Una Joya para La Realeza . Морган Райс

Una Joya para La Realeza  - Морган Райс


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de las runas estaba sentada en una silla, observando la silueta quieta de Catalina. Evidentemente la había arrastrado o la había traído desde el espacio ritual de lo más profundo de las cuevas.

      —Mi fuente me alimentaba —dijo Siobhan—. Ahora necesito una vasija para hacer lo mismo. Y resulta que hay una que está oportunamente vacía.

      —¡No! —gritó Catalina, golpeando de nuevo con la mano contra la burbuja.

      —Oh, no te preocupes —dijo Siobhan—. No estaré mucho tiempo allí. Solo el tiempo suficiente para matar a tu hermana, creo.

      Catalina se quedó helada al oírlo.

      —¿Por qué? ¿Por qué quieres a Sofía muerta? ¿Solo para hacerme daño? Mátame a mí, en su lugar. Por favor.

      Siobhan la miró.

      —Realmente darías la vida por ella, ¿verdad? Matarías por ella. Morirías por ella. Y ahora nada de eso basta.

      —¡Por favor, Siobhan, te lo suplico! —exclamó Catalina.

      —Si no querías esto, deberías haber hecho lo que te pedía —dijo Siobhan—. Con tu ayuda, podría haber dispuesto las cosas en un camino donde mi hogar hubiera estado a salvo para siempre. Donde yo hubiera tenido poder. Ahora, tú te lo has llevado y yo tengo que vivir.

      Catalina todavía no entendía por qué eso significaba que Sofía tenía que morir.

      —Entonces vive dentro de mi cuerpo —dijo—. Pero no hagas daño a Sofía. No tienes ninguna razón para hacerlo.

      —Tengo todas las razones —dijo Siobhan—. ¿Crees que disfrazarse como la hermana pequeña de una gobernante es suficiente? ¿Tú crees que morir en una única vida humana es suficiente? Tu hermana lleva un hijo. Un hijo que gobernará. Lo transformaré en algo nonato. La mataré y le arrancaré el niño. Lo tomaré y creceré con él. Me convertiré en todo lo que necesito ser.

      —No —dijo Catalina mientras se daba cuenta de todo aquel horror—. No.

      Siobhan rió y en ello había crueldad.

      —Matarán a tu cuerpo cuando yo mate a Sofía —dijo—. Y tú te quedarás aquí, entre mundos. Espero que disfrutes de tu libertad de mí, aprendiza.

      Murmuró unas palabras y pareció disiparse. Pero la imagen de la cabaña de Haxa no lo hizo y Catalina se puso a chillar al ver que su propio cuerpo respiraba hondo.

      —¡Haxa, no, no soy yo! —exclamó y, a continuación, intentó mandar el mismo mensaje con su poder. No pasó nada.

      Sin embargo, al otro lado de esta fina división, pasaban muchas cosas. Siobhan respiraba agitadamente con sus pulmones, abría sus ojos y se incorporaba con el cuerpo de Catalina.

      —Tranquila, Catalina —dijo Haxa, sin levantarse—. Has tenido una larga y dura experiencia.

      Catalina observaba cómo su cuerpo se sentía de manera insegura, como si intentara descubrir dónde estaba. Para Haxa, debía parecer que Catalina todavía estaba desorientada por su experiencia, pero Catalina veía que Siobhan estaba probando sus extremidades, averiguando qué podía y qué no podía hacer.

      Finalmente se puso de pie, levantándose de forma insegura. Con su primer paso se tambaleó, pero el segundo fue más seguro. Desenfundó la espada de Catalina y la hizo zumbar en el aire como si comprobara el equilibrio. Haxa parecía un poco preocupada por ello, pero no se retiró. Seguramente pensó que era lo que Catalina podría hacer para comprobar su equilibrio y coordinación.

      —¿Sabes dónde estás? —preguntó Haxa.

      Siobhan la miró fijamente usando los ojos de Catalina.

      —Sí, lo sé.

      —¿Y sabes quién soy yo?

      —Eres la que se llama a sí misma Haxa para intentar ocultar su nombre. Eres la guardiana de las runas y no eras mi enemiga hasta que decidiste ayudar a mi aprendiza.

      Desde donde estaba atrapada, Catalina vio que la expresión de Haxa cambiaba a una de terror.

      —Tú no eres Catalina.

      —No —dijo Siobhan—. No lo soy.

      Entonces avanzó, con toda la velocidad y el poder del cuerpo de Catalina, clavando la ligera espada de modo que apenas fue más que un parpadeo cuando se clavó en el pecho de Haxa. Sobresalió por el otro lado, atravesándola.

      —El problema con los nombres —dijo Siobhan— es que solo funcionan cuando tienes aliento para usarlos. No deberías haberte alzado contra mí, bruja de las runas.

      Dejó caer a Haxa y, a continuación, alzó la vista, como si supiera dónde estaba la posición de Catalina.

      —Murió por tu culpa. Sofía morirá por tu culpa. Su hijo y su reino serán míos por tu culpa. Quiero que pienses en ello, Catalina. Piensa en ello cuando la burbuja se desvanezca y tus miedos vengan a ti.

      Saludó con la mano y la imagen se desvaneció. Catalina se lanzó contra la burbuja para intentar llegar hasta ella, para intentar salir de allí y encontrar un modo de detener a Siobhan.

      Se quedó quieta mientras las cosas a su alrededor cambiaban, convirtiéndose en una especie de paisaje gris y borroso ahora que Siobhan no le estaba dando forma para engañarla. Había un leve destello de plata a lo lejos que podría haber sido el camino seguro, pero estaba tan lejos que también podría no haber estado allí.

      Unas siluetas empezaron a salir de la neblina. Catalina reconoció las caras de las personas a las que ella había matado: monjas y soldados, el maestro de entrenamiento de Lord Cranston y los hombres del Maestro de los Cuervos. Sabía que eran solo imágenes más que fantasmas, pero eso no hacía nada por reducir el miedo que la atravesaba como un hilo, haciendo que su mano temblara y que la espada que llevaba pareciera inútil.

      Gertrude Illiard estaba allí de nuevo, sujetando una almohada.

      —Yo voy a ser la primera —prometió—. Voy a asfixiarte como tú me asfixiaste a mí, pero no morirás. Aquí no. No importa lo que te hagamos, no morirás, aunque lo supliques.

      Catalina los miró y cada uno de ellos llevaba algún tipo de herramienta, ya fuera un cuchillo o un látigo, una espada o una cuerda de estrangular. Cada uno de ellos parecía ansiar hacerle daño y Catalina sabía que se echarían encima de ella sin piedad tan pronto como pudieran.

      Ahora veía que el escudo se desvanecía, haciéndose más translúcido. Catalina agarró su espada con más fuerza y se preparó para lo que estaba por llegar.

      CAPÍTULO TRES

      Emelina seguía a Asha, Vincente y los demás a través de los páramos de más allá de Strand, sujetando el antebrazo de Cora para no perderse la una a la otra en las neblinas que se alzaban en los páramos.

      —Lo conseguimos —dijo Emelina—. Encontramos el Hogar de Piedra.

      —Creo que el Hogar de Piedra nos encontró a nosotros —puntualizó Cora.

      Esa era una opinión justa, dado que los habitantes del lugar las habían rescatado de la ejecución. Emelina todavía recordaba el calor ardiente de las piras si cerraba los ojos, el hedor punzante del humo. No quería hacerlo.

      —También —dijo Cora— creo que para encontrar un lugar, tienes que poderlo ver.

      «Me gusta tu mascota» —le respondió Asha, adelantándose a ellos— «¿Siempre habla tanto?»

      La mujer que parecía ser uno de los líderes del Hogar de Piedra dio largos pasos, arrastrando su larga capa y con su amplio sombrero no dejaba pasar la humedad.

      «No es mi mascota» —le mandó Emelina. Pensó en decirlo en voz alta por Cora, pero fue por ella que no lo hizo.

      «¿Por qué otra cosa iba


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