Una Joya para La Realeza . Морган Райс

Una Joya para La Realeza  - Морган Райс


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      Parecía evidente que debía haber un banquete, e igual de evidente que no había tiempo para prepararlo, lo que significaba que casi a la vez, había sirvientes corriendo casi en todas direcciones, intentando preparar las cosas. Casi parecía que Sofía y Lucas se habían convertido en el punto inmóvil del centro de todo aquello, allí de pie mientras incluso sus primos corrían alrededor intentando preparar cosas.

      «¿Las cosas siempre son así de caóticas?» —preguntó Lucas, mientras media docena de sirvientes pasaban corriendo por delante con bandejas.

      «Creo que solo cuando hay un nuevo miembro de la familia» —le devolvió Sofía. Se quedó quieta, preguntándose si debía hacer la siguiente pregunta.

      —Sea lo que sea, pregúntalo —dijo Lucas—. Sé que tiene que haber cosas que necesitas saber.

      —Antes dijiste que te criaron unos tutores —dijo Sofía—. ¿Eso significa que… mis, nuestros, padres no están en las Tierras de la Seda?

      Lucas negó con la cabeza.

      —Al menos, no que yo pudiera descubrir. He estado buscando desde que llegué a la mayoría de edad.

      —¿Tú también has estado buscándolos? ¿Tus tutores no sabían dónde estaban? —preguntó Sofía. Suspiró—. Lo siento. Parece que no esté feliz de haber ganado un hermano. Lo estoy. Estoy muy feliz de que estés aquí.

      —¿Pero sería perfecto si estuviéramos todos? —supuso Lucas—. Lo comprendo, Sofía. Yo he ganado dos hermanas, y primos… pero también estoy muy ávido de tener padres.

      —No creo que eso cuente como avaricia —dijo Sofía con una sonrisa.

      —Tal vez, tal vez no. El Oficial Ko decía que las cosas son como son, y el dolor viene de desear otra cosa. Para ser justos, normalmente lo decía mientras bebía vino y le masajeaban con los mejores aceites.

      —Pero ¿sabes alguna cosa sobre nuestros padres y a dónde fueron? —preguntó Sofía.

      Lucas asintió.

      —No sé a dónde fueron —dijo—. Pero sé cómo encontrarlos.

      CAPÍTULO DOS

      Catalina abrió los ojos mientras la luz cegadora se debilitaba e intentó entender dónde estaba y qué había sucedido. La última cosa que recordaba era que había estado luchando para abrirse camino hacia una imagen de la fuente de Siobhan y había clavado su espada en la bola de energía que la había unido a la bruja como aprendiza. Ella había cortado ese vínculo. Había ganado.

      Ahora, parecía que estaba al aire libre, sin ningún rastro de la cabaña de Haxa o de las cuevas que había detrás. Se parecía solo un poco a las partes del paisaje de Ishjemme que ella había visto, pero los campos llanos y las explosiones de bosque podrían haber estado allí. Eso esperaba Catalina. La alternativa era que la magia la hubiera transportado a algún rincón del mundo que ella no conocía.

      A pesar de la rareza de estar en un lugar que no conocía, Catalina se sentía libre por primera vez en mucho tiempo. Lo había conseguido. Había luchado contra todo lo que Siobhan, y su propia mente, le habían puesto en el camino, y se había librado de la opresión de la bruja. Al lado de esto, encontrar el camino de vuelta al castillo de Ishjemme parecía algo fácil.

      Catalina escogió una dirección al azar y partió, caminando a pasos regulares.

      Continuaba avanzando, intentando pensar en qué haría con su recién descubierta libertad. Evidentemente, protegería a Sofía. Eso por descontado. Ayudaría a criar a su sobrinita o sobrinito cuando llegara. Tal vez podría ir a buscar a Will, aunque con la guerra eso podría ser difícil. Y encontraría a sus padres. Sí, eso parecía una cosa buena que hacer. Sofía no iba a poder deambular por el mundo en su busca a medida que avanzaba su embarazo, pero Catalina sí que podía.

      —Primero tengo que descubrir dónde estoy —dijo. Miró a su alrededor, pero aún no había puntos de referencia que reconociera. Sin embargo, había una mujer un poco más lejos en un campo, doblada sobre un rastrillo mientras sacaba malas hierbas. Tal vez ella podría ayudar.

      —¡Hola! —gritó Catalina.

      La mujer alzó la vista. Era mayor, con la cara arrugada por tantas estaciones trabajando allá fuera. Para ella, Catalina seguramente tenía el aspecto de una especie de bandida o ladrona, armada como estaba. Aun así, sonrió mientras Catalina se acercaba. La gente era amable en Ishjemme.

      —Hola, querida —dijo—. ¿Me dirás cómo te llamas?

      —Me llamo Catalina —Y, como eso no parecía suficiente, y como ahora sí que podía asegurarlo—: Catalina Danse, hija de Alfredo y Cristina Danse.

      —Un buen nombre —dijo la mujer—. ¿Qué te trae por aquí?

      —Yo… no lo sé —confesó Catalina—. Estoy un poco perdida. Esperaba que usted pudiera ayudarme a encontrar mi camino.

      —Por supuesto —dijo la mujer—. Es un honor que hayas puesto tu camino en mis manos. Es lo que estás haciendo, ¿verdad?

      Esa parecía una manera extraña de decirlo, pero Catalina no sabía dónde estaba. Tal vez solo era la forma en que la gente hablaba aquí.

      —Sí, supongo que sí —dijo—. Estoy intentando encontrar el camino de vuelta a Ishjemme.

      —Claro —dijo la mujer—. Yo conozco los caminos a todas partes. Aun así, creo que un favor merece otro. —Alzó el rastrillo—. Hoy en día no tengo mucha fuerza. ¿Me darás tu fuerza, Catalina?

      Si eso era lo que hacía falta para regresar, Catalina trabajaría en una docena de campos. No podía ser más duro que las tareas dispuestas en la Casa de los Abandonados, o del trabajo más agradable en la forja de Tomás.

      —Sí —dijo Catalina, tendiendo la mano hacia el rastrillo.

      La mujer rió, se echó hacia atrás y tiró de la capa que llevaba. Salió y, al hacerlo, todo en ella parecía cambiar. Siobhan estaba frente a ella y ahora el paisaje a su alrededor cambiaba, mutando a algo muy conocido.

      Se lanzó hacia delante, sabiendo que su única opción ahora yacía en matar a Siobhan, pero la mujer de la fuente era más rápida. Lanzó su capa y, de algún modo, se convirtió en una burbuja de puro poder, cuyas paredes agarraban con tanta fuerza como cualquier celda de prisión.

      —No puedes hacerlo —exclamó Catalina—.¡Ya no tienes poder sobre mí!

      —No tenía ningún poder —dijo Siobhan—. Pero me acabas de dar tu camino, tu nombre y tu fuerza. Aquí, en este lugar, esas cosas sí que significan algo.

      Catalina golpeó con el puño contra la pared de la burbuja. Resistió.

      —No querrías debilitar esa burbuja, Catalina querida —dijo Siobhan—. Ahora estás muy lejos del camino plateado.

      —No me obligarás a ser de nuevo tu aprendiza —dijo Catalina—. No me obligarás a matar por ti.

      —Oh, ya hemos pasado eso —dijo Siobhan—. De haber sabido que causarías tantos problemas, nunca te hubiera hecho mi aprendiza para empezar, pero algunas cosas no se pueden prever, ni tan solo yo.

      —Si soy un problema tan grande, ¿por qué no me dejas ir? —probó Catalina. Incluso mientras lo decía, sabía que no funcionaría así. El orgullo obligaría a Siobhan a más, incluso aunque nada más lo hiciera.

      —¿Dejarte ir? —dijo Siobhan—. ¿No sabes lo que hiciste cuando clavaste una espada forjada con mis propias runas en mi fuente? ¿Cuándo cortaste nuestro vínculo, sin importarte las consecuencias?

      —No me diste opción —dijo Catalina—. Tú…

      —Tu destruiste el centro de mi poder —dijo Siobhan—. Buena parte de él, liquidado


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