Una Canción para Los Huérfanos . Морган Райс
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Derechos Reservados © 2017 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora. Este libro electrónico está disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compró solamente para su uso, por favor devuélvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia.
ÍNDICE
CAPÍTULO UNO
Catalina estaba frente a Siobhan, sintiéndose tan nerviosa como lo hacía antes de cualquier lucha. Debería haberse sentido segura; estaba en el terreno de la forja de Tomás y se suponía que esta mujer era su maestra.
Y aun así se sentía como si el mundo estuviera a punto de desaparecer bajo sus pies.
—¿Me oíste? —preguntó Siobhan—. Es el momento de que devuelvas el favor que me debes, aprendiz.
El favor que Catalina había negociado en la fuente a cambio del entrenamiento de Siobhan. El favor que siempre había estado temiendo desde entonces, pues sabía que cualquier cosa que Siobhan pidiera sería terrible. La mujer del bosque era extraña y caprichosa, poderosa y peligrosa en la misma medida. Cualquier trabajo que ella asignara sería difícil y, probablemente, desagradable.
Catalina había aceptado, aunque no tenía otra opción.
—¿Qué favor? —preguntó por fin Catalina. Miró a su alrededor en busca de Tomás o Will, pero no lo hizo porque pensara que el herrero o su hijo pudieran salvarla de esto. Más bien quería asegurarse de que ninguno de ello se veía atrapado en lo que fuera que Siobhan estaba haciendo.
La forja no estaba allí, y tampoco Will. En su lugar, ahora ella y Siobhan estaban al lado de la fuente de la casa de Siobhan, las aguas corrían puras para variar, en vez de que la piedra estuviera seca y llena de hojas. Catalina sabía que debía tratarse de una ilusión, pero Cuando Siobhan se metió en ella, pareció suficientemente sólida. Incluso humedeció el dobladillo de su vestido.
—¿Por qué estás tan asustada, Catalina? —preguntó—. Solo te estoy pidiendo un favor. ¿Tienes miedo de que te mande a Morgassa a buscar el huevo de un ave roc en las llanuras de sal, o a luchar contra algunas criaturas en potencia de los convocantes? Hubiera pensado que este tipo de cosas te gustaría.
—Que es por lo que no lo harías —supuso Catalina.
Siobhan hizo una extraña sonrisa al escuchar eso.
—Piensas que soy cruel, ¿verdad? ¿Que actúo sin razón? El viento puede ser cruel si estás ante él sin abrigo y no podrías comprender más sus razones que… bueno, cualquier cosa que diga que no puedes hacer te la tomarás como un reto, así que dejémoslo.
—Tú no eres el viento —puntualizo Catalina—. El viento no puede pensar, no puede sentir, no puede distinguir lo que está bien de lo que está mal.
—Ah, ¿así que es eso? —dijo Siobhan. Ahora se sentó en el borde de su fuente. Catalina todavía tenía la impresión de que si ella intentaba hacer lo mismo, caería al suelo en la hierba que rodeaba la forja de Tomás—. ¿De verdad piensas que soy malvada?
Catalina no quería decir que sí a eso, pero no se le ocurría una manera de no hacerlo sin mentir. Siobhan no podría llegar a los rincones de la mente de Catalina mucho más de lo que los poderes de Catalina podían tocar a Siobhan, pero sospechaba que la mujer ahora sabría si mentía. En su lugar, se quedó en silencio.
—Las monjas de la Diosa Enmascarada hubieran dicho que masacrarlas era malvado —puntualizó Siobhan—. Los hombres del Nuevo Ejército a los que asesinaste te hubieran llamado malvada, o algo peor. Estoy segura de que ahora mismo hay mil hombres en las calles de Ashton que te llamarían malvada, solo por poder leer la mente de los demás.
—Entonces ¿estás intentando decirme que tú eres buena? —replicó Catalina.
Siobahn encogió los hombros al escuchar eso.
—Lo que estoy intentando decirte es el favor que debes hacer. Lo que es necesario. Porque eso es