Transmisión . Морган Райс

Transmisión  - Морган Райс


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detalladamente el diván, memorizando su relieve y sacó una pelusa diminuta que sobresalía del resto. La Dra. Yalestrom estaba callada mientras lo hacía; con el tipo de silencio que parecía que le estaba succionando las palabras, proporcionándoles un espacio en el que caer.

      —Veo un lugar en que nada es como aquí. Los colores son falsos, las plantas son diferentes —dijo Kevin—. Lo veo destrozado… por lo menos, eso creo. Hay fuego y calor, un destello brillante. Hay una serie de números. Y hay algo que parece una cuenta atrás.

      —¿Por qué parece una cuenta atrás? —preguntó la Dra. Yalestrom.

      Kevin se encogió de hombros.

      —No estoy seguro. ¿Porque los latidos cada vez están más cerca, supongo?

      La psicóloga asintió y, a continuación, se dirigió al escritorio. Volvió con papel y lápices.

      —¿Cómo se te da el arte? —preguntó—. No, no respondas a eso. No importa si es una gran obra de arte o no. Solo quiero que intentes dibujar lo que ves, para que pueda hacerme una idea de cómo es. No le prestes mucha atención, solo dibuja. ¿Puedes hacer eso por mí, Kevin?

      Kevin se encogió de hombros.

      —Lo intentaré.

      Cogió los lápices y el papel e intentó traer a la mente el paisaje que había visto, intentando recordar cada detalle del mismo. Era difícil hacerlo, pues aunque los números permanecían en su cabeza, parecía que tenía que sumergirse en lo profundo de sí mismo para arrancar las imágenes. Estaban bajo la superficie y, para llegar hasta ellas, Kevin tenía que meterse en sí mismo, concentrándose solo en eso, dejando que el lápiz fluyera sobre el papel casi de forma automática…

      —Bien, Kevin —dijo, quitándole el bloc de notas antes de que Kevin pudiera ver bien lo que había dibujado—. Vamos a ver lo que has…

      Kevin vio la mirada de sorpresa que le atravesó la cara, tan breve que casi no estuvo allí. Pero que sí que lo estuvo y Kevin tuvo que preguntarse lo que costaría sorprender a alguien que oía historias de gente que se estaba muriendo cada día.

      —¿Qué pasa? —preguntó Kevin—. ¿Qué dibujé?

      —¿No lo sabes? —preguntó la Dra. Yalestrom.

      —Intenté no pensar demasiado —dijo Kevin—. ¿Hice algo malo?

      La Dra. Yalestrom dijo que no con la cabeza.

      —No, Kevin, no hiciste nada malo.

      Sujetó en alto el dibujo de Kevin.

      —¿Te gustaría echarle un vistazo a lo que hiciste? Tal vez te ayudará a entender cosas.

      Lo sujetaba doblado, solo con las puntas de sus dedos, como si no quisiera tocarlo más de lo necesario. Eso hizo que Kevin se preocupara un poquito. ¿Qué podría haber dibujado que hacía que un adulto reaccionara así? Lo cogió y lo desdobló.

      Allí había el dibujo de una nave espacial, probablemente dibujo no era la palabra correcta para esto. Se parecía más a un cianotipo, completo con todos los detalles, que parecía imposible en el tiempo que Kevin tuvo para dibujar. Nunca antes lo había visto, pero aquí estaba, sobre la página, con un aspecto gigante y plano, como una ciudad encaramada sobre un disco. A su alrededor había discos más pequeños, como abejas obreras alrededor de una reina.

      El detalle daba a entender que había algo meticuloso, casi clínico, en el modo en que estaba dibujado, pero había algo más. Había algo en su geometría que simplemente no estaba… bien, de algún modo, pues parecía tener unas profundidades y unos ángulos que no deberían ser posibles de capturar en un esbozo como este.

      —Pero esto… —Kevin no sabía qué decir. ¿Esto no demostraba lo que estaba sucediendo? ¿Alguien pensaba que él podría haberse inventado algo así?

      Al parecer, la Dra. Yalestrom no estaba convencida. Cogió de nuevo el dibujo y lo dobló con cuidado como si no quisiera tener que mirarlo. Kevin sospechaba que su rareza era demasiado para ella.

      —Pienso que es importante que hablemos de las cosas que ves —dijo—. ¿Crees que esas cosas son reales?

      Kevin dudó.

      —No… estoy seguro. Parecen reales, pero ahora mucha gente me ha dicho que no pueden serlo.

      —Tiene sentido —dijo la Dra. Yalestrom—. Lo que sientes es muy común.

      —¿Ah, sí? —Lo que él estaba experimentando no parecía en absoluto

      nada común—. Pensaba que mi enfermedad era rara.

      La Dra. Yalestrom se dirigió hacia su escritorio y metió el dibujo de Kevin dentro de un archivo. Cogió una tableta y empezó a escribir notas.

      —¿Es importante que otras personas no experimenten lo que tú estás experimentando, Kevin?

      —No, no es eso —dijo Kevin—. Es solo que el Dr. Markham dijo que esta enfermedad solo afecta a unas pocas personas.

      —Eso es cierto —le dio la razón la Dra. Yalestrom—. Pero yo visito a mucha gente que sufre alucinaciones de algún tipo por otras razones.

      —Piensa que me estoy volviendo loco —supuso Kevin. Todos los demás parecían pensarlo. Incluso su mamá, presuntamente, pues ella había sido la que lo había traído aquí después de que empezara a hablar de ellas. Pero a él no le parecía para nada que se estuviera volviendo loco.

      —Esa no es una palabra que me guste usar aquí —dijo la Dra. Yalestrom—. Creo que, a menudo, el comportamiento que etiquetamos como loco existe por una buena razón. Lo que sucede es que, a menudo, esas razones solo tienen sentido para la persona afectada. La gente hará cosas para protegerse a sí misma de situaciones que son demasiado difíciles de manejar, que parecen… insólitas.

      —¿Piensa que es eso lo que estoy haciendo con esas visiones? —preguntó Kevin. Negó con la cabeza—. Son reales. No me las invento.

      —¿Puedo decirte lo que pienso, Kevin? Creo que una parte de ti podría estar apegado a esas “visiones” porque te ayuda a pensar que tu enfermedad podría estar sucediendo por alguna especie de bien mayor. Creo que tal vez estas “visiones” realmente son tú intentando encontrarle el sentido a tu enfermedad. Las imágenes que hay en ellas… hay un lugar raro que no es como el mundo normal. ¿Eso podría representar el modo en el que han cambiado las cosas?

      —Supongo —dijo Kevin. No estaba convencido. Las cosas que había visto no iban de un mundo en el que él no tenía su enfermedad. Iban de un lugar que no comprendía en absoluto.

      —Pero tienes la sensación de una fatalidad inminente con fuego y luz —dijo la Dra. Yalestrom—. La sensación de que las cosas llegan a su fin. Incluso tienes una cuenta atrás, que incluye números.

      Los números no eran parte de la cuenta atrás; solo era el ritmo lento, que poco a poco era más rápido. Kevin sospechaba que ahora no iba a convencerla de eso. Cuando los adultos habían decidido cuál era la verdad sobre algo, él no iba a poder hacerles cambiar de opinión.

      —Entonces, ¿qué puedo hacer? —preguntó Kevin—. Si usted piensa que no son reales, ¿yo no debería querer deshacerme de ellas?

      —¿Y tú quieres deshacerte de ellas? —preguntó la Dra. Yalestrom.

      Kevin se lo pensó.

      —No lo sé. Pienso que podrían ser importantes, pero yo no las pedí.

      —Del mismo modo que no pediste que te diagnosticaran una enfermedad degenerativa del cerebro —dijo la Dra. Yalestrom—. Quizás esas dos cosas están relacionadas, Kevin.

      Kevin ya había pensado que sus visiones estaban relacionadas con la enfermedad de alguna manera. Que tal vez su cerebro había cambiado lo suficiente para ser receptivo a esas visiones. Sin embargo, no creía que eso fuera lo que quería decir la psiquiatra.

      —Entonces


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