Casi Ausente. Блейк Пирс
en la barandilla hasta que obtuvo toda la atención de su familia. Luego, con el mentón hacia arriba, comenzó a descender.
Cassie, ansiosa por causar una buena impresión, aclaró su garganta e intentó saludarlos de manera amistosa.
—Hola, niños. Mi nombre es Cassie. Estoy encantada de estar aquí y feliz de poder cuidarlos.
Ella respondió con una sonrisa tímida. Marc no levantó la vista del suelo, enojado. Y Antoinette la miró a los ojos por un buen rato, desafiante. Luego, y sin decir una palabra, le dio la espalda.
—Si me disculpas, papá —le dijo a Pierre—, tengo que terminar la tarea antes de acostarme.
—Por supuesto —dijo Pierre, y Antoinette subió la escalera contoneándose.
Cassie sintió que le ardía el rostro de vergüenza ante el intencionado desaire. Se preguntó si debía decir algo, tratar de aclarar la situación o intentar disculpar el comportamiento grosero de Antoinette, pero le era imposible encontrar las palabras adecuadas.
—Te lo dije, Pierre. Ya empezó con el temperamento de adolescente —murmuró Margot furiosamente, y Cassie se dio cuenta de que no había sido la única a la que Antoinette había ignorado.
—Al menos estaba haciendo su tarea aunque nadie la ayudara —respondió Pierre—. Ella, Marc, ¿por qué no se presentan correctamente?
Hubo un breve silencio. Claramente las presentaciones no iban a ocurrir sin una pelea. Pero quizás ella podría aliviar la tensión con algunas preguntas.
—Bueno Marc, ya sé tu nombre pero me gustaría saber tu edad —dijo ella.
—Tengo ocho —murmuró.
Mirándolo a él y a Pierre podía ver que eran parecidos. El cabello alborotado, el mentón firme, los ojos color azul profundo. Hasta la forma en que fruncían el ceño era similar. Las niñas también eran morenas, pero tenían rasgos más delicados.
—Y Ella, ¿cuántos años tienes?
—Casi seis —dijo la pequeña con orgullo—. Mi cumpleaños es el día después de Navidad.
—Es un buen día para cumplir años. Espero que por eso recibas mucho más regalos.
Ella sonrío sorprendida, como si fuese una ventaja que aún no había considerado.
—Antoinette es la mayor. Tiene doce —dijo ella.
Pierre golpeó las manos.
—Bien, es hora de ir a la cama. Margot, luego de llevar a los niños a la cama, ¿puedes mostrarle la casa a Cassie? Le será útil saber dónde están las cosas. Hazlo rápido. Debemos partir a las siete.
—Aún debo terminar de aprontarme —respondió Margot en un tono ácido—. Tú puedes llevar a los niños a la cama y llamar a un mayordomo para que limpie este desorden. Yo le mostraré la casa a Cassie.
Pierre respiró con enojo y miró a Cassie con los labios apretados. Ella supuso que su presencia había hecho que él se tragara sus palabras.
—Arriba y a la cama —dijo él, y los dos niños lo siguieron de mala gana por las escaleras.
Cassie se animó al ver que Ella se dio vuelta para darle un pequeño saludo con la mano.
—Ven conmigo, Cassie —le ordenó Margot.
Cassie siguió a Margot por una entrada a la izquierda hacia una sala formal con muebles exquisitos y excepcionales, y tapices revistiendo las paredes. La sala era enorme y fría, y la gigantesca chimenea no estaba prendida.
—Esta sala se usa muy poco y los niños no tienen permiso para entrar aquí. El comedor principal está al lado y se aplican las mismas reglas.
Cassie se preguntó con qué frecuencia se utilizaba la enorme mesa de caoba, pues parecía inmaculada, y contó dieciséis sillas con altos respaldos. En el aparador pulido de color oscuro había tres jarrones más, parecidos al que había roto Marc. No se podía imaginar una alegre conversación durante la cena en un espacio tan austero y silencioso.
¿Qué se sentiría crecer en una casa así, en la que espacios enteros estaban prohibidos porque los muebles podían ser dañados? Supuso que eso podía hacer que un niño sintiera que los muebles eran más importantes que él.
—A este lo llamamos el salón azul.
Era una sala más pequeña, empapelada en azul marino con enormes puertas francesas. Cassie supuso que se abrían hacia un patio o jardín, pero todo estaba completamente oscuro y lo único que podía ver eran las luces tenues de la sala reflejadas en el vidrio. Hubiera querido que la casa tuviese lámparas de mayor potencia, pues todas las habitaciones eran oscuras y las sombras acechaban las esquinas.
Una escultura atrajo su atención…su pedestal de mármol se había roto, por lo que la escultura yacía sobre la mesa. Sus rasgos parecían vacíos e inmóviles, como si la piedra cubriera el rostro de una persona muerta. Las extremidades eran gruesas y esculpidas toscamente. Cassie tiritó y miró hacia otro lado, pues la vista era espeluznante.
—Esa es una de nuestras piezas más valiosas —dijo Margot—. Marc la derribó la semana pasada. La llevaremos a reparar en breve.
Cassie pensó en la energía destructiva del niño y la forma en que había rozado el jarrón con su hombro. ¿Había sido totalmente accidental? ¿O había un deseo subliminal de destrozar el vidrio, de llamar la atención en un mundo en el que los objetos parecían tener más prioridad?
Margot la guió por el mismo camino que habían entrado.
—Las habitaciones en ese pasaje se mantienen cerradas. La cocina es por aquí, a la derecha, y después están las habitaciones de los sirvientes. A la izquierda hay una pequeña recepción y un salón en donde cena la familia.
Al volver, se cruzaron con un mayordomo de uniforme gris que llevaba una escoba, una pala y un cepillo. Él se apartó para que ellas pudieran pasar, pero Margot ni siquiera le agradeció.
El ala oeste era un reflejo del ala este. Habitaciones inmensas y oscuras con mobiliario exquisito y obras de arte. Silenciosas y vacías. Cassie tiritó, ansiaba una luz intensa y hogareña o el sonido familiar de un televisor, si algo de eso siquiera existía en esta casa. Siguió a Margot por las magníficas escaleras al segundo piso.
—El ala de huéspedes.
Tres dormitorios inmaculados con camas con dosel, separados por dos salas de estar. Los dormitorios eran tan pulcros y formales como una habitación de hotel, y la ropa de cama parecía haber sido planchada.
—Y el ala familiar.
Cassie se iluminó, contenta de llegar finalmente a la parte de la casa donde vivía gente.
—El cuarto de bebés.
Para su desconcierto, esta era otra habitación vacía con una cuna con altos barrotes.
—Y aquí están los dormitorios de los niños. Nuestro dormitorio está al final del corredor, a la vuelta de la esquina.
Tres puertas cerradas, una al lado de la otra. Margot bajó la voz y Cassie supuso que no quería entrar a ver a los niños, ni siquiera para decir buenas noches.
—Este es el dormitorio de Antoinette, este es el de Marc y el más cercano al nuestro es el de Ella. Tu dormitorio está enfrente al de Antoinette.
La puerta estaba abierta y dos criadas estaban haciendo la cama afanosamente. El dormitorio era enorme y muy frío. Estaba amueblado con dos sillones orejeros, una mesa y un enorme ropero de madera. Pesadas cortinas rojas cubrían la ventana. Su maleta había sido ubicada a los pies de la cama.
—Podrás escuchar a los niños si lloran o te llaman, por favor atiéndelos. Mañana en la mañana necesitan estar vestidos y prontos a las ocho. Van a estar a la intemperie, así que elige ropa abrigada.
—Lo haré, pero… —Cassie