Canalla, Prisionera, Princesa . Морган Райс

Canalla, Prisionera, Princesa  - Морган Райс


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      ÍNDICE

       CAPÍTULO UNO

       CAPÍTULO DOS

       CAPÍTULO TRES

       CAPÍTULO CUATRO

       CAPÍTULO CINCO

       CAPÍTULO SEIS

       CAPÍTULO SIETE

       CAPÍTULO OCHO

       CAPÍTULO NUEVE

       CAPÍTULO DIEZ

       CAPÍTULO ONCE

       CAPÍTULO DOCE

       CAPÍTULO TRECE

       CAPÍTULO CATORCE

       CAPÍTULO QUINCE

       CAPÍTULO DIECISÉIS

       CAPÍTULO DIECISIETE

       CAPÍTULO DIECIOCHO

       CAPÍTULO DIECINUEVE

       CAPÍTULO VEINTE

       CAPÍTULO VEINTIUNO

       CAPÍTULO VEINTIDÓS

       CAPÍTULO VEINTITRÉS

       CAPÍTULO VEINTICUATRO

       CAPÍTULO VEINTICINCO

       CAPÍTULO VEINTISÉIS

       CAPÍTULO VEINTISIETE

       CAPÍTULO VEINTIOCHO

       CAPÍTULO VEINTINUEVE

       CAPÍTULO TREINTA

       CAPÍTULO TREINTA Y UNO

       CAPÍTULO TREINTA Y DOS

       CAPÍTULO TREINTA Y TRES

       CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

       CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

       CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

       CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

      CAPÍTULO UNO

      “¡Ceres! ¡Ceres! ¡Ceres!”

      Ceres sentía el canto de la multitud con la misma claridad que el ruido seco del latido de su corazón. Levantó su espada en agradecimiento, agarrándola con fuerza al hacerlo para examinar la piel. No le importaba que quizás supieran su nombre desde hacía solo unos instantes. Le bastaba que lo conocieran y que resonara en su interior, de manera que podía sentirlo casi como una fuerza física.

      Al otro lado del Stade, mirándola, su contrincante, un combatiente enorme, caminaba de un lado a otro por la arena. Ceres tragó saliva al verlo, mientras el miedo crecía en su interior por mucho que quisiera reprimirlo. Sabía que esta podría muy bien ser la última lucha de su vida.

      El combatiente daba vueltas de un lado a otro como un león enjaulado, blandiendo su espada en el aire dibujando arcos que parecían estar diseñados para exhibir sus protuberantes músculos. Con su coraza y su casco con visera parecía que hubiera sido esculpido en piedra. A Ceres le costaba creer que fuera solo de carne y hueso.

      Ceres cerró los ojos y se armó de valor.

      Puedes hacerlo, se dijo a sí misma. Puede que no ganes, pero debes enfrentarte a él con valor. Si tienes que morir, muere con honor.

      Un toque de trompeta sonó en los oídos de Ceres, que se oyó por encima incluso del aullido de la multitud. Llenó la arena y, de repente, su contrincante se lanzó al ataque.

      Era más rápido de lo que ella pensaba que un hombre tan grande podría serlo, llegó hasta ella antes de que tuviera ocasión de reaccionar. Lo único que Ceres pudo hacer para esquivarlo fue levantar el polvo mientras se apartaba del camino del guerrero.

      El combatiente blandió su espada con las dos manos y Ceres se agachó, sintiendo la ráfaga de aire al pasar. Parecía estar derribando algo a hachazos, como un carnicero empuñando su cuchillo y cuando ella giró y paró el golpe, el impacto del metal contra el metal resonó en sus brazos. No pensaba que fuera posible que un guerrero pudiera ser así de fuerte.

      Se alejó dando círculos y su contrincante la siguió con una desalentadora inevitabilidad.

      Ceres escuchaba cómo su nombre se mezclaba con los gritos y los abucheos de la multitud. Se obligaba a concentrarse; mantenía los ojos fijos en su contrincante e intentaba recordar sus entrenamientos, pensando en todas las cosas que podían pasar a continuación. Intentó dar cuchilladas y después hizo rodar su muñeca para bloquear con su espada.

      Pero el combatiente apenas refunfuñó cuando la espada le cortó un trozo de antebrazo.

      Sonrió como si le hubiera gustado.

      “Pagarás por esto”, la alertó. Su acento era marcado, de alguno de los rincones lejanos del Imperio.

      De nuevo estaba sobre ella, obligándola a bloquear y esquivar y ella sabía que no podía arriesgarse a un choque frontal, no con alguien así de fuerte.

      Ceres sintió que el suelo cedía bajo su pie derecho, una sensación de vacío donde debería haber un apoyo sólido. Bajó la vista y vio que la arena se vertía en un hoyo que había allá abajo. Por un instante, su pie colgó en el vacío y ella movía su espada a ciegas mientras luchaba por mantener el equilibrio.

      El bloqueo del combatiente fue casi despectivo. Por un instante, Ceres estuvo segura de que iba a morir porque no había manera de detener completamente el golpe de vuelta. Sintió la sacudida del


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