Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos). Longus

Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - Longus


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y á venir oyendo sólo una palmada; pero entonces el miedo les había hecho olvidarse de todo. Casi fué menester perseguirlas y buscarlas por el rastro, como á las liebres. Después las llevaron al aprisco. Aquella sola noche durmieron ambos con profundo sueño. La fatiga fué remedio del mal de Amor; pero, venido el día, padecieron de nuevo el mismo mal. Se alegraban al verse; les dolía separarse; estaban desazonados; deseaban algo, é ignoraban qué. Sólo sabían, él, que el origen de su mal era un beso, y ella, que era un baño.

      Tocaba ya á su fin la primavera y empezaba el estío. Todo era vigor en la tierra. Los árboles tenían fruta; los sembrados, espigas. Grato el cantar de las cigarras, deleitoso el balar de los corderos, dulce el ambiente perfumado por la fruta en sazón. Parecía que los ríos cantaban al correr mansamente; que los vientos daban música como de flautas al suspirar entre los pinos; que las manzanas caían enamoradas al suelo, y que el sol, anhelante de hermosura, rasgaba todo velo que pudiera encubrirla. Dafnis, impulsado de un ardor íntimo, que todo esto le causaba, se echaba en los ríos, y ya se lavaba, ya cogía ligeros peces, ya bebía como si quisiese apagar aquel fuego. Cloe, después de ordeñar sus ovejas y no pocas de las cabras, empleaba bastante tiempo en cuajar la leche y en osear las moscas, que al osearlas le picaban; luego se lavaba la cara; se coronaba de ramas de pino, se ponía al hombro la piel del cervatillo, llenaba una gran taza de vino y de leche, y gozaba con Dafnis de aquella bebida.

      Cuando llegaba la hora de la siesta, llegaba también mayor hechizo y cautividad de los ojos, porque ella miraba á Dafnis desnudo y su beldad floreciente, y desfallecía al considerar que no había falta que ponerle en parte alguna; y él, al verla con la piel de ciervo, coronada de pino y ofreciéndole bebida en la taza, imaginaba ver á una de las Ninfas de la gruta. Entonces Dafnis, arrebatando de la cabeza de ella las ramas de pino, se coronaba á sí propio, no sin besar antes la corona. Ella, en cambio, solía tomar la ropa de él, mientras él se bañaba, y vestírsela, no sin besarla antes también. Ambos se tiraban manzanas, y otras veces se peinaban el uno al otro, y Cloe comparaba el cabello de él, por lo negro, á la endrina, y Dafnis decía que el rostro de ella era como las manzanas, por lo blanco y sonrosado. Á veces le enseñaba á tocar la flauta; y apenas soplaba ella, se la quitaba él y recorría todos los agujeros, como para mostrarle dónde había faltado, y en realidad para besar á Cloe por medio de la flauta.

      Tocando él así una siesta, y reposando á la sombra el ganado, Cloe hubo de quedarse dormida. Y no bien lo advirtió Dafnis, dejó la flauta para mirarla toda, sin hartarse de mirarla; y ya sin avergonzarse de nada, dijo en voz baja de este modo: «¡Cómo duermen sus ojos! ¡Cómo alienta su boca! Ni las frutas ni el tomillo huelen mejor; pero no me atrevo á besarla. Su beso pica en el corazón y vuelve loco como la miel nueva. Además, temo despertarla si la beso. ¡Oh parleras cigarras! ¿No la dejaréis dormir con vuestros chirridos? ¿Y estos pícaros chivos, que alborotan peleando á cornadas? ¡Oh lobos más cobardes que zorras! ¿por qué no venís á robarlos?»

      Mientras que él profería estas razones, una cigarra, huyendo de una golondrina que la quería cautivar, vino á refugiarse en el seno de Cloe. La golondrina no pudo coger su presa ni reprimir el vuelo, y rozó con las alas las mejillas de la zagala, la cual, sin comprender lo que había sucedido, despertó asustada y gritando; pero no bien vió la golondrina, que aún volaba cerca, y á Dafnis, que reía del susto, el susto se le pasó y se restregó los ojos, que querían dormir todavía. Entonces la cigarra se puso á cantar entre los pechos de Cloe, como si quisiera darle gracias por haberle salvado. Cloe se asustó y gritó de nuevo, y Dafnis rió. Y aprovechándose éste de la ocasión, metió bien la mano en el seno de Cloe, y sacó de allí á la buena de la cigarra, que ni en la mano quería callarse. Ella la vió con gusto, la tomó y la besó, y se la volvió á poner en el pecho, siempre cantando.

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