La fábrica mágica . Морган Райс

La fábrica mágica  - Морган Райс


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de repente todo esto era demasiado para poderlo manejar.

      —Vale —cedió él—. Pero solo será una siesta rápida.

      —Por supuesto —respondió Armando.

      Oliver se puso de pie y se frotó sus ojos cansados. Armando usó su bastón para ayudarse a levantar su frágil cuerpo.

      —Por aquí —dijo Armando, haciendo un gesto hacia el pasillo estrecho y tenuemente iluminado.

      Oliver dejó que Armando lo guiara, caminando fatigosamente y sin energía detrás de él. Ahora le pesaba mucho el cuerpo, como si hubiera estado reprimiendo demasiado estrés y tristeza y hasta ahora no fuera consciente.

      Al final del pasillo había una extraña puerta de madera que era más baja que una puerta normal y era curva por arriba como si perteneciera a una capilla. Incluso tenía una ventanilla, con un marco de hierro pulido.

      Armando abrió la puerta y acompañó a Oliver hasta dentro. Oliver tuvo una sensación nerviosa de expectación al cruzar el umbral.

      La habitación era más grande de lo que esperaba y estaba mucho más limpia en comparación con el estado de la cocina. Había una cama grande cubierta con un edredón blanco y suave y unas almohadas a juego, con una manta de lana de repuesto doblada al final de la misma. Había un escritorio de madera cubierto de pequeñas figuritas de guerra, bajo una ventana con unas largas cortinas azules. En un rincón de la habitación había una silla forrada de tela, al lado de una estantería abarrotada de libros de aventuras con un aspecto apasionante.

      En todos los sentidos, tenía el aspecto del tipo de habitación que un niño de once años como Oliver debería tener, en lugar de un hueco en un rincón frío y sombrío de una sala de estar sin muebles. Sintió un repentino ataque de pena por su vida. Pero la gratitud que sentía por su repentina oportunidad de escapar de todo eso, aunque solo fuera por unas horas, era más grande.

      Oliver miró a Armando por encima del hombro.

      —Esta habitación es muy bonita —dijo—. ¿Está seguro de que no le importa que me quede aquí?

      Entonces fue muy consciente de su ropa empapada y de la porquería que debía haber arrastrado hasta la fábrica de Armando. Pero en lugar de castigarlo o reñirlo –como habían hecho sus padres el día anterior con el lluvioso tiempo- Armando solo le hizo una sonrisa cómplice.

      —Espero que duermas bien y te sientas descansado cuando te levantes —dijo. Después se giró y salió de la habitación.

      Oliver se quedó de pie y fascinado durante un momento más antes e darse cuenta de que estaba demasiado agotado incluso hasta para estar de pie. Quería pensar en los extraños acontecimientos del día, intentar encontrarles un sentido, recordarlos, ordenarlos y catalogarlos dentro de su mente. Pero ahora mismo su cuerpo solo le pedía una cosa y era dormir.

      Así que se quitó la ropa, se puso un pijama demasiado grande que encontró colgado en el armario y se metió en la cama. El colchón era cómodo. El edredón era caliente y olía a lavanda fresca.

      Mientras Oliver se acurrucaba en la gran y cálida cama, se sentía más seguro que nunca antes en su vida. Finalmente, sentía que estaba en algún lugar en el que encajaba.

      CAPÍTULO SEIS

       El mundo estaba bastante tranquilo. La luz del sol calentaba los párpados de Oliver. Dejó que parpadearan hasta abrirlos. Por un agujero de las cortinas entraba un rayo de luz.

      De repente, Oliver recordó dónde estaba. Se incorporó, parpadeando, asimilando la visión del dormitorio de la fábrica de Armando. Todo era real. Realmente estaba allí.

      De repente se le ocurrió que era por la mañana. Su siesta se había convertido en un sueño profundo que había durado toda la noche y hasta el día siguiente. No debería sorprenderse; la cama era la más calentita y cómoda en la que había dormido. De hecho, la fábrica de Armando tenía más sensación de hogar para Oliver que cualquiera de las casas previas que había tenido. Se acurrucó bajo el edredón, sintiéndose feliz y completamente enamorado de ese lugar. No quería irse nunca.

      Pero ¿y su familia?, se preguntó Oliver con una creciente sensación de angustia. A estas alturas ya deberían haber notado que no estaba. No había ido a casa en toda la noche. Tal vez pensaban que se lo había llevado la tormenta. Debían estar preocupados.

      Aunque el pensamiento preocupaba a Oliver, estaba la otra cara de la moneda. Si realmente pensaban que se lo había llevado la tormenta, eso significaba que no tendría que ir a casa para nada…

      Oliver luchaba contra sus pensamientos, atrapados en algún lugar entre la angustia por causarles algún sufrimiento y la emoción por la oportunidad que, al parecer, el destino le presentaba. Finalmente, decidió que hablaría del tema con Armando.

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