Una Tierra de Fuego . Морган Райс
que prepararte para el día en que seas Rey».
Thor abrió los ojos sorprendido.
«¿Yo? ¿Rey?»
Su madre asintió.
«Es tu destino, Thorgrin. Eres la última esperanza. Eres tú quién debe ser Rey de los Druidas».
«¿Rey de los Druidas?», preguntó, intentando entenderlo. «Pero…no lo entiendo. Yo pensaba que estaba en la Tierra de los Druidas».
«Los Druidas ya no viven aquí», explicó su madre. «Somos una nación en el exilio. Ahora viven en un reino lejano, en las lejanas lindes del Imperio y corren un grave peligro. Tu destino es convertirte en su Rey. Te necesitan y tú los necesitas a ellos. Colectivamente, necesitaremos tu poder para luchar contra el más gran poder conocido por nosotros. Una amenaza mucho más grande que los dragones».
Thor la miró pensativo.
«Estoy muy confundido, Madre», admitió.
«Esto se debe a que tu entrenamiento no está completo. Has avanzado mucho, pero no has empezado todavía a alcanzar los niveles que necesitarás para ser un gran guerrero. Conocerás nuevos profesores poderosos que te guiarán, que te llevarán a niveles más altos de lo que puedas imaginarte. Todavía no has empezado a ver al guerrero en el que te convertirás».
«Y necesitarás todo su entrenamiento», continuó ella. «Te encontrarás con imperios monstruosos, reinos más grandes que cualquiera que hayas visto jamás. Te encontrarás con tiranos salvajes, que harán que Andrónico te parezca nada».
Su madre lo examinó con los ojos llenos de sabiduría y compasión.
«La vida siempre es más grande de lo que imaginas, Thorgrin», continuó. «Siempre más grande. El Anillo, bajo tu perspectiva, es un gran reino, el centro del mundo. Pero es un reino pequeño comparado con el resto del mundo; no es más que una mota dentro del Imperio. Existen mundos, Thorgrin, más allá de lo que puedas imaginar, más grandes de lo que jamás hayas visto. Todavía no has empezado a vivir». Hizo una pausa. «Necesitarás esto».
Thor miró hacia abajo al notar algo en su muñeca y vio cómo su madre le abrochaba un brazalete de varios centímetros de anchura, que le cubría medio antebrazo. Era de oro brillante, con un único diamante negro en el centro. Era la cosa más bonita y más poderosa que jamás había visto y, colocado allí en su muñeca, sentía como su poder vibraba y se le infundía en él.
«Mientras lo lleves puesto», dijo ella, «ningún hombre nacido de mujer podrá hacerte daño».
Thor la miró y en su mente pasaban rápidamente las imágenes que había visto más allá de las ventanas de cristal y sintió de nuevo la urgencia por Guwayne, de salvar a Gwendolyn, de salvar a su pueblo.
Pero una parte de él no quería irse de aquí, de este lugar de sus sueños al que nunca podría volver, no quería dejar a su madre.
Examinó su brazalete, sintiendo como su poder lo inundaba. Sentía como si llevara un pedazo de su madre.
«¿Ésta es la razón por la que teníamos que encontrarnos?» preguntó Thor. «¿Para que pudiera recibir esto?»
Ella asintió.
«Y más importante aún», dijo ella, «para recibir mi amor. Como guerrero, tendrás que aprender a odiar. Pero es igual de importante que aprendas a amar. El amor es la más fuerte de las dos fuerzas. El odio puede matar a un hombre, pero el amor lo puede levantar y se necesita más poder para sanar que para matar. Debes conocer el odio, pero también debes conocer el amor y debes saber cuando elegir a cada uno de ellos. Debes aprender no sólo a amar, sino también a permitirte recibir amor. Igual que necesitamos nuestras comidas necesitamos el amor. Debes saber lo mucho que te quiero. Lo mucho que te acepto. Lo orgullosa que estoy de ti. Debes saber que siempre estoy contigo. Y debes saber que nos volveremos a encontrar. Mientras tanto, deja que todo mi amor te lleve. Y más importante, permítete quererte y aceptarte».
La madre de Thor se adelantó y lo abrazó y él la abrazó a ella. Era una sensación tan buena tenerla entre los brazos, saber que tenía una madre, una madre de verdad, que existía en el mundo. Mientras la abrazaba, se sentía lleno de amor, y eso le hacía sentirse apoyado, nacido de nuevo, preparado para enfrentarse a todo.
Thor se hizo para atrás y la miró a los ojos. Eran sus ojos, ojos grises, destelleantes.
Ella posó sus manos en su cabeza, se inclinó y le besó la frente. Thor cerró los ojos y deseó que el momento nunca acabara.
Thor, de repente, sintió una fresca brisa en sus brazos, oyó el sonido de olas chocando, sintió el aire húmedo del océano. Abrió los ojos y miró alrededor sorprendido.
Para su sorpresa, su madre había desaparecido. El castillo había desaparecido. El acantilado había desaparecido. Miró a su alrededor y vio que estaba en una playa, la playa escarlata que está a la entrada de la Tierra de los Druidas. De alguna manera había salido de la Tierra de los Druidas. Y estaba completamente solo.
Su madre se había esfumado.
Thor miró a su muñeca, a su nuevo brazalete de oro con el diamante negro en el centro, y se sintió transformado. Sintió que su madre estaba con él, sintió su amor, se sintió capaz de conquistar el mundo. Se sintió más fuerte de lo que jamás se había sentido. Se sintió preparado para dirigirse a la batalla contra cualquier enemigo, salvar a su esposa, a su hijo.
Al oír un ronroneo Thor dio un vistazo a su alrededor y se alegró de ver a Mycoples sentado no muy lejos, levantando lentamente sus grandes alas. Ella ronroneó y se dirigió hacia él y Thor sintió que Mycoples estaba preparada también.
Mientras se aproximaba Thor miró hacia abajo y se sorprendió de ver algo posado en la playa, que había estado oculto tras ella. Era blanco, grande y redondo. Thor lo miró de cerca y vio que era un huevo.
El huevo de un dragón.
Mycoples miró hacia Thor y Thor la miró a ella, sorprendido. Mycoples miró de nuevo al huevo con tristeza, sin querer abandonarlo pero sabiendo que tenía que hacerlo. Thor miró al huevo maravillado y preguntándose qué clase de dragón saldría de Mycoples y Ralibar. Sintió que sería el dragón más grande que un humano haya conocido nunca.
Thor se montó encima de Mycoples y ambos se giraron para mirar por última vez durante un largo rato la Tierra de los Druidas, este misterioso lugar que había acogido a Thor y lo había expulsado. Era un lugar al que Thor temía, un lugar que nunca entendería del todo.
Thor se giró y miró hacia el gran oceáno que estaba enfrente de ellos.
«Es tiempo de guerra, amigo mío», ordenó Thor con voz retumbante, segura, la voz de un hombre, de un guerrero, de un futuro Rey.
Mycoples chilló, levantó sus grandes alas y los dos se elevaron hacia el cielo, por encima del océano, lejos de este mundo, con dirección hacia Guwayne, Gwendolyn, Rómulo, sus dragones y la batalla de su vida, para Thor.
CAPÍTULO CUATRO
Rómulo estaba en la proa de su barco, el primero de la flota, miles de barcos del Imperio a su espalda y miraba hacia el horizonte con gran satisfacción. Por encima volaba su manada de dragones, llenando el aire con sus chillidos, luchando contra Ralibar. Rómulo se agarraba a la barandilla mientras miraba, clavando sus largas uñas en ella, cogiéndo la madera con fuerza mientras observaba como sus bestias atacaban a Ralibar y lo hundían en el océano, una y otra vez, inmovilizándolo bajo el agua.
Rómulo gritó de alegría y apretó tan fuerte la barandilla que se hizo pedazos mientras observaba como sus dragones salían disparados del mar, victoriosos, sin rastro de Ralibar. Rómulo levantó las manos por encima de su cabeza y se inclinó hacia adelante, sintiendo un ardiente poder en sus palmas.
«Adelante, mis dragones», susurró, con los ojos brillantes. «Adelante».
Tan pronto pronunció las palabras los dragones se giraron y fijaron su mirada en las Islas Superiores; se apresuraron, chillando, levantando sus alas. Rómulo sintió que los controlaba, se sentía invencible,