Antes De Que Envidie. Блейк Пирс

Antes De Que Envidie - Блейк Пирс


Скачать книгу
la puerta de inmediato, haciendo todo lo posible para no pensar demasiado en ello. La única pregunta real era cómo iniciar la conversación... cómo adentrarse en el agua en lugar de saltar y patalear sin saber lo que hacía.

      Escuchó pasos que se acercaban después de unos momentos. Cuando la puerta se abrió y vio la mirada de sorpresa en la cara de su madre, entonces fue cuando Mackenzie se quedó helada. No estaba segura de cuándo había visto sonreír a su madre por última vez, así que la sonrisa que se extendió por su cara hizo que Mackenzie se sintiera como si estuviera mirando a una mujer diferente.

      “Mackenzie”, dijo su madre, con voz débil y excitada. “Dios mío, ¿qué haces aquí?”.

      “Tomé unos días libres y pensé en venir a saludar. Eso no era del todo mentira, así que le pareció bien por el momento.

      “¿Y no me llamas antes?”.

      Mackenzie se encogió de hombros. “Lo pensé, pero también sabía cómo iba a ir. Además... sólo necesitaba alejarme por un tiempo”.

      “¿Estás bien?”. Parecía genuinamente preocupada.

      “Estoy bien, mamá”.

      “Bueno, pasa, pasa. El lugar es un desastre, pero con suerte podrás pasarlo por alto”.

      Makenzie entró y vio que el lugar no era un desastre en absoluto. De hecho, estaba bastante ordenado. Su madre había decorado mínimamente, lo que le facilitaba a Mackenzie ver la vieja foto que tenía de Stephanie y ella sentadas en la mesita junto al sofá.

      “¿Cómo has estado, mamá?”.

      “Bien. Muy bien, en realidad. He estado ahorrando algo de dinero aquí y allá, así que pude acabar de pagar la deuda. Conseguí un ascenso en el trabajo... todavía no es mucho para un trabajo, pero el dinero es mejor y dirijo a unas cuantas mujeres en el equipo. ¿Qué hay de ti?”.

      Mackenzie se sentó en el sofá, esperando que su madre hiciera lo mismo. Se sintió agradecida cuando lo hizo. Nunca le había gustado eso de decir que tal vez quieras sentarte para esto porque le parecía demasiado dramático.

      “Bueno, tengo algunas noticias”, dijo ella. Comenzó el lento proceso de abrir su carpeta de Fotos en el teléfono y se desplazó en busca de una foto en particular. “Sabes que Ellington y yo nos casamos, ¿verdad?”.

      “Sí, lo sé. Es curioso que aún lo llames por su apellido. ¿Es como una cosa de trabajo?”

      Mackenzie no pudo evitar reírse. “Sí, creo que sí. ¿Estás enfadada porque te perdiste la boda?”.

      “Oh Dios no. Odio las bodas. Esa podría ser la decisión más inteligente que hayas tomado”.

      “Gracias”, dijo ella. Sus nervios burbujeaban como lava cuando las siguientes palabras salieron de su boca. “Mira, vine aquí porque tengo algo más que compartir contigo”.

      Al decir eso, le ofreció su teléfono. Su madre lo tomó y miró la foto de Kevin en su pequeña manta de hospital, con solo dos días, justo antes de salir del hospital.

      “¿Este es...?”, preguntó Patricia.

      “Ya eres abuela, mamá”.

      Las lágrimas fueron instantáneas. Patricia dejó caer el teléfono al sofá y se puso las manos sobre la boca. “Mackenzie... es precioso”.

      “Sí que lo es”.

      “¿Cuántos años tiene? Te veo demasiado bien para haberlo tenido hace poco”.

      “Poco más de tres meses”, dijo Mackenzie. Entonces volvió la vista hacia otro lado, para alejarse de la leve punzada de dolor que cruzó el rostro de su madre. “Lo sé. Lo siento mucho. Quise llamarte antes, para que lo supieras. Pero después de la última vez que hablamos... Mamá, ni siquiera sabía si querrías saberlo”.

      “Lo entiendo”, dijo de inmediato. “Y significa mucho para mí que hayas venido a decírmelo en persona”.

      “¿No estás molesta?”.

      “Dios, no. Mackenzie... podrías no habérmelo dicho jamás. No habría notado la diferencia. Creo que estaba totalmente preparada para no volver a verte nunca más y... y yo...”

      “Está bien, mamá”.

      Quería acercarse a ella, tomar su mano o abrazarla. Pero ella sabía que cualquier cosa así resultaría forzada y extraña para ambas.

      “Me compré una licuadora nueva la semana pasada”, dijo su madre, de repente.

      “Um... está bien”.

      “¿Bebes margaritas?”.

      Mackenzie sonrió y asintió. “Dios, sí. No he tomado un trago en un año”.

      “¿Estás dándole el pecho? ¿Puedes beber?”.

      “Lo estoy haciendo, pero ya tenemos suficiente en el congelador”.

      Su madre puso cara de confusión, pero luego se echó a reír. “Lo siento, pero todo esto es tan surrealista... tener un bebé, almacenar leche materna...”.

      “Es que es surrealista”, asintió Mackenzie. “Y también lo es estar aquí. Así que.... ¿cómo vamos con esos margaritas?”.

      ***

      “Fue tu última visita aquí la que lo fastidió todo”, dijo Patricia.

      Estaban sentadas en el sofá, cada una sosteniendo un margarita. Se sentaron en extremos opuestos, dejando claro que todavía no estaban lo suficientemente cómodas con la situación.

      “¿Qué hay de esa visita?”, preguntó Mackenzie.

      “No es que fuera una grosera ni nada, pero vi lo bien que te estaban yendo las cosas. Y me dije a mí misma, ella salió de mí. Sé que no fui una gran madre... en absoluto. Pero estoy orgullosa de ti, aunque no tuve mucho que ver con la forma en que saliste. Me hizo sentir que yo también podía hacer algo de mí misma”.

      “Es que puedes”.

      “Lo estoy intentando”, dijo ella. “Cincuenta y dos años y finalmente sin deudas. Por supuesto, trabajar en un hotel no es la mejor de las carreras...”.

      “Sí, pero ¿eres feliz?”, preguntó Mackenzie.

      “Lo soy. Más ahora que has venido de visita. y me estás contando estas maravillosas noticias”.

      “Desde que cerré el caso de papá... no lo sé. Si soy sincera, creo que traté de sacarme de la cabeza cualquier idea de ti. Pensé que, si podía poner lo que le pasó a papá en el pasado, también podría ponerte a ti. Y yo estaba totalmente dispuesta a hacerlo. Pero entonces llegó Kevin y Ellington y yo nos dimos cuenta de que en realidad no le estábamos dando a nuestro bebé mucha familia además de nosotros dos. Queremos que Kevin tenga abuelos, ¿sabes?”.

      “Y también tiene una tía”, dijo Patricia.

      “Lo sé. ¿Dónde está Stephanie?”.

      “Por fin se decidió a mudarse a Los Ángeles. Ni siquiera sé lo que está haciendo, y me da miedo preguntar. No he hablado con ella en dos meses”.

      Escuchar esto picó un poco a Mackenzie. Ella siempre había sabido que Stephanie era algo así como una bala perdida cuando se trataba de cualquier tipo de estabilidad en la vida. Pero aun así, pocas veces se había detenido a pensar que Stephanie era otra hija que había elegido vivir una vida mayormente separada de su madre. Sentada en el sofá, con margarita en la mano, fue la primera vez que Mackenzie se molestó en preguntarse cómo sería para una madre saber que sus dos hijas habían decidido que sus vidas serían mejores sin que ella participara en ellas.

      “Me parece que debo decirte que lo siento”, dijo Mackenzie. “Sé que te alejé después del funeral de papá. Sólo tenía diez años, así que tal vez no sabía que eso era lo


Скачать книгу