Vencedor, Derrotado, Hijo . Морган Райс
ya había convertido en barro a su paso. Se forzaba a mantenerse erguido en la silla, sin dejar que se viera en absoluto el sufrimiento que sentía. No iba más lento ni se paraba, a pesar de los muchos cortes, los vendajes y las punzadas. Las cosas que le esperaban al final de este viaje eran demasiado importantes como para retrasarse.
Sus hombres viajaban con él, haciendo el viaje de retorno a Delos incluso más rápido de lo que lo habían hecho en su ataque al Norte. Algunos de ellos avanzaban más lentamente, guiando filas de esclavos o carros con bienes saqueados, pero la mayoría cabalgaban con su señor, preparados para las batallas que todavía estaban por llegar.
—Más te vale estar en lo cierto en esto —dijo Irrien bruscamente a N’cho.
El sicario cabalgaba a su lado con la aparente calma infinita que siempre transmitía, como si el ataque de una horda de los mejores guerreros de Irrien detrás de él no fuera nada.
—Cuando lleguemos a Delos lo verá, Primera Piedra.
No tardaron mucho en llegar a Delos, aunque para cuando lo hicieron, el caballo de Irrien ya respiraba con dificultad y tenía los costados cubiertos de sudor. Siguió a N’cho cuando este se apartó del camino y fue hacia un lugar lleno de ruinas y lápidas. Cuando finalmente se detuvieron, Irrien miró a su alrededor, poco impresionado.
—¿Es esto? preguntó.
—Esto es —le confirmó N’cho—. Un lugar donde el mundo es lo suficientemente débil como para convocar a… otras cosas. Cosas que podían matar a un Antiguo.
Irrien bajó del caballo. Debería haberlo hecho con elegancia y facilidad, pero a causa del dolor de sus heridas, le costó lo suyo llegar al suelo. Eso le recordaba lo que le habían hecho el sicario y sus compañeros y de lo que le costaría a N’cho si no cumplía con su promesa.
—Esto solo parece un cementerio —dijo Irrien con brusquedad.
—Ha sido un lugar de muerte desde los tiempos de los Antiguos —respondió N’cho—. Aquí ha habido tanta muerte que ha dado paso al umbral del principio. Tan solo se necesitan las palabras adecuadas y los símbolos adecuados. Y, por supuesto, los sacrificios adecuados.
Irrien debería haber imaginado esta parte viniendo de un hombre que vestía como uno de los sacerdotes de la muerte. Aun así, si era el que podía proporcionarle los medios para matar a la hija de los Antiguos, valdría la pena.
—Traerán esclavos —prometió—. Pero si fracasas con esto, irás con ellos a la muerte.
Lo que más miedo daba de todo era que el sicario no reaccionó ante eso. Mantuvo la compostura mientras caminaba hasta un lugar que parecía haber sido una fosa común, a la vez que sacaba polvos y pociones de la túnica y empezaba a hacer señales en el suelo.
Irrien esperaba y observaba sentado a la sombra de una de las tumbas, intentando esconder lo mucho que le dolía el cuerpo tras el largo viaje. Entonces le hubiera gustado ir hasta Delos, darse un baño y vendarse las heridas, tal vez descansar un poco. Pero sus hombres harían preguntas acerca de por qué no estaba aquí, observando todo lo que sucedía. No daría ninguna imagen de fortaleza.
Así que mando a unos hombres en busca de sacrificios y una lista de otras cosas que N’cho dijo que necesitaba. Pasó más de una hora hasta que llegó algo de la ciudad e, incluso entonces, era una recolección más extraña que cualquier cosa que hubiera pedido. Una docena de sacerdotes de la muerte llegaron junto a los esclavos y los ungüentos, las velas y los braseros.
Irrien vio que N’cho sonreía ante su presencia, con una seguridad que a Irrien le decía que no era un truco.
—Quieren ver cómo se hace —dijo—. Quieren ver si ciertamente es posible. Creen, pero no se lo creen.
—Yo me lo creeré cuando vea los resultados-dijo Irrien.
—En ese caso, los tendrá, mi señor —respondió el asesino.
Volvió al lugar que había marcado él mismo con los símbolos, colocó unas velas y las encendió. Hizo una señal para que le acercaran a los esclavos y, uno a uno, los ató para que no pudieran moverse y los sujetó a unas estacas alrededor del borde del círculo que había dibujado, ungiéndolos con aceites que hacían que se retorcieran y suplicaran.
No eran nada comparado con sus gritos cuando el asesino les prendió fuego. Irrien oyó que algunos de sus hombres suspiraban ante aquella crueldad tan gratuita o se quejaban del desperdicio. Irrien simplemente se quedó quieto. Si esto no funcionaba, habría tiempo de sobras para matar a N’cho más tarde.
Pero funcionó, y de una forma que Irrien no podía haber imaginado.
Vio que N’cho retrocedía, alejándose del círculo y cantando. Mientras cantaba, el suelo de dentro del círculo parecía desmoronarse y cedía de un modo parecido a cómo se podía abrir un socavón en los desiertos de tierra a los que Irrien estaba acostumbrado. Los sacrificios en llamas y gritando cayeron dentro y N’cho continuó cantando.
Irrien oyó el chirrido y el chasquido de las tumbas al empezar a abrirse. Una tumba cerca de donde estaba Irrien se hizo añicos con el ruido de la tierra al romperse e Irrien vio que unos huesos salían de ella como en un remolino, eran succionados hacia el agujero del suelo y desaparecían sin dejar rastro.
Le siguieron más, cayendo a raudales en el sitio, golpeando hacia allí con la velocidad de unas jabalinas. Irrien vio a un hombre ensartado en un hueso del muslo, que era llevado hacia el hoyo. Al caer, chilló y después se hizo el silencio.
Durante unos segundos, todo quedó en silencio. N’cho hizo una señal a los sacerdotes de la muerte para que se acercaran. Fueron hacia allí, junto a él, evidentemente deseosos por ver lo que fuera que estaba haciendo. Irrien pensó que eran unos estúpidos por ello, poniendo su deseo de poder por delante de todo lo demás, incluso de su supervivencia.
Irrien imaginó lo que estaba por venir, incluso antes de que una gran mano con garras saliera de la cueva que se había abierto y agarrara a uno de ellos. Las zarpas atravesaron al sacerdote y lo arrastraron hasta el agujero mientras él suplicaba misericordia.
N’cho estaba allí mientras la criatura desgarraba al hombre moribundo y rodeaba la extremidad de la criatura con una ligera cadena de plata con la misma facilidad que si hubiera estado trabando a un caballo. Pasó la cadena a un grupo de soldados, que se agarraron a ella con cautela, como si esperaran ser las siguientes víctimas.
—Tirad —ordenó—. Tirad con todas vuestras fuerzas.
Los hombres miraron hacia Irrien e Irrien asintió con la cabeza. Si esto costaba unas cuantas vidas, valdría la pena. Observaba cómo los hombres tiraban, con el mismo esfuerzo con el que levantarían una vela pesada. No arrastraron a la bestia desde su cueva, sino que parecían poder convencerla para que se moviera.
La criatura salió trepando del agujero sobre sus patas con garras. Tenía una piel delgada como el papel y curtida, sobre unos huesos que tenían la longitud de un hombre. Algunos de esos huesos sobresalían a través de la piel en forma de pinchos y púas largos como cabezas de lanza. Tenía la altura del lateral de un barco alto, parecía poderosa e imposible de detener. Su cabeza era como la de un cocodrilo, tenía escamas y un solo ojo en el centro de su cráneo que miraba con una siniestra mirada asesina.
N’cho tenía más cadenas e iba de un sitio a otro entregándoselas a más hombres, de modo que pronto una compañía entera de guerreros estaba sujetando a la bestia con todas sus fuerzas. Incluso encadenada de esta manera, la criatura era aterradoramente peligrosa. Parecía rezumar una sensación de muerte, la hierba que había a su alrededor se volvía marrón simplemente ante su presencia.
Irrien se quedó quieto. No desenfundó la espada, pero solo porque no tenía sentido. ¿Cómo iba a matar a algo que no estaba vivo de ninguna manera que él entendiera? Más concretamente, ¿por qué querría matarla, cuando era exactamente lo que necesitaba para encargarse de los defensores de Haylon y con la chica que, supuestamente, era más peligrosa que todos ellos?
—Lo