El Precio Del Infierno. Federico Betti

El Precio Del Infierno - Federico Betti


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exhausta por el viaje aunque había sido muy breve.

      No sabía exactamente en qué calle vivía Stefano Zamagni, así que pensó en preguntar a alguien que lo conociese. Fue al bar de la vía Carlo Jussi en el cruce con la vía Reggio Emilia que a esa hora era el único todavía abierto.

      Detrás de la barra había colgadas algunas frases como: Come acá el mejor aperitivo que hay, Bebe con nosotros aunque comas con otros, Una bebida excepcional tus problemas despejará.

      Alice intentó encontrar al propietario para saber si conocía a la persona que estaba buscando. Vio a un hombre barbudo a la izquierda y decidió que quizás era la persona que la podría ayudar para encontrar a Stefano Zamagni.

      – ¿Sabría también decirme dónde vive? –dijo ella.

      – ¿Por qué motivo quiere saberlo?

      –Porque necesito desesperadamente verlo.

      El hombre no dijo nada.

      –Entonces, si puede decirme dónde encontrarlo.

      –En San Lazzaro…claro.

      –En qué calle, quería decir.

      – ¡Ah…! –el hombre dudó –En Avenida de la Repubblica –dijo.

      –Gracias por la información –dijo.

      Y añadió para sí misma: Gracias, graciosillo de mierda.

      –En San Lazzaro…naturalmente. ¡Que te den!.

      Alice salió.

      Se puso a buscar la calle que le había dicho aquel hombre. Después de cinco minutos, vio a la izquierda el cartel: calle Carlo Jussi. Justo la que buscaba. En el primer edificio vio el apellido de Stefano en un cartelito cerca de los timbres del portero automático.

      Pensó en llamar aunque era consciente de lo tarde que era.

      Le respondió una voz ronca y soñolienta.

      –Stefano, soy Alice.

      En ese momento Stefano se quedó asombrado, luego lo entendió.

      – ¿Qué necesitas? –dijo.

      –Necesito hablarte urgentemente.

      –Justo ahora. Es tarde. Son… es medianoche. ¿Qué haces a estas horas por San Lazzaro?

      –Debo hablarte. Déjame subir, por favor –dijo

      Stefano la dejó entrar.

      VI

      El vestíbulo del edificio era bastante amplio, con las paredes recién pintadas y una lámpara halógena en el techo. Las escaleras eran de mármol gris con un pasamanos de madera clara, quizás de bastante calidad para un chalet.

      Alice concluyó que Stefano vivía de manera lujosa.

      Subió al segundo piso y vio a la derecha una puerta abierta y a un hombre en el umbral. Comprendió que aquel debía ser su compañero de trabajo y se dirigió hacia él.

      Stefano la condujo hasta el salón y la hizo sentarse en una butaca con apoyabrazos taraceados. Alice echó un ojo a todo el piso.

      – ¿Cuánto te cuestan todos estos lujos? –le preguntó.

      – ¡Oh…no demasiado! lo tengo alquilado por cien euros al mes –respondió él.

      – ¿Cien…? –dijo Alice.

      –Euros al mes. Sé que se trata de una cifra irrisoria, también yo me quedé de piedra cuando el propietario me lo dijo. Bueno, vamos al grano, dime el motivo por el cual me has despertado a estas horas de la noche.

      –Bueno…me ha telefoneado otra vez esa persona, es decir…esa Voz. Y no es todo. Ha vuelto a aparecer aquella frase en el suelo de la cocina –dijo ella.

      – ¿Otra vez? ¡Entonces no estabas loca cuando he ido a tu casa!

      –Tú no lo creías.

      –Me debía convencer. ¿Quieres un café?

      –No gracias. No quiero ponerme más nerviosa de lo que ya estoy.

      –Como quieras –dijo él.

      –Quería preguntarte una cosa, si no te molesta.

      –Escupe.

      – ¿Podría quedarme aquí por un tiempo, por lo menos hasta que no encontremos a ese tío? ¡Tengo miedo! ¡Me muero de miedo! No obstante te juro que si lo encuentro le hago pasar las ganas de romper los cojones a la gente. ¡Maldito hijo de puta!

      –De acuerdo. Pero ahora cálmate y verás cómo lo encontraremos –le dijo acompañándola al dormitorio. Tú podrás dormir aquí –dijo.

      Ella apoyó la cabeza en la almohada y se quedó dormida inmediatamente en un sueño reparador que duró hasta las ocho de la mañana siguiente sin ni siquiera ninguna interrupción.

      Hasta las ocho no escuchó la Voz y fue muy feliz.

      Alice se levantó preguntándose como iría la investigación en Bologna. Le gustaría haber tenido noticias…y buenas, por lo menos por una vez. Cuando Stefano se despertó, desayunaron juntos.

      Alice había preparado un poco de café y algunas galletas integrales que, después de probarlas, las había encontrado exquisitas. La mesa estaba preparada.

      –Muy buenas estas galletas –dijo Alice – ¿Dónde las has comprado?

      –Bueno…en el supermercado al final de la calle. Justo la semana pasada he conocido al propietario. Se llama Lucio…ah, Tabellini. Ha sido él quien me ha aconsejado estas galletas. Ha dicho que las han puesto a la venta hacía poco y se venden volando. Ha tenido que hacer otro encargo inmediatamente porque las había terminado casi enseguida –explicó Stefano.

      – ¿Cómo se llaman? Uncle Fred’s Scones…quién sabe si no se encuentran también en Bologna –dijo Alice.

      Se comió una docena, de lo buenas que estaban.

      Cuando acabaron el desayuno pensaron en lo que iban a hacer.

      Stefano Zamagni dijo a Alice que ella ahora estaba demasiado nerviosa a causa de aquellas malditas llamadas telefónicas nocturnas y que sería mejor que se quedasen juntos en San Lazzaro di Savena, ella para estar alejada de aquella Voz amenazadora, él para protegerla. Telefonearían a la comisaría para decir que estarían ausentes durante unos días y que proseguirían la investigación desde donde se encontraban y yendo a Bologna sólo en el caso de que fuese necesario.

      El capitán estuvo de acuerdo.

      Ahora, Stefano Zamagni quiso enseñar San Lazzaro a Alice para que conociese mejor el lugar y sus habitantes. Comenzó con Emma Simoni, su vecina de edificio. En cuanto llamaron fue a abrir.

      Vestía unos pantalones vaqueros y una camiseta multicolor. Decía que se sentía joven a pesar de la edad. Les quiso invitar a unas pizzette de las que solía hacer. Alice ya las conocía ya que Stefano Zamagni le había llevado alguna a comisaría, y las tomó con muchísimo gusto.

      Emma era feliz de tener huéspedes inesperados porque se estaba muriendo de aburrimiento.

      Stefano le presentó a Alice y le dijo porque estaba allí con él, dado que la agente de Scotland Yard vivía en un piso en Bologna.

      –Comprendo –dijo la mujer volviéndose hacia Alice.

      –Es un mal momento para mí –dijo la colega de Stefano Zamagni –Espero que pase pronto.

      El policía decidió despedirse de Emma para poder seguir el recorrido de reconocimiento de San Lazzaro di Savena junto con Alice, que, mientras tanto, había comenzado a ambientarse.

      Stefano Zamagni acompañó a Alice Dane a donde estaba el señor Mazzetti, en la ferretería de la otra parte de la calle.

      La puerta de la entrada tenía cristales con una tonalidad ahumada montados en madera con un estilo antiguo que llamó particularmente la atención de Alice.

      Cuando


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