Más allá de esta vida. Enrique Garcés de los Fayos

Más allá de esta vida - Enrique Garcés de los Fayos


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que digo cosas que no tienen sentido, o quizás sí lo tiene, pero que no sirven para lo más importante, que vuelvas. Estoy deseando ser capaz de percibir tus señales, pero soy la persona más torpe de este mundo. No creas que no procuro estar atento a todo. ¿Sabes?, cuando salgo a pasear intento fijarme en cualquier situación que se salga un poco de lo normal, pero lo hago mal, porque sé que lo realizo desde la ansiedad y así no puedo encontrarte. Entonces crece mi frustración y me enfado. Un verdadero desastre (hace una pausa). No puedo mentirte, ahora mismo ignoro si voy a ser capaz de salir de este abismo en el que siento que he instalado mi vida, pero voy a seguir trabajando para salir de él, si así me acerco más a ti.

      Solo necesito esa señal que sea definitiva, que me obligue a doblegar cada uno de esos pensamientos erráticos que me hacen sufrir cada segundo que vivo sin ti.

      (En ese momento hace una pausa, vuelve la mirada hacia la calle y queda absorto observando la noche que ya se ha hecho dueña del lugar. Suena el teléfono. Acude para comprobar quién es)

      Quique: ¿Isa?, ¡qué sorpresa!

      Isa: El otro día, en el tanatorio no pude hablar contigo demasiado.

      Quique: No te preocupes, fue un día muy complejo. Sabes que tú no tienes obligaciones con esta familia.

      Isa: Lo sé, pero necesito hablar contigo. Es más por mí, que por ti.

      Quique: ¿Y eso?

      Isa: No quisiera que creyeras que estoy loca, pero (hace una pausa) he hablado con Eva.

      Quique: ¡Cómo! (Exclama, sintiendo cómo su cuerpo se tensa).

      Isa: Exactamente no es hablar. La siento cerca, hay señales que me hacen comprender mensajes que…

      (Se produce un silencio prolongado, ninguno de los dos sabe cómo continuar. Vuelve a hablar Isa)

      Isa: Entre otras sensaciones, supe que debía hablar contigo para contarte mi experiencia y quizás ayudarte. No sé.

      Quique: Sí, claro que quiero que me la cuentes.

      Isa: Te invito mañana a desayunar en mi casa. ¿Puedes?

      Quique: Sí, por supuesto. Gracias por esta llamada.

      Isa: ¿Por qué, gracias?

      Quique: Justo antes de llamar, pensaba en una señal que me hiciese más fácil acceder a ella, y creo que tú eres esa señal.

      ESCENA CUARTA

      Quique está en casa de Isa. Sentados en una mesa, cerca de la ventana por donde entra una luz maravillosa, de un día que no hace demasiado que amaneció. Café, unas galletas, de las que ya han dado buena cuenta y una bonita conversación. Es el momento en que ambos hacen conscientes la magia de la situación.

      Isa: Como te he dicho antes, Quique, fue una situación tan nítida que, además, de la alegría increíble de sentirla tan cerca, todo me superó, hasta que pasado el primer momento me llené de serenidad.

      Quique: A mí me sucedió algo similar. Sobre todo, fue maravillosa esa sensación de serenidad que lo colmaba todo.

      Isa: Es increíble, ¿verdad?

      Quique: Sin embargo, algo sucede porque no soy capaz de volver a sentirla a mi lado. Sé que son esas emociones tan negativas que me hacen demasiado mal.

      Isa: Y a ella.

      Quique: ¿Qué quieres decir?

      Isa: Sé que Eva está deseando estar a tu lado para que tu camino sea mucho más tranquilo, pero también necesita sentir que tú estás cerca.

      Quique: ¿Ella? (Pregunta algo confundido).

      Isa: Su alma se ha encontrado en un lugar que, en principio, le debe resultar muy ajeno, aunque sea el sitio donde han de terminar todas las almas. Si pudiera sentirse acompañada estaría más feliz.

      Quique: Nunca lo hubiese imaginado desde esa perspectiva, Isa.

      Isa: Somos seres muy egoístas. Ahora mismo tú lo estás siendo. No quiero que puedas tomarlo mal, pero…

      Quique: No, de ninguna manera lo entiendo así. Me estás haciendo tener una perspectiva que nunca hubiese contemplado, y ahora… (hace una pausa para retomar el curso de la conversación). Pero continúa.

      Isa: Pienso que cuando fallece alguien a quien queremos tanto, como es el caso de Eva, necesitamos sentir mucho dolor, pero el exceso del mismo no tiene más sentido que dar cobertura a nuestra propia compasión. Necesitamos compadecernos y seguir siendo la víctima que ha quedado aquí y se pregunta ¿ahora qué?

      Quique: ¡Vaya!

      Isa: Y quizás deba existir un momento en el que paremos el curso de esos pensamientos, que van enquistando los peores sentimientos y nos impiden avanzar. Quizás si pensáramos en ella…

      Quique: No he dejado de pensar en Eva ni un solo instante.

      Isa: Si pensáramos en ella, sin tanto egoísmo, si elimináramos el yo de nuestro discurso podríamos ponernos en la mente de esa alma que, ahora mismo, lo único que pretende es seguir ofreciéndote todo el amor que es capaz.

      (Se produce una larga pausa, Isa ignora si ha ido demasiado lejos exigiéndole a Quique un cambio radical en su actitud ante la pérdida de su mujer, y éste ha quedado pensativo, reflexionando acerca de cada una de las palabras que le ha ofrecido su amiga)

      Isa: Quizás si mataras a los monstruos que te están torturando, si te centras en hacer crecer todo el amor que sientes hacia ella, puedas lograr salir de ese bloqueo.

      Quique: Estoy seguro que tienes razón, pero no sé cómo hacerlo. Es fácil decir que abra mi mente a las señales, a qué señales, no encuentro ninguna.

      (En ese momento, Quique intenta coger una galleta y el plato se desliza ligeramente).

      Isa: ¿Lo has visto? El plato se ha movido.

      Quique: ¡Joder! ¿Que si lo he visto?

      Isa: ¿Y esto? (Pregunta sorprendida).

      Quique: Eva nunca quiso que me pasara comiendo dulces. Es como si me hubiese quitado el plato cuando iba a…

      Isa: Como si, no. Te lo ha quitado. No querías una señal.

      (Ambos se levantan y se abrazan, lloran de alegría y dejan que sean los sentimientos los que inunden ese momento, en el que quizás Quique pueda al fin comprender cómo estar más atento a las señales).

      ESCENA QUINTA

      Eva vuelve al lago en el que estuvo anteriormente. Está con Ángel, un alma recién llegada, aún no ha empezado a trabajar con él, pero les une algo de la otra vida, algo de lo que ya habrá tiempo de abordar.

      Ángel: Te observo muy pensativa.

      Eva: Sí, ya irás comprobando que la preocupación forma parte de nuestra misión diaria.

      Ángel: Entiendo que me hablas de problemas.

      Eva: No se trata de problemas como los entendíamos antes. Sería más propio hablar de falta de sintonización con nuestros seres queridos. ¿No te ha pasado también a ti?

      Ángel: De hecho, me he dado cuenta que algunos de nuestros seres queridos son más sensibles a nuestras señales.

      Eva: Pues esa es la cuestión (afirma, indicándole que le acompañe a un banco próximo, en el que se sientan).

      Ángel: ¿Y qué debemos hacer en los casos en los que se resisten más?

      Eva: Insistir con las señales hasta que no tengan más remedio que darse cuenta de su existencia y desaparezcan las dudas (hace una pausa). Pero sucede, a veces, que son muy empecinados en hacer de su tristeza un infierno cada vez más profundo.

      Ángel: ¿Quique?

      Eva: Sí, de él se trata. Pero bueno, no te preocupes. Ahora disfruta del paisaje y de la aparente contradicción del lugar en el que estamos.

      Ángel:


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