¿En qué punto estamos? 3ª edición ampliada. Giorgio Agamben

¿En qué punto estamos? 3ª edición ampliada - Giorgio  Agamben


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vez llega a hacerse–, no creo que sea posible, al menos para aquellos que han mantenido un mínimo de lucidez, volver a vivir como antes. Y quizás este sea hoy el mayor motivo de desesperación, aunque, como se ha dicho, “sólo se nos ha dado la esperanza por el bien de aquellos que no tienen esperanza”.

      6. La epidemia muestra que el estado de excepción se ha vuelto regla

      Entrevista realizada por Nicolas Truong, en Le Monde, 28 de marzo de 2020

      En un texto publicado por Il Manifesto, usted expresó que la pandemia de Covid-19 era una supuesta epidemia, nada más que una especie de influenza. En vista del número de víctimas y de la rápida propagación del virus, en particular en Italia, ¿se arrepiente de esas afirmaciones?

      No soy ni virólogo ni médico, y en el artículo en cuestión me limitaba a citar textualmente lo que entonces (hace casi un mes) era la opinión del Consejo Nacional de Investigación italiano.

      Por otra parte, en un video al alcance de todos, Wolfgang Wodarg, quien fue presidente de la Comisión de la Salud del Consejo de Europa, va mucho más allá y afirma que hoy no estamos midiendo la incidencia de la enfermedad causada por el virus, sino la actividad de los especialistas que lo convierten en objeto de sus investigaciones. Pero no es mi intención entrar en el debate entre los científicos sobre la epidemia, me interesan las gravísimas consecuencias éticas y políticas que de ella derivan.

      “Parecería que, agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todo límite.” ¿En qué sentido se trata de una invención? El terrorismo, al igual que una epidemia, si bien son reales, ¿pueden acarrear consecuencias políticas inaceptables?

      Cuando se habla de invención en un ámbito político, es necesario no olvidar que esto no debe entenderse en un sentido únicamente subjetivo. Los historiadores saben que hay conspiraciones, por así decirlo, objetivas, que parecen funcionar como tales sin ser conducidas por un sujeto identificable. Como mostró Michel Foucault antes que yo, los gobiernos securitarios que se sirven del paradigma de la seguridad no funcionan necesariamente produciendo la situación de excepción, sino explotándola y dirigiéndola una vez que se produce. Por cierto no soy el único en pensar que para un gobierno totalitario como el de China la epidemia ha sido el instrumento ideal para verificar la posibilidad de aislar y controlar una región entera. Y el hecho de que en Europa podamos referirnos a China como modelo muestra sólo el grado de irresponsabilidad política al que nos ha arrojado el miedo. Sería necesario preguntarse si no es bastante extraño que el gobierno de ese país haya declarado que la epidemia ha concluido cuando lo consideró conveniente.

      ¿Por qué, según usted, el estado de excepción es injustificado, cuando el confinamiento parece ser para los científicos el único medio de detener la propagación del virus?

      En nuestra situación de confusión babélica de los lenguajes, cada categoría persigue sus propias razones particulares sin tener en cuenta las razones de los demás. Para el virólogo, el enemigo que se debe combatir es el virus; para el médico, el único objetivo es la curación; para el gobierno, se trata de mantener el control, y es posible que incluso yo haga lo mismo al recordar que el precio que hay que pagar por esto no debe ser demasiado alto. En Europa ha habido epidemias mucho más graves, pero a nadie se le había ocurrido declarar a causa de ello un estado de emergencia como el que, en Italia y Francia, prácticamente nos impide vivir. Teniendo en cuenta que en Italia la enfermedad hasta el presente ha afectado a menos de una de cada mil personas, es válido preguntarse qué se haría si la epidemia de veras empeorara. El miedo es un mal consejero y no creo que transformar el país en un país apestado, donde cada quien mira a sus semejantes como una ocasión para el contagio, sea realmente la solución correcta. La falsa lógica es siempre la misma: así como frente al terrorismo se afirmaba que la libertad debía ser suprimida para defenderla, también ahora se nos dice que es necesario suspender la vida a fin de protegerla.

      ¿Asistimos acaso a la instauración de un estado de excepción permanente?

      Lo que la epidemia muestra con claridad es que el estado de excepción, con el cual los gobiernos nos han familiarizado desde hace tiempo, se ha convertido en la condición normal. Los seres humanos se han acostumbrado hasta tal punto a vivir en un estado de crisis permanente que no parecen percatarse de que su vida se ha reducido a una condición puramente biológica, que ha perdido no sólo su dimensión política sino también cualquier dimensión simplemente humana. Una sociedad que vive en un estado de emergencia permanente no puede ser una sociedad libre. Vivimos hoy en una sociedad que ha sacrificado su libertad en nombre de las así llamadas “razones de seguridad” y, de este modo, se ha condenado a vivir en un estado de miedo e inseguridad permanente.

      ¿En qué sentido estamos experimentando hoy una crisis “biopolítica”?

      La política moderna es de principio a fin una biopolítica, donde la apuesta es a fin de cuentas la vida biológica como tal. El hecho novedoso es que la salud se convierte en una obligación jurídica que debe cumplirse a cualquier precio.

      ¿Por qué el problema no es la gravedad de la enfermedad, sino el colapso de toda ética y de toda política que esta ha producido?

      El miedo hace que aparezcan muchas cosas que se fingía no ver. La primera es que nuestra sociedad ya no cree en nada más que en la vida desnuda. En mi opinión es evidente que los italianos han demostrado que están dispuestos a sacrificar prácticamente todo, sus condiciones normales de vida, sus relaciones sociales, el trabajo e incluso las amistades, los afectos y las convicciones políticas y religiosas ante el peligro de contagiarse.

      La vida desnuda no es algo que una a las personas, sino que más bien las ciega y las separa. Los demás seres humanos, como en la peste descrita por Manzoni en su novela Los novios, no son sino agentes de contagio, a quienes hay que mantener al menos a un metro de distancia y castigar si se acercan demasiado. Incluso los muertos –esto es verdaderamente bárbaro– ya no tienen derecho a un funeral y no está claro qué sucederá con sus cadáveres. Nuestro prójimo ya no existe y es en verdad desconcertante que las dos religiones que parecían regir Occidente, el cristianismo y el capitalismo, la religión de Cristo y la religión del dinero, callen. ¿Qué pasa con las relaciones humanas en un país que se acostumbra a vivir en tales condiciones? ¿Y qué es una sociedad que cree sólo en la supervivencia?

      Es un espectáculo deprimente ver toda una sociedad, enfrentada a un peligro por lo demás incierto, liquidar en bloque todos sus valores éticos y políticos. Una vez que todo esto haya pasado, no creo que pueda volver jamás al estado normal.

      ¿Cómo cree que será el mundo después de la epidemia?

      Lo que me preocupa no es sólo el presente, sino también lo que vendrá después. Así como las guerras nos han legado una serie de tecnologías nefastas, de la misma manera es altamente probable que se busque continuar, después del fin de la emergencia sanitaria, con los experimentos que los gobiernos todavía no habían conseguido realizar: las universidades cerrarán sus puertas a los estudiantes y los cursos se impartirán online, las personas dejarán de reunirse para hablar de cuestiones políticas o culturales, y donde sea posible los dispositivos digitales sustituirán todo contacto –todo contagio– entre los seres humanos.

      7. Distanciamiento social

      6 de abril de 2020

      No sabemos dónde nos espera la muerte, esperémosla en todas partes. Meditar sobre la muerte es meditar sobre la libertad. Quien ha aprendido a morir, ha desaprendido a servir. Saber morir nos libera de toda sumisión y de toda coerción.

      Michel de Montaigne

      Dado que la historia nos enseña que todo fenómeno social tiene o puede tener implicaciones políticas, resulta oportuno prestar atención al nuevo concepto que ha ingresado hoy en el léxico político de Occidente: “distanciamiento social”. Si bien el término probablemente se ha acuñado como un eufemismo respecto de la crudeza del término “confinamiento” empleado hasta ahora, es necesario preguntarse cuál sería el ordenamiento político que podría basarse en aquel término. Esto es mucho más urgente


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