ÚNICO

      ESCENA PRIMERA

      Eva está apoyada en una baranda de madera. Desde ese lugar se aprecia el lago, rodeado de un bosque denso, cubierto todo por el cielo plomizo que permanentemente predomina en la zona. Su expresión es dura, deja la mirada como perdida en el horizonte. Es donde se encuentran las almas atormentadas, y aunque no es su caso, a veces sí necesita dejar que sus sentimientos se muestren tal como los siente, aunque no sean los más oportunos para desarrollar su misión.

      Eva: No necesito comprender lo que es sabido y, por tanto, no voy a reclamar nada que sería absurdo, pero sí dispongo del derecho a sentir que algunas circunstancias no están del todo bien previstas, aunque, posteriormente, entienda mi misión y el bien que, con toda seguridad, haremos en los que quedaron allí. Sin embargo, hoy tengo preguntas que suelo mantener en el lugar que le corresponden, el de la aceptación, pero que desean salir, compartir este cielo gris y, luego, volver a su lugar, donde seguirán sin molestar, agotadas de no encontrar el sentido que ya no procede solicitar.

      (Camina unos pocos pasos alrededor del lugar donde se encuentra para volver a situarse en el mismo sitio y continuar con su monólogo)

      ¿Acaso es justo que me marchara con 44 años?, ¿que dejara a mis hijos tan pequeños sin poder disfrutar de su madre?, ¿que no pudiera luchar por crear una pareja eterna con Quique?, ¿que no siguiera disfrutando de mis amigos? Debo ser honesta, Vida, y atribuirte un grave error, como en tantas ocasiones te sucede. De hecho, no por ser quien dispone de todos nosotros aciertas con la precisión de la Verdad, ni siquiera hay que asumir que eres el Amor absoluto que todo lo gestiona para el bien colectivo, porque no siempre aciertas, y conmigo te equivocaste. ¿Las razones de tu error? No era el momento, no debías generar tanto dolor en los que quedaron, y no es justo asumir que otros sí puedan desarrollar su senda, cuando a los demás nos lo impediste.

      Sabes que no creo que yo merezca más que otros, ni siquiera he llegado a pensar nunca que otros lo merezcan antes, o menos. Sabes, además, que asumo mi misión, de hecho la asumí desde el primer momento, y ahí estaré, hasta el fin de los días, cumpliendo con la necesidad de provocar el amor en esos seres que tanto me necesitan en este preciso instante.

      Quizás no alcanzo


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