Una Carga De Valor . Морган Райс
pasaba su mano sobre la frente. Y entonces, las últimas palabras que escuchó, antes de que sus ojos se cerraran, fueron las de Illepra:
"Las heridas en el cuerpo son ligeras, mi Lord. Las heridas en su espíritu, son las más profundas".
Cuando Gwen despertó otra vez, escuchó el crepitar del fuego. No podía saber cuánto tiempo había pasado. Parpadeó varias veces, mientras miraba alrededor de la habitación oscurecida y vio que la multitud se había dispersado. Las únicas personas que se quedaron fueron Steffen, sentado en una silla junto a su cama, Illepra, que estaba parada junto a ella, aplicando un ungüento en su muñeca, y sólo una persona más. Era un anciano amable, que la miraba con preocupación. Ella casi lo reconoció, pero fue difícil ubicarlo. Se sentía cansada, muy cansada, como si no hubiera dormido en años.
"¿Mi señora?", dijo el anciano, inclinándose. Tenía algo grande en ambas manos, y ella miró hacia abajo y se dio cuenta de que era un libro encuadernado en cuero.
"Soy Aberthol", dijo. "Su maestro. ¿Me oye?".
Gwen tragó saliva y asintió lentamente con la cabeza, abriendo un poco los ojos.
"He estado esperando horas para verla", dijo. "La vi agitada".
Gwen asintió lentamente, recordando, agradecida por su presencia.
Aberthol se inclinó y abrió su gran libro, y ella podía sentir el peso de él en su regazo. Escuchó el crujido de sus pesadas páginas, mientras él les daba vuelta.
"Es uno de los pocos libros que salvé", dijo él, "antes de que quemaran la Casa de los Eruditos. Es la cuarta historia de los MacGil. La ha leído. Adentro están escondidas las historias de conquista y triunfos y derrotas, por supuesto – sin embargo, también hay otras historias. Historias de los grandes líderes heridos. De heridas en el cuerpo y heridas del espíritu. Todo tipo de lesiones imaginables, mi señora. Y esto es lo que he venido a decirle: incluso los mejores hombres y mujeres han sufrido tratos inimaginables, lesiones y torturas. No está sola. Es un rayo en la rueda del tiempo. Hay muchos otros que han sufrido peores cosas que usted – y muchos que sobrevivieron y que llegaron a convertirse en grandes líderes.
"No se sienta avergonzada", dijo, agarrando su muñeca. "Eso es lo que quiero decirle. Nunca se avergüence. No debe haber ninguna vergüenza en usted – sólo honor y coraje por lo que ha hecho. Es la mejor gobernante que ha tenido el Anillo. Y esto no la disminuye en modo alguno.
Gwen, conmovida por sus palabras, sintió que una lágrima rodaba por su mejilla. Sus palabras eran justo lo que necesitaba escuchar, y se sintió muy agradecida por ellas. Lógicamente, sabía y entendía que él tenía razón.
Pero emocionalmente, todavía tenía problemas para sentirlo. Una parte de ella no podía evitar sentirse como si de alguna manera hubiera sido dañada para siempre. Ella sabía que no era cierto, pero eso es lo que sentía.
Aberthol sonrió, mientras sostenía un libro más pequeño.
"¿Recuerda éste?", preguntó, dando vuelta a su cubierta encuadernado en cuero rojo. "Era su favorito durante la infancia. Las leyendas de nuestros padres. Allí hay una historia en particular, que pensé en leerle, para ayudarla a pasar el tiempo".
Gwen estaba conmovida por el gesto, pero no podía aguantar más. Ella meneó la cabeza, con tristeza.
"Gracias", dijo, con su voz ronca, mientras otra lágrima rodaba por su mejilla. "Pero no puedo escucharla ahora".
En el rostro de él se reflejó la decepción, luego asintió, comprendiendo.
"En otra ocasión", dijo ella, sintiéndose abatida. "Necesito estar sola. Si no te molesta, déjame sola, por favor. Déjenme todos ustedes", dijo ella, girando y mirando a Steffen y a Illepra.
Todos ellos se levantaron e inclinaron sus cabezas, luego se volvieron y salieron apresuradamente de la habitación.
Gwen se sentía culpable, pero no podía evitarlo, quería hacerse bolita y morir. Ella escuchó cruzar sus pasos por la habitación, oyó que la puerta se cerraba detrás de ellos y levantó la vista para asegurarse de que la habitación estuviera vacía.
Pero se sorprendió al ver que no lo estaba: había una figura solitaria, parada en la puerta, erguida, con su postura perfecta, como siempre. Ella caminaba lenta y señorialmente hacia Gwen, deteniéndose a pocos metros de su cama, mirándola, inexpresiva.
Era su madre.
Gwen se sorprendió al verla allí parada, la ex reina, tan señorial y orgullosa como siempre, la miraba con una expresión más fría que nunca. No había ninguna compasión detrás de sus ojos, como había detrás de los ojos de los otros visitantes.
"¿Por qué estás aquí?", preguntó Gwen.
"He venido a verte".
"Pero yo no quiero verte", dijo Gwen. "No quiero ver a nadie".
"No me importa lo que quieras", dijo su madre, fría y segura. "Yo soy tu madre, y tengo derecho a verte cuando quiera".
Gwen sintió surgir su vieja ira hacia su madre; ella era a la última persona que quería ver en este momento. Pero conocía bien a su madre y sabía que no se iría hasta decir lo que tenía en mente.
"Entonces, habla", dijo Gwendolyn. "Habla y vete y acaba conmigo".
Su madre suspiró.
"No sabes esto", dijo su madre. "Pero cuando era joven, de tu edad, fui atacada de la misma manera que tú".
Gwen la miró, sorprendida; no tenía idea de eso.
"Tu padre lo sabía", continuó diciendo su madre. "Y no le importó. De todos modos se casó conmigo. En ese entonces, sentí que mi mundo había terminado. "Pero no fue así".
Gwen cerró los ojos, sintiendo que otra lágrima rodaba por sus mejillas, tratando de bloquear el asunto. Ella no quería escuchar la historia de su madre. Era demasiado tarde para que su madre sintiera verdadera compasión. ¿Creía que podría entrar aquí, después de tantos años de malos tratos y contarle una historia solidaria y esperar a cambio que eso reparara todo?
"¿Ya terminaste?", preguntó Gwendolyn.
Su madre dio un paso adelante. "No, no he terminado", dijo con firmeza. "Ahora eres la Reina – es hora de actuar como tal", dijo su madre, con su voz tan dura como el acero. Gwen escuchó una fuerza en ella, que nunca había oído antes. "Sientes lástima por ti misma. Pero las mujeres, todos los días, en todas partes, sufren peores destinos que tú. Lo que te ha pasado no es nada en la maquinación de la vida. ¿Entiendes? No es nada".
Su madre suspiró.
"Si quieres sobrevivir y sentirte bien en este mundo, tienes que ser fuerte. Más fuerte que los hombres. Los hombres te afectarán, de una forma o de otra. No es lo que te sucede – es cómo lo percibes. Cómo reaccionas ante eso. Eso es sobre lo que tienes control. Puedes agonizar y morir. O puedes ser fuerte. Eso es lo que diferencia a las niñas de las mujeres".
Gwen sabía que su madre estaba tratando de ayudar, pero le molestaba la falta de compasión en su enfoque. Y odiaba ser aleccionada.
"Te odio", le dijo Gwendolyn. "Siempre te he odiado".
"Lo sé", dijo su madre. "Y yo también te odio. Pero eso no significa que no podamos entendernos mutuamente. No quiero tu amor – lo que quiero es que seas fuerte. Este mundo no está gobernado por personas débiles y temerosas – está gobernado por aquellos que sacuden la cabeza ante la adversidad, como si no significara nada. Puedes colapsar y morir, si lo deseas. Hay un montón de tiempo para eso. Pero eso es aburrido. Sé fuerte y vive. Vive de verdad. Sé un ejemplo para otros. Porque un día, te lo aseguro, vas a morir de todos modos. Y mientras estés viva, más te vale vivir".
"¡Déjame en paz!". Gwendolyn gritó, incapaz de oír una palabra más.
Su madre la miraba fríamente, después, finalmente, tras un silencio interminable, se dio vuelta y salió pavoneándose de la habitación y azotó la puerta detrás de ella.
En el silencio vacío, Gwen comenzó a llorar,