Arena Uno. Tratantes De Esclavos. Морган Райс

Arena Uno. Tratantes De Esclavos - Морган Райс


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El problema no es su posición, el problema es este lago. El suelo está demasiado congelado para desenterrar gusanos, y ni siquiera sé dónde buscarlos. Yo no estoy hecha para la cacería ni soy trampera. Si hubiera sabido que iba a terminar aquí, habría dedicado toda mi infancia a las Destrezas de Supervivencia, a las técnicas de supervivencia. Pero ahora siento que soy una inútil para casi todo. No sé cómo poner trampas y mis sedales raramente atrapan algo.

      Siendo la hija de mi padre, la hija de un infante de marina, la única cosa para la que soy buena es para luchar, que no sirve de nada aquí. Si soy una inútil contra el reino animal, por lo menos puedo defenderme de los de dos patas. Desde que era joven, me gustara o no, papá insistió en que yo fuera su hija, la hija de un infante de marina, y sentir orgullo de serlo. Él también quería que yo fuera el hijo que nunca tuvo. Me inscribió en el boxeo, la lucha libre, las artes marciales mixtas... tomaba incontables lecciones sobre cómo usar un cuchillo, cómo disparar un arma, cómo encontrar puntos de presión, cómo pelear sucio. Por encima de todo, insistió en que yo fuera ruda, que nunca demostrara miedo, y que nunca llorara.

      Irónicamente, nunca he tenido la oportunidad de utilizar una sola cosa de las que me enseñó y nada podría ser más inútil aquí, no hay otra persona a la vista. Lo que realmente necesito saber es cómo encontrar comida, no cómo patear a alguien. Y si alguna vez encuentro a alguien, no voy a jalarlo de un tirón, sino que voy a pedir ayuda.

      Pienso con detenimiento y recuerdo que hay otro lago aquí, en alguna parte, uno más pequeño; lo vi un verano, cuando yo era aventurera y escalé más arriba de la montaña. Es un cuarto de milla empinado y desde entonces no he tratado de ir hasta allí.

      Veo hacia arriba y suspiro. El sol ya se está ocultando, un atardecer taciturno de invierno tiene una tonalidad rojiza y ya me siento débil, cansada y congelada. Necesito más energía de la que tengo para bajar la montaña. La última cosa que quiero hacer es escalar más arriba. Sin embargo, una pequeña voz dentro de mí, me impulsa a seguir subiendo. Cuanto más tiempo paso sola en estos días, la voz de papá resuena más fuerte en mi cabeza. Me siento agraviada y quiero bloquearla, pero no sé por qué no me es posible hacerlo.

      ¡Deja de quejarte y sigue adelante, Moore!

      A papá siempre le gustaba llamarme por mi apellido: Moore. Me molestaba, pero a él no le importaba.

      Si regreso ahora, Bree no tendrá nada que comer esta noche. El lago que está allí arriba es lo mejor que se me ocurre intentar, nuestra única fuente de alimento. También quiero que Bree tenga una hoguera, y toda la madera que hay aquí está empapada. Allá arriba, donde el viento es más fuerte, tal vez podría encontrar madera lo suficientemente seca para usar como leña. Vuelvo a mirar hacia arriba de la montaña, y decido ir a por ella. Bajo la cabeza y comienzo la caminata, llevando mi caña conmigo.

      Cada paso es doloroso, un millón de afiladas agujas pulsan en mis muslos, el aire helado perfora mis pulmones. El viento repunta y la nieve azota como papel de lija en mi cara. Un pájaro grazna muy arriba, como si quisiera burlarse de mí. Justo cuando siento que no puedo dar un paso más, llego a la siguiente meseta.

      Estando tan arriba, es diferente a todas las demás: abundan los pinos, lo que dificulta ver más de tres metros. El cielo se oculta bajo su enorme follaje, y la nieve se llena de agujas de pino verdes. Los enormes troncos de los árboles también evitan el paso del viento. Siento como si hubiera entrado en un pequeño reino privado, oculto al resto del mundo.

      Me detengo y giro para observar el paisaje; el panorama es increíble. Yo siempre había pensado que teníamos un paisaje hermoso en la casa de papá, a medio camino de la montaña, pero desde aquí, estando hasta arriba, es espectacular. Las cimas de las montañas se disparan en todas direcciones, y más allá de ellas, a lo lejos, puedo incluso ver el río Hudson, chispeante. También veo las sinuosas carreteras que atraviesan su camino a través de la montaña, sorprendentemente intacta. Probablemente debido a que pocas personas vienen aquí. De hecho, yo nunca había visto un auto o cualquier otro vehículo. A pesar de la nieve, los caminos no están obstruidos; los caminos escarpados, angulares, disfrutando el sol, se prestan perfectamente al desagüe, y sorprendentemente, gran parte de la nieve se ha derretido.

      Siento una punzada de preocupación. Prefiero que los caminos estén cubiertos de nieve y hielo, cuando son intransitables para los vehículos, ya que las únicas personas que tienen automóviles y combustible en estos días son los tratantes de esclavos - despiadados cazadores de recompensas que trabajan para alimentar a la Arena Uno. Ellos andan por todas partes, en busca de algún sobreviviente, para secuestrarlo y llevarlo a la arena como esclavos. Allí, según me han dicho, les hacen luchar hasta morir, como diversión.

      Bree y yo hemos tenido suerte. No hemos visto a ningún tratante de esclavos en los años que hemos estado aquí arriba, pero creo que eso es sólo porque vivimos en una zona muy alta, en un lugar tan lejano. Sólo una vez oí el gemido agudo del motor de un tratante de esclavos, a lo lejos, al otro lado del río. Sé que están ahí abajo, en algún lugar, patrullando. Y no me arriesgo -- me aseguro de mantener un perfil bajo, rara vez encendemos la leña, a menos que sea absolutamente necesario, y mantengo en estrecha vigilancia a Bree, en todo momento. La mayoría de las veces la llevo de cacería conmigo – hoy lo habría hecho si no estuviera tan enferma.

      Me dirijo hacia la meseta y observo un pequeño lago. Congelado, brillando a la luz de la tarde, está ahí como una joya perdida, escondiéndose detrás de un bosquecillo de árboles. Me acerco a él, dando unos pasos vacilantes en el hielo, para asegurarme de que no se agriete. Una vez que siento que está firme, doy unos cuantos pasos más. Encuentro un lugar, retiro la pequeña hacha de mi cinturón y corto hacia abajo con fuerza, varias veces. Aparece una grieta. Me quito el cuchillo, me arrodillo y golpeo con fuerza, justo en el centro de la grieta. Meto ahí la punta del cuchillo y hago un pequeño agujero, lo suficientemente grande para extraer un pez.

      Regreso apresuradamente a la orilla, resbalando y deslizándome, a continuación pongo la caña de pescar entre dos ramas de los árboles, desenrollo el hilo, vuelvo corriendo, dejándolo caer en el agujero. Tiro un par de veces, con la esperanza de que el destello del anzuelo de metal atraiga a algunos seres vivientes bajo el hielo. Pero no puedo dejar de sentir que es un esfuerzo inútil, no puedo evitar la sospecha de que todo aquello que ha vivido en estos lagos de montaña, murieron tiempo atrás.

      Aquí arriba hace más frío, y no puedo quedarme aquí, mirando la caña. Tengo que seguir en movimiento. Me doy vuelta y me alejo del lago, la parte supersticiosa de mí me dice que podría atrapar un pez si no me quedo ahí, mirando. Camino en pequeños círculos alrededor de los árboles, frotándome las manos, tratando de mantener el calor. De poco sirve.

      Es entonces cuando me acuerdo de la madera seca. Miro hacia abajo y busco leña, pero es una tarea inútil. El suelo está cubierto de nieve. Levanto la vista hacia los árboles, y veo que los troncos y las ramas también están cubiertas de nieve, en su mayoría. Pero allí, a lo lejos, veo algunos árboles azotados por el viento, que no tienen nieve. Me dirijo a ellos e inspecciono la corteza, pasando la mano sobre ellos. Me siento aliviada al ver que algunas de las ramas están secas. Saco mi hacha y corto algunas de las ramas más grandes. Todo lo que necesito es una brazada de leña, y esta rama grande servirá a la perfección.

      La atrapo conforme cae, no queriendo dejar que toque la nieve, luego la apoyo contra el tronco y corto de nuevo, a la mitad. Hago esto una y otra vez hasta tener una pequeña pila de leña, suficiente para llevar en mis brazos. La dejo en la esquina de una rama, segura y sin mojarse con la nieve que está abajo.

      Miro a mi alrededor, inspeccionando los otros troncos, y al mirar más de cerca, algo me hace vacilar. Me acerco a uno de los árboles, mirando con detenimiento, y me doy cuenta de que su corteza es diferente a las demás. Miro hacia arriba, y me doy cuenta de que no es un pino, es un arce. Estoy sorprendida de ver un arce tan alto aquí, y aún más sorprendida de que pueda reconocerlo. De hecho, el arce es probablemente la única cosa de la naturaleza que reconocería. Sin proponérmelo, me inundaron los recuerdos.

      Una vez, cuando yo era más joven, a mi papá se le metió en la cabeza llevarme de excursión a la naturaleza. Quién sabe por qué, pero me llevó


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