Arena Uno. Tratantes De Esclavos. Морган Райс

Arena Uno. Tratantes De Esclavos - Морган Райс


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       D I E C I O C H O

      D I E C I N U E V E

      V E I N T E

      V E I N T I U N O

      V E I N T I D O S

      V E I N T I T R É S

      V E I N T I C U A T R O

      V E I N T I C I N C O

      V E I N T I S É I S

      V E I N T I S I E T E

      V E I N T I O C H O

      V E I N T I N U E V E

      T R E I N T A

      T R E I N T A Y U N O

      T R E I N T A Y D O S

      "Si yo hubiese muerto una hora antes,

      Hubiera vivido una existencia feliz; pues desde este instante,

      Nada que sea mortal es digno de atención".

      --Shakespeare, Macbeth

      P A R T E I

      U N O

      Hoy el clima es menos indulgente que los otros días. El viento azota sin descanso, rozando los cúmulos de nieve del pesado pino, que caen justo sobre mi rostro, mientras asciendo por la cara de la montaña. Mis pies, embutidos en las botas de montaña, de talla menor a la que calzo, desaparecen en los quince centímetros de nieve. Me deslizo y resbalo, luchando por encontrar mi equilibrio. El viento viene en ráfagas tan frías, que me quitan el aliento. Siento como si estuviera caminando sobre una esfera de nieve.

      Bree me dice que es diciembre. A ella le gusta contar los días que faltan para que sea Navidad, tachándolos en un viejo calendario que encontró. Lo hace con tanto entusiasmo, que no me atrevo a decirle que estamos muy lejos de diciembre. No voy a decirle que su calendario es de hace tres años o que nunca volveremos a tener uno nuevo, ya que dejaron de hacerlos el día en que el mundo acabó. No voy a quitarle su fantasía. Para eso estamos las hermanas mayores.

      De todos modos, Bree se aferra a sus creencias, y ella siempre ha pensado que la nieve significa diciembre y aunque se lo dijera, dudo que cambiaría su manera de pensar. Es como si fuera un niño de diez años.

      Lo que Bree se niega a aceptar es que el invierno llega pronto a este lugar. Estamos en lo alto de las montañas de Catskill y aquí hay un sentido del tiempo diferente, un giro de las estaciones distinto. Aquí, a tres horas al norte de lo que fue la ciudad de Nueva York, las hojas caen a finales de agosto, dispersándose a través de las cadenas montañosas que se extienden hasta donde alcanza la vista.

      Nuestro calendario estuvo actualizado alguna vez. Cuando acabábamos de llegar hace tres años, recuerdo haber visto la primera nevada y observado con incredulidad. No podía entender por qué la página decía: Octubre. Supuse que esa nevada temprana era un caso raro. Pero pronto supe que no era así. Estas montañas son lo suficientemente altas, lo suficientemente frías, para que el invierno tome prestado el otoño.

      Si Bree diera vuelta hacia atrás al calendario, se daría cuenta enseguida del año, en letras grandes y horteras: 2117. Obviamente, era de tres años atrás. Pienso que está tan absorta en su entusiasmo, que no se da cuenta. Eso es lo que espero. Pero últimamente, una parte de mí está empezando a sospechar que ella realmente sí lo sabe, que solamente ha elegido perderse en su fantasía. No la culpo.

      Por supuesto, no hemos tenido un calendario laboral desde hace años. Ni teléfono celular, ni computadora, ni televisión, ni radio, ni internet, ni tecnología de tipo alguno – y ni qué decir de la electricidad, o agua corriente. Pero de alguna manera, hemos podido salir adelante así, las dos solas, durante tres años. Los veranos han sido tolerables, pasando algunos días de hambre. Al menos podemos pescar, y los arroyos de la montaña parecen traer siempre salmón. También hay bayas e incluso algunos manzanos y perales silvestres que todavía, después de tanto tiempo, siguen dando frutos. Incluso, de vez en cuando logramos atrapar un conejo.

      Pero los inviernos son intolerables. Todo está congelado o muerto, y cada año estoy segura de que no sobreviviremos. Y este invierno ha sido el peor de todos. Me sigo diciendo a mí misma que las cosas van a mejorar, pero ya llevamos días sin tener una comida decente y el invierno apenas comienza. Las dos tenemos poca fuerza por el hambre, y ahora Bree también está enferma. Esto no es un buen presagio para el futuro.

      Mientras subo fatigosamente la cara de la montaña, volviendo a andar los mismos pasos desafortunados que di ayer en busca de nuestra próxima comida, estoy empezando a sentir que nuestra suerte se ha acabado. Sólo de pensar que Bree está acostada allí, esperándome en casa, me insta a seguir adelante. Dejo de sentir lástima por mí misma, y en su lugar mantengo su rostro en mi mente. Sé que no puedo conseguir medicamentos, pero espero que sea solamente una fiebre pasajera, y que una buena comida y un poco de calor sean todo lo que ella necesita.

      Lo que ella necesita verdaderamente es una fogata. Pero ya nunca enciendo la chimenea, no puedo arriesgarme a que el humo y el olor, pongan sobre aviso a un tratante de esclavos sobre cuál es nuestra ubicación. Pero esta noche voy a darle una sorpresa, correré el riesgo, solo por poco tiempo. A Bree le encantan las fogatas y le va a levantar el ánimo Y si también puedo encontrar comida -- incluso algo tan pequeño como un conejo – eso ayudará a su recuperación. No sólo físicamente. Me he dado cuenta de que ha empezado a perder la esperanza en estos últimos días – puedo verlo en sus ojos -- y necesito que se mantenga fuerte. Me niego a sentarme y verla apagarse como lo hizo mamá.

      Una nueva ráfaga de viento me da una bofetada en la cara y es tan larga y tan cruel que necesito bajar mi cabeza y esperar a que pase. El viento ruge en mis oídos, y yo haría lo que fuera por tener un buen abrigo de invierno. Llevo solamente una sudadera desgastada, con capucha, que encontré hace años a un lado de la carretera. Creo que era de hombre, pero eso es bueno porque las mangas son lo suficientemente largas para cubrir las manos y casi el doble de tamaño de los guantes. Mido 1.70, no soy precisamente baja de estatura, así que quien haya sido dueño de esto, debe haber sido alto. A veces me pregunto si le molestaría que esté usando su ropa. Pero luego me doy cuenta de que probablemente haya muerto. Al igual que los demás.

      Mis pantalones no son mucho mejores. Sigo usando el mismo par de pantalones vaqueros; me avergüenza darme cuenta de que los traigo desde que escapamos de la ciudad hace tantos años. Si hay una cosa que lamento es haber salido tan apresuradamente. Supongo que debí haber pensado que iba a encontrar algo de ropa aquí, que quizá alguna tienda estaría abierta en alguna parte o que incluso estaría el Ejército de Salvación. Eso fue tonto de mi parte, por supuesto, ya que todas las tiendas de ropa habían sido saqueadas desde hacía mucho tiempo. Era como si durante la noche el mundo hubiera dejado de ser un lugar de abundancia para ser uno de escasez. Me las había arreglado para encontrar unas cuantas piezas de ropa esparcidos en los cajones de la casa de mi papá. Esas se las di a Bree. Yo estaba feliz de que al menos algunas de sus ropas, como la térmica y sus calcetines, pudieran mantenerla caliente.

      El viento finalmente se detiene y yo levanto mi cabeza y me apresuro a seguir subiendo antes de que pueda repuntar de nuevo, obligándome a ir al doble de velocidad hasta llegar a la meseta.

      Llego a la cima, respirando con dificultad, con las piernas ardiendo, y poco a poco miro alrededor. Los árboles son más escasos aquí y a lo lejos hay un pequeño lago de montaña. Se congeló, como todos los demás, y el sol deslumbra con la intensidad suficiente para hacerme entrecerrar los ojos.

      Miro inmediatamente mi caña de pescar, la que yo había dejado el día anterior, calzada entre dos rocas. Se proyecta sobre el lago un largo trozo de cuerda que cuelga de ella en un pequeño agujero en el hielo. Si la caña de pescar se dobla, significará que Bree y yo tendremos algo para cenar esta noche. Si no es así, sabré que no funcionó -- de nuevo. Me acerco apresuradamente entre un grupo de árboles, a través de la nieve, y miro con atención.

      Está recta. Por supuesto.

      Me


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