En el nombre del mar. Luis Mollá Ayuso
joven se había acercado arrastrando su saco de marinero y agradeció la bebida. Contemplando de reojo a un individuo de largas barbas que parecía no haberse percatado de su presencia y se limitaba a observar un cuadro sobre la pared, tomó la jarra e hizo un gesto de agradecimiento antes de llevársela a los labios.
—Cuidado, chico —sonrió Jim Bow—. Esa cerveza te convierte en un caballo muerto...
Nota del autor: Desde tiempo inmemorial el hombre se ha sentido fascinado por el mar, amándolo y temiéndolo a partes iguales, y tal vez nadie como Herman Melville haya sabido sintetizar esta fascinación. El mar, en toda su extensión, belleza, fuerza y misterio, queda resumido en un gran cetáceo blanco, mientras el vulnerable Pequod representa el elemento humano.
Tal y como sucede en la realidad, en la novela Moby Dick el mar termina imponiéndose a la condición humana a través de su majestuosa e imponente naturaleza, sin embargo, más allá del final de la obra de Melville, el hombre continúa su imparable evolución y sigue soñando con llegar a dominar el mar en todas sus dimensiones.
Quién sabe si algún día el Pequod encontrará al fin el arponero capaz de acabar con el mítico animal. El día que suceda el ser humano se habrá impuesto al mar, los tripulantes del pesquero errante conseguirán el descanso y la paz, y nosotros habremos perdido la magia del único lugar del globo donde aún reina el misterio. Que no llegue nunca.
3. La Tumba 116
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