Casi Ausente. Блейк Пирс
amigas.
—Podemos hacer una caminata por el bosque. Todos lo disfrutaríamos.
—¿En dónde es el bosque?
—A uno o dos quilómetros por la carretera.
La niña de cabello oscuro gesticuló vagamente.
—Podemos salir de inmediato. Yo te mostraré el camino. Solamente debo cambiarme de ropa.
Cassie había asumido que el bosque estaba dentro del terreno, y la respuesta de Antoinette la había tomado por sorpresa. Pero una caminata por el bosque parecía una actividad al aire libre agradable y saludable. Cassie estaba segura de que Pierre lo aprobaría.
*
Veinte minutos después, estaban prontos para salir. Mientras escoltaba a los niños hacia la planta baja, Cassie buscó en todas las habitaciones con la esperanza de encontrar a Marnie o a alguien del personal para avisarles a dónde iba.
No vio a nadie y no sabía por dónde empezar a buscar. Antoinette estaba impaciente por salir y saltaba de pie en pie por el entusiasmo, por lo que Cassie decidió que era más importante el buen humor de la niña, especialmente si no iban a demorar mucho en volver. Se dirigieron por la entrada de gravilla y salieron, con Antoinette haciendo de guía.
Detrás de un árbol de roble enorme, Cassie vio un bloque de cinco establos que recordó haber visto el día anterior, cuando llegaba. Se acercó para verlos con más detalle y vio que estaban vacíos y oscuros, con las puertas abiertas. El campo lindero estaba desocupado, las verjas de madera estaban rotas en algunos tramos, el portón colgaba de las bisagras y el pasto crecía alto y silvestre.
—¿Tienen caballos aquí? —le preguntó a Antoinette.
—Teníamos, hace muchos años, pero hace mucho tiempo que no tenemos —respondió—. Ya ninguno de nosotros monta a caballo.
Cassie se quedó mirando a los establos desiertos mientras asimilaba esta bomba.
Maureen le había dado información incorrecta y muy antigua.
Los caballos habían participado en su decisión de venir aquí. Habían sido un incentivo. Pensar que estaban allí había hecho que el lugar pareciera mejor, más atractivo, más vivo. Pero hacía tiempo que se habían ido.
Durante la entrevista, Maureen había afirmado que existía la posibilidad de que ella aprendiera a montar a caballo. ¿Por qué había tergiversado las cosas y qué otras cosas había dicho que no eran ciertas?
—¡Vamos! —dijo Antoinette, tirándole de la manga impacientemente—. ¡Debemos irnos!
Mientras Cassie se alejaba, se le ocurrió que no había razón para que Maureen falsificara información. El resto de su descripción de la casa y la familia había sido bastante preciso y como agente podía transmitir solamente la información que le habían aportado.
De ser así, el que había mentido había sido Pierre. Y eso era aún más preocupante.
Una vez que doblaron una curva y el chateau estaba fuera de vista, Antoinette enlenteció su ritmo, justo a tiempo para Ella, que se quejaba de que los zapatos la lastimaban.
—Deja de quejarte —le aconsejó Antoinette—. Recuerda que papá siempre dice que no debes quejarte.
Cassie levantó a Ella y la cargó en sus brazos, sintiendo que su peso aumentaba con cada paso que daba. Además, cargaba con la mochila, que estaba atiborrada con las chaquetas de cada uno y los pocos euros que le quedaban en el bolsillo lateral.
Marc iba saltando adelante, quebrando ramas de los setos y arrojándolas en la carretera como lanzas. Cassie tenía que recordarle constantemente que se mantuviera alejado del asfalto. Era tan distraído y estaba tan desprevenido que podía saltar tranquilamente enfrente de cualquier automóvil que se acercara.
—¡Tengo hambre! —se quejó Ella.
Desesperada, Cassie recordó el plato del desayuno que no había tocado.
—Hay una tienda a la vuelta de la esquina —le dijo Antoinette—. Venden bebidas frías y refrigerios.
Parecía extrañamente feliz esta mañana y Cassie no sabía por qué. Simplemente le alegraba que Antoinette pareciera estar encariñándose con ella.
Esperaba que la tienda vendiera relojes baratos, porque sin su teléfono no tenía forma de saber la hora. Pero resultó ser un vivero lleno de semilleros, arbolitos y fertilizantes. En la caja vendían solamente refrescos y refrigerios. El anciano comerciante estaba sentado en un taburete al lado de una estufa a gas, y él le dijo que no había nada más. Los precios eran extravagantemente altos, y se estresó mientras separaba el dinero de su escasa reserva para comprar un chocolate y una lata de jugo para cada niño.
Mientras pagaba, los tres niños cruzaron la carretera corriendo para ver de cerca un burro. Cassie les gritó que volvieran, pero la ignoraron.
El hombre de cabello gris se encogió de hombros con empatía.
—Los niños siempre serán niños. Me resultan conocidos. ¿Viven por aquí cerca?
— Sí. Son los niños Dubois. Soy su nueva niñera y este es mi primer día de trabajo —explicó Cassie.
Esperaba que los reconociera amigablemente, pero, en cambio, los ojos del comerciante se agrandaron alarmados.
—¿Esa familia? ¿Estás trabajando para ellos?
—Sí.
Los miedos de Cassie resurgieron.
—¿Por qué? ¿Los conoce?
—Todos los conocemos aquí. Y Diane, la esposa de Pierre, a veces me compraba plantas.
Él vio su rostro perplejo
—La madre de los niños —explicó—. Ella falleció el año pasado.
Cassie lo miró fijamente y la cabeza le daba vueltas. No podía creer lo que acababa de escuchar.
La madre de los niños había muerto hacía nada más que un año. ¿Por qué nadie se lo había dicho? Maureen ni siquiera lo había mencionado. Cassie había asumido que Margot era la madre de los niños, pero ahora se daba cuenta de lo ingenua que había sido. Margot era demasiado joven para ser la madre de una niña de doce años.
Esta familia había sufrido una perdida reciente, había sido destrozada en pedazos por una enorme tragedia. Maureen tendría que haberle informado esto.
Pero Maureen no sabía que los caballos ya no estaban, porque nadie se lo había dicho. Cassie sintió una puñalada de miedo al preguntarse si Maureen sabía esto.
¿Qué le había pasado a Diane? ¿Cómo había afectado su pérdida a Pierre, y a los niños, y a toda la dinámica familiar? ¿Cómo se sentían con la llegada de Margot a la casa, poco tiempo después? Con razón podía sentir la tensión, tirante como un alambre, en casi todas las interacciones que ocurrían entre esas paredes.
—Eso…eso es realmente triste —tartamudeó, dándose cuenta de que el comerciante la contemplaba curiosamente—. No sabía que había muerto tan recientemente. Supongo que su muerte debió haber sido traumática para todos.
Frunciendo el ceño profundamente, el comerciante le dio el cambio y ella guardó su escasa reserva de monedas.
—Estoy seguro de que conoces el trasfondo de la familia.
—No sé mucho, por lo que realmente le agradecería si usted me pudiera explicar qué ocurrió.
Cassie se inclinó ansiosa sobre el mostrador.
Él sacudió su cabeza.
—No me corresponde decir más. Trabajas para la familia.
¿Qué cambiaba eso? Se preguntó Cassie. Con sus uñas empezó a excavar en la carne viva de la cutícula y, conmocionada, se dio cuenta de que había vuelto