Una Canción para Los Huérfanos . Морган Райс
No conozco la maldición del poder.
—Es sencilla —dijo Siobhan—. Si tienes poder, todo lo que hagas afectará al mundo. Si tienes poder y puedes ver lo que se avecina, entonces escoger no actuar es una opción. Eres responsable del mundo solo por estar en él y yo hace mucho tiempo que estoy en él.
—¿Cuánto tiempo? –preguntó Catalina.
Siobhan negó con la cabeza.
—Esa es el tipo de pregunta cuya respuesta tiene un precio y tú todavía no has pagado el precio de tu entrenamiento, aprendiz.
—Tu favor —dijo Catalina. Todavía lo estaba temiendo y nada de lo que Siobhan había dicho lo hacía más fácil.
—Es una cosa bastante sencilla —dijo Siobhan—. Hay alguien que debe morir.
Hizo que sonara tan anodino como si le estuviera ordenando a Catalina que barriera el suelo o que trajera agua para el baño. Hizo un barrido con la mano y el agua de la fuente brilló y mostró a una joven que caminaba por un jardín. Llevaba telas valiosas, pero ninguna insignia de la casa de un noble. Entonces ¿era la esposa o la hija de un comerciante? ¿Alguien que había hecho dinero de otra forma? Tenía un aspecto bastante agradable, tenía una sonrisa por una broma que no se escuchó que parecía alegrar al mundo.
—¿Quién es? —preguntó Catalina.
—Se llama Gertrude Illiard —dijo Siobhan—. Vive en Ashton, en el recinto familiar de su padre, el comerciante Savis Illiard.
Catalina esperaba algo más, pero no hubo nada. Siobhan no dio ninguna explicación, ninguna pista de por qué esta joven debía morir.
—¿Ha cometido algún crimen? —preguntó Catalina—. ¿Ha hecho alguna cosa terrible?
Siobhan levantó una ceja.
—¿Necesitas saber algo así para poder matar? No creo que sea así.
Catalina sentía como su furia crecía al escuchar eso. ¿Cómo se atreve Siobhan a pedirle que hiciera una cosa así? ¿Y cómo se atreve a exigirle a Catalina que se manchara las manos de sangre sin la más mínima razón o explicación?
—No soy una simple asesina a la que mandas donde quieres —dijo Catalina.
—¿De verdad? —Siobhan se puso de pie y se fue de la orilla de la fuente con un movimiento extrañamente infantil, como si bajara de un columpio, o saltara del borde de un carro como un golfillo que ha robado un viaje a través de la ciudad—. Has matado muchas veces antes.
—Eso es diferente —Catalina insistió.
—Cada momento de la vida es algo de belleza única —coincidió Siobhan—. Pero, por otro lado, cada momento es algo aburrido, igual que todos los demás también. Has matado a muchas personas, Catalina. ¿Por qué esta es diferente?
—Aquellos lo merecían —dijo Catalina.
—Ah, lo merecían —dijo Siobhan y Catalina pudo escuchar la burla en su voz a pesar de que los escudos que la mujer siempre tenía a punto significaban que Catalina nunca podía ver ninguno de los pensamientos que había detrás—. ¿Las monjas lo merecían por todo lo que te hicieron? ¿Y el esclavista por lo que le hizo a tu hermana?
—Sí —dijo Catalina. Estaba segura de ello, por lo menos.
—¿Y el chico que mataste en el camino por atreverse a ir tras de ti? —continuó Siobhan. Catalina empezaba a preguntarse cuánto sabía exactamente la mujer—. ¿Y los soldados de la playa por… eso cómo lo justificas, Catalina? ¿Fue porque estaban invadiendo tu hogar? ¿O fue simplemente que tus órdenes te llevaron allí y, una vez empieza la lucha, no hay tiempo para preguntar por qué?
Catalina dio un paso atrás para apartarse de Siobhan, sobre todo porque si Catalina la golpeaba, sospechaba que habría demasiadas consecuencias.
—Incluso ahora —dijo Siobhan—, sospecho que podría ponerte a una docena de hombres y mujeres delante de ti a los que clavarías una espada por propia voluntad. Podría buscarte un rival tras otro y tú los liquidarías. ¿Pero esta es diferente?
—Ella es inocente —dijo Catalina.
—Por lo que tú sabes —respondió Siobhan—. O tal vez es que simplemente no te he contado todas las innumerables muertes de las que es responsable. Toda la desgracia. —Catalina parpadeó y ya estaba al otro lado de la fuente—. O, tal vez, simplemente no te he contado todo el bien que ha hecho, todas las vidas que ha salvado.
—No vas a decirme de qué se trata, ¿verdad? —preguntó Catalina.
—Te he dado una misión —dijo Siobhan—. Espero que la cumplas. Tus preguntas y tus escrúpulos no tienen cabida. Se trata de la lealtad que una aprendiz le debe a su maestra.
Es decir, quería saber si Catalina mataría solo porque ella se lo había ordenado.
—Tú misma podrías matar a esa mujer, ¿verdad? —supuso Catalina—. He visto lo que puedes hacer, apareciendo así, de la nada. Tienes los poderes para matar a una persona.
—¿Y quién dice que no voy a hacerlo? —preguntó Siobhan—. Quizás la forma más fácil para mí es enviar a mi aprendiz.
—O tal vez solo quieres ver lo que hago —supuso Catalina—. Esto es una especie de prueba.
—Todo es una prueba, querida —dijo Siobhan—. A estas alturas, ¿no has deducido esta parte? Vas a hacerlo.
¿Qué sucedería cuando lo hiciera? ¿Realmente Siobhan permitiría que matara a una extraña? Tal vez ese era el juego al que estaba jugando. Tal vez tuviera la intención de que Catalina fuera hasta el borde del asesinato y, entonces, pararía la prueba. Catalina esperaba que eso fuera cierto pero, aun así, no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer de esa manera.
No era un término lo suficientemente fuerte para lo que Catalina sentía ahora mismo. Lo odiaba. Odiaba los constantes juegos de Siobhan, su deseo constante de convertirla en una herramienta que usar. Correr a través del bosque perseguida por fantasmas había sido muy malo. Esto era peor.
—¿Y qué pasa si digo que no? —dijo Catalina.
El gesto de Siobhan se ensombreció.
—¿Crees que puedes hacerlo? —preguntó—. Tú eres mi aprendiz, comprometida conmigo. Puedo hacer lo que desee contigo.
Entonces unas plantas brotaron rápidamente alrededor de Catalina, sus afiladas espinas las convirtieron en armas. No la tocaron, pero la amenaza era evidente. Parecía que Siobhan no había terminado todavía. Señaló con un gesto de nuevo hacia el agua de la fuente y la escena que mostraba cambió.
—Podría cogerte y entregarte a uno de los jardines del placer de Issettia del Sur —dijo Siobhan—. Allí hay un rey que podría estar dispuesto a cooperar a cambio del regalo.
Catalina vio brevemente a unas chicas vestidas de seda correteando delante de un hombre que les doblaba la edad.
—Podría cogerte y ponerte en las filas de esclavos de las Colonias Cercanas —continuó Siobhan e hizo un gesto para que la escena mostrara largas filas de trabajadores trabajando con picos y palas en una mina abierta—. Tal vez te diré dónde encontrar las mejores piedras para los comerciantes que hacen lo que yo deseo.
La escena cambió de nuevo y mostró lo que, evidentemente, era una sala de torturas. Hombres y mujeres gritaban mientras unos tipos enmascarados manejaban hierros calientes.
—O tal vez te entregue a los sacerdotes de la Diosa Enmascarada, para que ganes la contrición por tus crímenes.
—No lo harías —dijo Catalina.
Siobhan alargó el brazo, y la cogió tan fuerte que Catalina apenas tuvo tiempo para pensar antes de que la mujer la forzara a meter la cabeza bajo el agua de la fuente. Ella gritó, pero solo le sirvió para no tener tiempo de respirar mientras la hundía.