La Casa Perfecta. Блейк Пирс
que llegó el ascensor.
Cuando lo hizo, entró, le dio al botón del cuarto piso, y después cerró las puertas. Cuando se abrieron de nuevo, salió disparada por el pasillo hasta llegar a su apartamento. Tras darse un momento para recuperar el aliento, examinó la puerta.
A primera vista, parecía tan corriente como las demás puertas en ese nivel, pero había añadido varias medidas adicionales de seguridad después de mudarse. Primero, dio un paso atrás hasta estar a un metro de la puerta y en línea directa con la mirilla. Un resplandor verdoso que no era visible desde ningún otro ángulo emanaba del borde del agujero, indicando que nadie había forzado su entrada al apartamento. De haberlo hecho, el borde alrededor de la mirilla hubiera sido de color rojo.
Además de la cámara Nest que había instalado en la puerta, también había múltiples cámaras escondidas en el pasillo. Una tenía una vista directa de su puerta. Otra se enfocaba en el pasillo que había delante del ascensor y la escalera adyacente. Una tercera cámara apuntaba en la otra dirección del segundo grupo de escaleras. Las había comprobado todas de camino en el taxi sin descubrir ningún movimiento sospechoso en los alrededores de su casa.
El siguiente paso era el acceso. Utilizó una llave tradicional para abrir el cerrojo, después deslizó su tarjeta y escuchó cómo el otro cerrojo deslizante también se abría. Pasó al interior cuando la alarma del sensor de movimiento se disparó, dejó su mochila en el suelo, e ignoró la alarma mientras volvía a cerrar las dos puertas y colocaba la barra de seguridad deslizante. Fue entonces cuando introdujo el código de ocho dígitos.
Después de eso, agarró la barra luminosa que guardaba junto a la puerta y se apresuró a ir a su habitación. Levantó el marco extraíble junto al interruptor de la luz para revelar un panel de seguridad oculto e introdujo el código de cuatro dígitos para la segunda alarma, la silenciosa, la que iba directamente a la policía si no la desactivaba en cuarenta segundos.
Solo entonces se permitió respirar tranquila. Mientras inhalaba y exhalaba lentamente, caminó por el pequeño apartamento, con la barra luminosa en la mano, lista para cualquier cosa. Examinar todo el espacio, incluyendo los armarios, la ducha, y la despensa, le llevó menos de un minuto.
Cuando tuvo la certeza de que estaba a solas y a salvo, comprobó la media docena de cámaras para bebés que había colocado por todo el piso. Entonces examinó los cerrojos de las ventanas. Todo estaba en perfecto orden. Eso solo le dejaba un sitio que revisar.
Entró al cuarto de baño y abrió el estrecho armario que estaba formado por varios estantes con suministros como papel higiénico extra, un desatascador, algunas barras de jabón, esponjas de ducha, y líquido para limpiar el espejo. Había un pequeño pasador a la izquierda del armario, invisible a menos que uno supiera dónde buscar. Lo giró y tiró, escuchando cómo el cerrojo oculto chasqueaba. El grupo de estanterías se abrió de par en par, revelando un hueco increíblemente estrecho detrás suyo, con una escalera de soga agregada a la pared de ladrillo. El pasadizo y la escalera se extendían desde su apartamento en el cuarto piso hasta un espacio que accedía a la lavandería del sótano. Estaba diseñado como su salida de emergencia de último recurso en caso de que todas sus demás medidas de seguridad le fallaran. Esperaba no necesitarlo jamás.
Reemplazó la estantería y estaba a punto de regresar a la sala de estar cuando se vio de pasada en el espejo del baño. Era la primera vez que se estudiaba a sí misma con detenimiento desde que se había marchado. Le gustaba lo que veía.
En apariencia, no tenía un aspecto tan distinto al de antes. Había pasado por su cumpleaños en el FBI y ahora tenía veintinueve años, pero no parecía más mayor. A decir verdad, pensó que tenía mejor aspecto que antes de irse.
Su cabello todavía era castaño, pero parecía algo más vibrante, menos lacio de lo que estaba cuando había salido de L.A. todas esas semanas atrás. A pesar de sus largos días en el FBI, sus ojos verdes resplandecían con energía y ya no tenía esas sombras oscuras debajo de ellos que se habían hecho tan familiares para ella. Todavía era una esbelta mujer de metro ochenta de alto, pero se sentía más fuerte y más muscular que antes. Sus brazos estaban más torneados y su zona abdominal estaba tensa de las interminables sesiones de abdominales y de lagartijas. Se sentía… preparada.
Pasando a la sala de estar, por fin encendió las luces. Le llevó un segundo recordar que todos los muebles que había en ese espacio eran suyos. Había comprado la mayoría de ellos antes de salir para Quantico. No había tenido muchas opciones. Había vendido todas las cosas de la casa que poseía junto con su exmarido sociópata, en este momento encarcelado. Durante un tiempo después de eso, se había estado quedando a vivir con su vieja amiga de la universidad, Lacy Cartwright. Sin embargo, cuando alguien allanó el lugar para enviarle un mensaje a Jessie cortesía de Bolton Crutchfield, Lacy había insistido en que se marchara, básicamente de inmediato.
Así que ella había hecho exactamente eso, alojándose en un hotel durante semanas hasta encontrar un lugar, este lugar, que encajara con sus necesidades de seguridad. Pero estaba desamueblado, así que se había fundido de golpe una buena parte del dinero de su divorcio en muebles y electrodomésticos. Como se había tenido que ir a la Academia Nacional poco después de comprarlo todo, no había tenido oportunidad de disfrutar de nada de ello.
Ahora esperaba hacerlo. Se sentó en una butaca y se reclinó, relajándose. Había una caja de cartón que decía en su exterior “cosas que revisar” asentada en el suelo junto a ella. La recogió y empezó a revolver en su interior. La mayoría de ello era papeleo con el que no tenía ninguna intención de lidiar en este instante. Al fondo de la caja había una foto de 8x10 de su boda con Kyle.
Se la quedó mirando casi como si no la entendiera, asombrada de que la persona que tenía esa vida fuera la que estaba sentada aquí ahora mismo. Casi una década antes, durante su segundo año en USC, había empezado a salir con Kyle Voss. Se habían ido a vivir juntos poco después de la graduación y se habían casado hacía tres años.
Durante mucho tiempo, la cosa pareció ir sobre ruedas. Vivían en un apartamento genial bastante cerca del centro de Los Ángeles, o D.T.L.A. como se le llamaba a menudo. Kyle tenía un buen puesto en la industria financiera y Jessie estaba sacando su máster. Tenían una vida cómoda. Iban a inauguraciones de restaurantes y pasaban por todos los bares de moda. Jessie era feliz y seguramente hubiera podido continuar así durante largo tiempo.
Entonces, Kyle consiguió una promoción a la oficina de su firma en Orange County e insistió en que se mudaran a una mansión de la zona. Jessie había accedido, a pesar de sus temores. Y no fue hasta este momento que la auténtica naturaleza de Kyle salió a la luz. Se obsesionó con hacerse miembro de un club secreto que resultó ser una fachada para un anillo de prostitución. Comenzó una aventura con una de las mujeres que había allí. Y cuando salió mal, la mató y trató de inculpar a Jessie por ello. Para coronar todo esto, cuando Jessie descubrió su trama, también intentó matarla a ella.
Hasta en este momento, mientras examinada la foto de su boda, no había ni un indicio de lo que su marido era capaz de llegar a hacer. Parecía un apuesto, amigable y tosco futuro amo del universo. Hizo una bola con la foto y la tiró hacia la papelera que había en la cocina. Cayó justo en el centro, lo que le provocó una inesperada sensación de catarsis.
¡Vaya! Eso debe de ser significativo.
Había algo liberador en este sitio. Todo ello, los muebles nuevos, la carencia de recuerdos de carácter personal, incluso las medidas de seguridad que bordeaban la paranoia, le pertenecían a ella. Había conseguido un comienzo nuevo.
Se estiró, permitiendo que sus músculos se relajaran después del largo vuelo en un avión que iba hasta la bandera. Este apartamento era suyo, el primer lugar en más de seis años del que podía decir algo así. Podía comer pizza en el sofá y dejar la caja tirada sin preocuparse de que alguien se quejara de ello. Y no es que ella fuera de las que hacía ese tipo de cosas. Pero la cuestión era, que podía hacerlo.
El pensamiento de la pizza despertó su hambre repentinamente. Se levantó y miró en el frigorífico. No solo estaba vacío, ni siquiera estaba enchufado. Entonces recordó