Agente Cero . Джек Марс

Agente Cero  - Джек Марс


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dejó calentar por unos minutos, juntando sus manos sobre su boca y soplando aliento caliente sobre sus dedos congelados. Este era su segundo invierno en Nueva York, y no parecía que se estaba aclimatando a un ambiente más frío. En Virginia el pensaba que cuatro grados en Febrero era frígido. Al menos no está nevando, él pensó. El lado positivo.

      El viaje desde el campus de Columbia a casa era de sólo siete millas, pero el tráfico a esta hora del día era pesado y los compañeros viajeros eran generalmente irritantes. Reid mitigó eso, con los audiolibros que su hija mayor le había entregado recientemente. Él estaba haciéndose camino a través de El Nombre de la Rosa de Umberto Eco, sin embargo, él apenas escuchaba las palabras el día de hoy. Pensaba sobre el mensaje encriptado de Maya.

      El hogar de Lawson era un búngalo de dos pisos con ladrillos marrones en Riverdale, en el extremo del norte del Bronx. Amaba el vecindario bucólico, suburbano — la proximidad de la ciudad y la universidad, las sinuosas calles que daban paso a amplios bulevares al sur. Las chicas lo amaban también y, si Maya era aceptada en Columbia o incluso en su escuela de seguridad en NYU, ella no tendría que salir de casa.

      Reid supo inmediatamente que algo era diferente cuando entró a la casa. Podía olerlo en el aire y escuchó voces que venían de la cocina al final del pasillo. Él dejó su bolso de mensajero y se quitó silenciosamente su chaqueta deportiva antes de salir del vestíbulo en puntillas.

      “¿Qué demonios está sucediendo aquí?” él preguntó en forma de saludo.

      “¡Hola Papi!” Sara, su hija de catorce años, saltó sobre las puntas de sus pies mientras observaba a Maya, su hermana mayor, realizar un ritual sospechoso sobre un plato de hornear de Pírex. “¡Estamos haciendo la cena!”

      “Estoy haciendo la cena”, murmuró Maya sin mirar hacia arriba. “Ella es un espectador.”

      Reid pestañeó con sorpresa. “Está bien. Tengo preguntas.” Él miró sobre el hombro de Maya mientras ella aplicaba un glaseado purpurino a una fila ordenada de chuletas de cerdo. “Comenzando con… ¿huh?”

      Maya todavía no levantaba la vista. “No me mires así”, dijo ella. “Si van a hacer que economía doméstica sea una clase obligatoria, le voy a dar algo de uso”. Finalmente ella miró hacia él y sonrió levemente. “Y no te acostumbres”.

      Reid levantó sus manos defensivamente. “De ninguna manera”.

      Maya tenía dieciséis y era peligrosamente inteligente. Ella claramente había heredado el intelecto de su madre; tenía el cabello oscuro de Reid, una sonrisa pensativa y un talento para lo dramático. Sara, por otro lado, consiguió su aspecto enteramente de Kate. A medida que se convirtió en una adolescente, a veces a Reid le dolía verla a la cara, aunque nunca la dejaba de ver. Ella también adquirió el temperamento ardiente de Kate. La mayoría del tiempo, Sara era toda un encanto, pero de vez en cuando ella podía detonar y las consecuencias podrían ser devastadoras.

      Reid observaba perplejo como las niñas ponían la mesa y servían la cena. “Maya, esto se ve asombroso”, el comentó.

      “Oh, espera. Una cosa más”. Ella retiró algo de la nevera — una botella marrón. “El Belga es tu favorito, ¿verdad?”

      Reid entrecerró los ojos. “¿Cómo lo…?”

      “No te preocupes, hice que tía Linda lo comprara”. Ella abrió la tapa y sirvió la cerveza en un vaso. “Bien. Ahora podemos comer”.

      Reid estaba extremadamente agradecido con la hermana de Kate, Linda, sólo hace unos pocos minutos. Lograr su profesorado asociado mientras criaba a dos niñas hasta la adolescencia hubiese sido una tarea imposible sin ella. Fue uno de los principales motivadores para mudarse a Nueva York, para que las niñas tuvieran una influencia femenina positiva cerca de ellas. (Sin embargo tenía que admitir, que no le gustaba que Linda le comprara una cerveza a su hija, sin importar para quien era).

      “Maya, esto es increíble”, él derramó luego del primer bocado.

      “Gracias. Es un glaseado de chipotle”.

      El limpió su boca, dejó su servilleta y preguntó: “Está bien, sospecho. ¿Qué hiciste?

      “¿Qué? ¡Nada!” ella insistió.

      “¿Qué rompiste?”

      “Yo no…”

      “¿Te suspendieron?”

      “Papá, por favor…”

      Reid, melodramáticamente, sujetó la mesa con ambas manos. “Oh Dios, no me digas que estás embarazada. Ni siquiera poseo una escopeta”.

      Sara se rió.

      “¿Podrías detenerte?” Maya resopló. “¿Sabes? Tengo permitido ser amable”. Comieron en silencio por un minuto más o menos, antes de que ella casualmente agregara: “Pero, ahora que lo mencionas…”

      “Oh, diablos. Aquí viene.”

      Ella aclaró su garganta y dijo: “Tendré algo cómo una cita. Para el día de San Valentín”.

      Reid casi se ahoga con su chuleta.

      Sara sonrió satisfecha. “Te lo dije él sería raro al respecto”.

      Él se recuperó y levantó una mano. “Espera, espera. No estoy siendo raro. Sólo que lo pensé… No sabía que estabas, eh… ¿Están saliendo?”

      “No”, dijo Maya rápidamente. Entonces ella encogió los hombros y miró su plato. “Quizás. No lo sé todavía. Pero él es un gran chico y quiere llevarme a cenar en la ciudad…”

      “En la ciudad”, repitió Reid.

      “Sí, Papá, en la ciudad. Y necesitaré un vestido. Es un lugar lujoso. En realidad no tengo nada que ponerme”.

      Hubo muchas ocasiones en las que Reid deseó desesperadamente que Kate estuviese ahí, pero quizás esto podría haberlas superado. Siempre había asumido que sus hijas tendrían citas en algún punto, pero el esperaba que no fuera sino hasta que tuviesen veinticinco. En tiempos como estos, el recurría a su acrónimo de padre favorito, QDK — ¿Qué diría Kate? Como un artista y un espíritu decididamente libre, ella probablemente habría manejado la situación muy diferente de lo que él lo haría, y el trató de mantenerse consciente de ello.

      Él debió parecer particularmente preocupado, porque Maya se rió un poco y puso sus manos en las de él. “¿Estás bien, Papá? Es sólo una cita. Nada va a suceder. No es gran cosa”.

      “Sí”, él dijo lentamente. “Tienes razón. Por supuesto, no es gran cosa. Podemos ver si tía Linda puede llevarte al centro comercial este fin de semana y…”

      “Quiero que tú me lleves”.

      “¿Tú quieres?”

      Ella se encogió. “Me refiero, no querría adquirir nada con lo que no estés de acuerdo”.

      Un vestido, cena en la ciudad y un chico… esto no era nada con lo que él realmente antes hubiese considerado lidiar.

      “Está bien entonces”, él dijo. “Iremos el Sábado. Pero tengo una condición — voy a elegir el juego de esta noche”.

      “Hmm”, dijo Maya. “Podemos hacer un trato. Déjame consultarlo con mi socio”. Maya se volteó hacia su hermana.

      Sara asistió. “Bien. Siempre que no sea Risk”.

      Reid se burló. “No sabes de lo que estás hablando. Risk es lo mejor”.

      Después de cenar, Sara limpió los platos mientras Maya hacia chocolate caliente. Reid colocó uno de sus favoritos, Ticket to Ride, un juego clásico acerca de construir rutas de trenes por todo Estados Unidos. Mientras acomodaba las cartas y los trenes de plástico, él se encontró así mismo pensando cuando esto había pasado. ¿Cuándo Maya había crecido tan rápido? En los últimos dos años, desde que Kate falleció,


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