La buena hija. Karin Slaughter
Editado por HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
La buena hija
Título original: The Good Daughter
© 2017, Karin Slaughter
© 2017, para esta edición HarperCollins Ibérica, S.A.
Publicado por HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.
Traductora: Victoria Horrillo Ledesma
Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.
Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.
Diseño de cubierta: Diego Rivera
Imágenes de cubierta: Dreamstime.com y Shutterstock
ISBN: 978-84-9139-184-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Lo que de verdad le ocurrió a Charlie
Lo que tú llamas mi lucha por resignarme (…) no es una lucha por resignarme, sino por asumir mi suerte, y con pasión. Quiero decir, quizá, con alegría. Imagíname con los dientes apretados, persiguiendo la felicidad, armada, además, de pies a cabeza, como si fuera una empresa sumamente peligrosa.
Flannery O’Connor
LO QUE LE OCURRIÓ A SAMANTHA
Samantha Quinn sentía dentro de las piernas el aguijoneo de un millar de avispas mientras corría por el largo y desolado camino que llevaba a la granja. El ruido que hacían sus deportivas al golpear la tierra estéril retumbaba al compás de su corazón desbocado. El sudor había convertido su coleta en una gruesa maroma que fustigaba sus hombros. Los huesos de sus tobillos, delicados como ramitas, parecían a punto de quebrarse.
Apretó el paso, tragando a grandes bocanadas el aire reseco, precipitándose hacia delante en un doloroso esprint.
Delante de ella, Charlotte permanecía a la sombra de su madre. Todos se hallaban a la sombra de su madre. Gamma Quinn era una figura imponente: inquietos ojos azules, cabello corto y oscuro, la piel tan blanca como un sobre, y una lengua afilada siempre lista para infligir cortes en lugares inconvenientes, cortes que no por minúsculos dejaban de ser dolorosos. Incluso desde aquella distancia, Samantha veía la fina línea de sus labios contraídos en una expresión de censura, la vista fija en el cronómetro que sostenía en la mano.
El tictac de los segundos resonaba dentro de la cabeza de Samantha. Se obligó a correr más aprisa. Los tendones de sus piernas lanzaron un gemido agudo. Las avispas pasaron a sus pulmones. Sentía en la mano el tacto resbaladizo del testigo de plástico.
Veinte metros. Quince. Diez.
Charlotte se colocó en posición. Apartando el cuerpo de ella y fijando la vista adelante, empezó a correr. Estiró el brazo derecho hacia atrás, sin mirar, y esperó a sentir el golpe del testigo en la palma de la mano para empezar a correr su manga.
Era el pase a ciegas. La entrega