Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos). Longus

Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - Longus


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se extendían por el mundo, civilizándole en expedición conquistadora; ya, como Hermes, inventaban artes que hacen grata la vida; ya, como Prometeo, arrostraban la cólera del cielo y del inflexible destino, á fin de salvar, mejorar ó ennoblecer al género humano.

      Cuando toda esta materia épica pasó de ser oral á ser escrita, y perdiendo el ritmo ó forma de la poesía, vino á ponerse en prosa, la ficción, ó dígase la novela en su más lato sentido, entró en un período importante de su historia, si bien aun apenas aparecía aislada, sino combinándose con todo. Los moralistas se valían de ella para inculcar sus preceptos, y los filósofos y políticos para hacer más perceptibles y populares sus teorías y sistemas. De aquí las fábulas de Platón sobre la Atlántida y sobre Her el armenio, la del grave Aristóteles sobre Sileno y Midas, y la de Jenofonte sobre la educación de Ciro.

      Lo inexplorado hasta entonces de este planeta en que vivimos, daba lugar á innumerables utopias; esto es, á tierras incógnitas ó muy remotas, donde vivían pueblos extraños, ya por lo monstruoso de su ser y condición, ya por estar gobernados de una manera singular y perfecta, según el gusto de quien transmitía ó inventaba la ficción. Así nacieron, y se pusieron en diversos sitios, reinos ó repúblicas de amazonas, de pigmeos y de arimaspes, y así surgieron también islas afortunadas: el país de los hiperbóreos, amados de Apolo; la tierra de los meropes, la nación india de los atacoros, y hasta la Pancaya de Evhemero.

      De la misma suerte que, por ignorancia de la geografía, se creaban países y pueblos fantásticos, por el desconocimiento de los casos pasados, emigraciones de razas, conquistas, victorias, civilizaciones florecimientos y decadencias, nacieron multitud de historias de pueblos primitivos, donde á veces, sobre la leve trama de algunos hechos reales, la fantasía tejía y bordaba mil prodigios.

      Para dar autoridad á alguna doctrina religiosa ó filosófica, casi se forjaba un personaje y toda su portentosa historia, como la de Abaris ó la de Zamolxis, y, por el contrario, para glorificación de un personaje real, se forjaba su leyenda. Así se escribieron no pocas vidas, no ya sólo de reyes, héroes y conquistadores, sino también de sabios y de filósofos, como la de Pitágoras por Jámblico y Porfirio, la de Apolonio de Tyana por Filostrato, la de Plotino por Porfirio, y la de Proclo por Marino. Hasta para dar una explicación racionalista á la historia divina, para traer á la tierra á los númenes que el vulgo adoraba, y reducirlos á la condición y proporciones humanas, se inventan fábulas no menos increibles y absurdas que la misma religión que tiraban á destruir, como ocurría en la ya citada Pancaya de Evhemero, quien cuenta hoy, sin las disculpas que él tenía, tan numerosos y brillantes discípulos, v. gr.: Rodier, Renan, Moreau de Jonnes, y sobre todo, el autor de un libro titulado Dios y su tocayo, donde se pretende probar que Jehováh era el emperador de la China, y Adán un súbdito rebelde, expulsado del Celeste Imperio.

      Es evidente que al señalar aquí las diversas direcciones que tomó entre los griegos el espíritu de invención novelesca, lo hacemos con rapidez y á grandes rasgos, y no podemos ceñirnos á la cronología, ni marcar con precisa distinción épocas y períodos. Baste que nos atrevamos á afirmar que hasta los tiempos de Alejandro Magno, apenas queda rastro de lo que ahora podemos llamar novela de costumbres. Toda ficción es sobre algo que toca ó interesa á la vida pública, ya religiosa, ya política, ya filosófica. La novela de casos domésticos estaba en gérmen y reducida al cuento oral, que hasta muy tarde no empezó á coleccionarse.

      Estos cuentos venían principalmente de Mileto, de Sibares y de Chipre, y eran á menudo amorosos y obscenos. Los más antiguos recopiladores de estos cuentos, de quienes se tiene noticia, son de la edad de Alejandro, ó posteriores, como Clearco de Soli, Partenio de Nicea, maestro de Virgilio, y Conón, que vivió en el mismo tiempo.

      Con la novela hubo de suceder lo mismo, en cierto modo, que con el teatro cómico. Aristófanes, en la comedia antigua, habla y trata de la vida pública, política y religiosa. Viene después la comedia media, que trata aún de la vida pública; pero, ya perdidas la actividad y la libertad de la democracia ateniense, olvida lo político, y se emplea en representar filósofos y cortesanas. Sólo con Menandro, en la comedia nueva, aparece la verdadera vida interior doméstica, y se pintan caracteres y pasiones de personajes privados.

      En la novela, lo que responde á la comedia nueva en el teatro, esto es, lo que hasta cierto punto pudiéramos llamar novela de costumbres, vino mucho más tarde. Todo novelista de este género puede afirmarse que es posterior á la era cristiana.

      No por esto juzgo yo, como los clasicistas severos, que es época de decadencia ésta en que apareció la novela de dicha clase. Verdad que el siglo de oro de las letras griegas fué el de Pericles; pero autores eminentes hubo en épocas distintas, y nuevos períodos de florecimiento y nuevos campos para luchar y vencer se abrieron después en repetidas ocasiones al ingenio helénico; ora bajo los Ptolomeos y otros sucesores de Alejandro, en filosofía, en ciencias exactas y naturales, y en poesía lírica y bucólica; ora bajo la dominación de Roma, en quien infundió Grecia su cultura; ora con la aparición y difusión del cristianismo y el gran movimiento de ideas que trajo en pos de sí, aun hasta después de caer el imperio de Occidente. Yo creo que no pueden llamarse épocas de decadencia en una literatura aquéllas en que florecen poetas como Teócrito, Bion y Calímaco; prosistas como Polibio, Plutarco y Luciano; filósofos como Plotino, y escritores tan elocuentes y pensadores tan profundos como tantos y tantos Padres de la Iglesia.

      En esta última época, á saber, desde el primero al quinto ó sexto siglo de la era cristiana, es cuando escriben los principales novelistas griegos de la novela propiamente dicha, ó dígase de la novela de costumbres, ó más bien de la novela de amor y aventuras ya que las costumbres no se pintaban entonces con la exactitud de ahora; no se empleaba lo que hoy llamamos ó podemos llamar color local y temporal, sino cuando esto salía sin caer en ello los autores; ni mucho menos había, ni era posible que hubiese, este análisis psicológico de las pasiones y afectos, que hoy se usa y agrada tanto. En cambio, el empleo de lo sobrenatural y prodigioso no era tan difícil como en el día, porque los hombres creían sin gran dificultad, por donde era llano ingerir en las novelas lo fantástico de las antiguas fábulas filosóficas, religiosas, geográficas é históricas.

      Las novelas más famosas y conocidas del expresado género son: la Eubea, de Dion Crisóstomo; el Asno, de Lucio de Patras; Las Efesiacas, de Jenofonte de Efeso; Teágenes y Cariclea, de Heliodoro; Leucipe y Clitofonte, de Aquiles Tacio, y Las Pastorales, de Longo, ó Dafnis y Cloe, que damos aquí traducida, y que es sin duda la mejor de todas, ya que el Asno, de Lucio, es ferozmente obsceno, y la Eubea, de Dion, tiene poco interés, por más que esté lindamente escrita. Las otras novelas de dicha época son en el día harto pesadas de leer. Y las novelas posteriores, del Bajo Imperio, no son más amenas ahora, si bien son en extremo interesantes por lo mucho que influyen en el desenvolvimiento de todas las literaturas del centro y occidente de Europa durante la Edad Media; ya en leyendas y cuentos; ya en poemas y libros de caballerías; ya en el mismo teatro, cuando el renacimiento y después, como sucede, por ejemplo, con la historia de Apolonio de Tiro, el poema de Alejandro y las historias troyanas.

      Según ya hemos dicho, aunque nuestro elogio se atribuya á pasión de traductor, Dafnis y Cloe es la mejor de todas estas novelas; la única quizá que, por la sencillez y gracia del argumento, por el primor del estilo, y en suma, por su permanente belleza, vive y debe gustar en todo tiempo.

      Contra los ataques que se han dirigido á su poca moralidad y decencia, ya la hemos defendido hasta donde nos ha sido posible. De otras faltas es harto más fácil defenderla. Una, sobre todo, apenas se comprende que haya críticos juiciosos que se la atribuyan: la de la intervención milagrosa de Pan para salvar á Cloe, á quien llevaban robada. Lo extraño es que los críticos se hayan fijado en este momento, como si en él apareciese sólo lo sobrenatural, y no hayan querido comprender que, desde el comienzo de la novela, lo sobrenatural interviene en todo. Sin su intervención la novela no sería verosímil, y por lo tanto, no sería divertida. La verosimilitud estética se funda, pues, en la creencia en ciertos seres por cima del ser humano y que le amparan y guían; en la creencia en las Ninfas; en Amor, no como figura alegórica, sino como persona real,


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