Casi Ausente. Блейк Пирс
Primi, había sido el más disfrutable. El equipo del restaurante había sido como la familia que nunca había tenido, pero no tenía futuro allí. El salario era bajo y las propinas no eran mucho mejor; los negocios en esa parte de la ciudad eran complicados. Había planeado dar el paso en el momento justo, pero cuando sus circunstancias cambiaron para peor, se volvió urgente.
—¿Experiencia en el cuidado de niños? —Maureen miró a Cassie por encima de sus gafas, y ella sintió que se le retorcía el estómago.
—A…asistí en una guardería durante tres meses, antes de empezar en Primi. La referencia está en la carpeta. Me dieron una capacitación básica en seguridad y primeros auxilios y revisaron mis antecedentes —tartamudeó, con la esperanza de que eso fuera suficiente.
Esa había sido una posición temporal en la que había sustituido a una persona con licencia maternal. Nunca pensó que se convertiría en un escalón para una oportunidad en el futuro.
—También dirigí fiestas para niños en el restaurante. Soy una persona muy simpática. Es decir, me llevo bien con las personas, y tengo paciencia…
Maureen apretó los labios.
—Es un lástima que tu experiencia no sea más reciente. Tampoco tienes certificaciones en el cuidado de niños. La mayoría de las familias tienen como requisito la certificación, o como mínimo más experiencia. Será difícil ubicarte con tan poco.
Cassie la miró desilusionada. Tenía que lograrlo a toda costa. La opción era clara. Irse…o quedarse atrapada en un círculo de violencia del que pensó se había escapado para siempre al irse de su casa.
Los moretones que tenía en el brazo habían demorado unos días en madurar, oscuros y bien definidos, por lo que podía distinguir la marca de los nudillos en los lugares en donde la había golpeado. Su novio, Zane, el que le había prometido en la segunda cita que la amaba y que la iba a proteger sin importar las consecuencias.
Cuando las horribles marcas empezaron a aparecer había recordado, con la piel erizada punzándole en la columna, que había tenido moretones casi idénticos en el mismo lugar diez años antes. Primero había sido el brazo. Luego el cuello, y finalmente el rostro. Propinados por quien también era un supuesto protector, su padre.
Había empezado a pegarle cuando ella tenía doce años, luego de que Jacqui, su hermana mayor, se escapara. Antes de eso, Jacqui había soportado lo peor de su ira. Con su presencia había protegido a Cassie de lo peor.
Los moretones de Zane aún estaban allí, y tardarían un tiempo en desvanecerse. Se había vestido con mangas largas para ocultarlos durante la entrevista, y se sentía demasiado abrigada en la sofocante oficina.
—¿Hay otro lugar que me pueda recomendar? —le preguntó a Maureen—. Sé que esta es la mejor agencia de la ciudad, pero ¿me podría recomendar un sitio en la red en el que quizás me pueda presentar?
—No puedo recomendar un sitio web —dijo Maureen firmemente—. Demasiados candidatos han tenido malas experiencias. Algunos terminaron en situaciones en las que no se cumplían sus horarios de trabajo, o realizando trabajos domésticos de limpieza además de tener que cuidar a los niños. Lo cual es injusto para todos los involucrados. También he escuchado historias de niñeras que fueron maltratadas de otra forma. Así que no.
—Por favor, ¿hay alguien en sus registros que pueda tenerme en cuenta? Soy trabajadora y estoy dispuesta a aprender, me puedo adaptar fácilmente. Por favor, deme una oportunidad.
Maureen permaneció en silencio por un momento, luego escribió en su teclado con el ceño fruncido.
—Tu familia, ¿qué piensa sobre tu viaje? ¿Tienes novio, alguien a quien dejes aquí?
—Me separé de mi novio hace muy poco. Y siempre he sido muy independiente, mi familia lo sabe.
Zane había llorado y se había disculpado luego de golpearla en el brazo, pero ella no había cedido, pues recordaba lo que su hermana le había advertido hacía mucho tiempo, y que desde entonces había comprobado: “Ningún hombre golpea a una mujer solo una vez”.
Había armado las valijas y se había ido a vivir con una amiga. Para evitar a Zane, había bloqueado sus llamadas y cambiado sus horarios de trabajo. Esperaba que él aceptara su decisión y la dejara tranquila, aunque en el fondo sabía que él no lo haría. La idea de separarse tenía que haber sido de él, no de ella. Su ego no aceptaba el rechazo.
Él había estado buscándola en el restaurante. El gerente le había dicho que ella se había tomado dos semanas de vacaciones, y que se había ido a Florida. Eso le había hecho ganar algo de tiempo, pero ella sabía que él iba a estar contando los días. En una semana, la estaría buscando otra vez.
Estados Unidos parecía muy pequeño para poder escaparse de él. Ella quería un océano, uno grande, que los separara. Porque lo peor de todo era el miedo a flaquear, perdonarlo y darle otra oportunidad.
Maureen terminó de revisar los papeles y continuó con preguntas habituales que a Cassie le resultaron más fáciles. Sus pasatiempos, alguna medicación crónica, requisitos alimentarios o alergias.
—No tengo requisitos alimentarios ni alergias. Tampoco problemas de salud.
Cassie esperaba que su medicación para la ansiedad no contara como crónica. Decidió que era mejor no mencionarla, ya que estaba segura de que sería una enorme señal de alarma.
Maureen garabateó una nota en el archivo.
—¿Qué harías si los niños bajo tu cuidado se comportaran de forma traviesa o desobediente? ¿Cómo lo manejarías? —le preguntó luego.
Cassie respiró hondo.
—Bueno, no creo que haya una única respuesta. Si una niña es desobediente porque corre hacia una calle peligrosa, el abordaje sería distinto a si no quiere comer verduras. En el primer ejemplo sería priorizar la seguridad y apartar a la niña del peligro lo más pronto posible. En el segundo, intentaría razonar y negociar con ella: ¿por qué no te gustan? ¿Es la apariencia o el gusto? ¿Estarías dispuesta a probar? A fin de cuentas, todos pasamos por etapas con la comida y generalmente las superamos.
Maureen parecía satisfecha, pero las siguientes preguntas fueron más difíciles.
—¿Qué harías si los niños te mintieran? ¿Por ejemplo, si te dijeran que tienen permiso para hacer algo que los padres les habían prohibido?
—Les diría que no tienen permiso, y la razón si la supiera. Les sugeriría hablar juntos con los padres y discutir la orden como familia, para ayudarles a entender por qué es importante.
Cassie sentía como si estuviese caminando por una cuerda floja, y esperaba que sus respuestas fueran aceptables.
—Cassie, ¿cómo reaccionarías si estuvieras presente durante una pelea doméstica? Al vivir en el hogar de una familia, habrá momentos en los que los integrantes no se lleven bien.
Cassie cerró los ojos por un momento, apartando los recuerdos desencadenados por las palabras de Maureen. Gritos, vidrios que se rompen, quejas de vecinos enojados. Una silla calzada bajo el inquieto picaporte de la puerta de su dormitorio, la única y débil protección que había podido encontrar.
Pero cuando estaba por decir que se encerraría con los niños en un lugar seguro y llamaría a la policía inmediatamente, Cassie se dio cuenta de que Maureen no podía estar refiriéndose a ese tipo de pelea. ¿Por qué lo haría? Obviamente se refería a una discusión, gritar algunas palabras con enojo o ira; fricción temporal más que destrucción total.
—Intentaría mantener a los niños en un lugar en el que no puedan escuchar —dijo, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Y respetaría la privacidad de los padres, me mantendría al margen. Después de todo, las peleas son parte de la vida y la niñera no tiene derecho a tomar partido o involucrarse.
Ahora, finalmente, se había ganado una pequeña sonrisa.
—Buena respuesta