Actualidad de el fetichismo de la mercancía. Enrique Carpintero

Actualidad de el fetichismo de la mercancía - Enrique Carpintero


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es este quién lo come a uno. Evidentemente podríamos trasladar esta situación a la mayoría de los productos que se ofertan en el mercado del desarrollo capitalista.

      La cultura actual se presenta como hedonista y permisiva convocándonos a disfrutar. Esto es lo que vemos en la publicidad de cualquier producto y los medios de comunicación. Sin embargo, paradójicamente cada vez hay más reglamentaciones que supuestamente favorecen nuestra salud: prohibición de fumar, restricciones a la comida, ejercicios físicos obligatorios, consumo de determinados medicamentos, etc. El estar bien no surge de nuestro deseo sino que parte de un mandato de la cultura dominante sostenido en el miedo que provoca nuestra propia finitud. Freud denominó este mandato con una instancia psíquica: el superyó.

      El superyó es social. Veamos brevemente su desarrollo. El niño es un ser pulsional que va descubriendo el mundo que lo rodea. Es en este proceso donde los padres le trasmiten las primeras reglas de convivencia humana. Al inicio el superyó es representado por la introyección del superyó de los progenitores que acompañan el crecimiento del niño con pruebas de amor y de castigo generadores de angustia: “La autoridad del padre, o de los progenitores, introyectados en el yo, forman ahí el núcleo del superyó”. Luego cuando el niño atraviesa la problemática edípica interioriza las prohibiciones externas. Entonces el superyó reemplaza la función parental (identificaciones primarias) al extenderse a la sociedad y sus representantes (identificaciones secundarias).

      El superyó heredero del complejo de Edipo es “el representante de las exigencias éticas del hombre”. De esta manera es la sede de la autoobservación y la conciencia moral. Es el representante de la sociedad en la psique y, como tal el portador del ideal del yo donde se legitiman las normas y deseos de los padres en una determinada inserción social, en la que el soporte imaginario y simbólico de la cultura recubre el yo-ideal de la omnipotencia narcisista infantil. Es decir, si se siguen determinadas pautas establecidas ilusoriamente se puede lograr lo que uno quiere. Desde este eje yo-ideal – ideal del yo parte una comprensión de los fenómenos de la “psicología de las masas”, en los que además de un componente individual hay un componente social. Es decir, el ideal común que los sectores dominantes imponen en la familia, la comunidad, el Estado, la nación. Dice Freud: “Al despersonalizarse la instancia parental, de la cual se temía la castración, el peligro se vuelve más indeterminado. La angustia de castración se desarrolla como angustia de la conciencia moral, como angustia social. Ahora ya no es tan fácil indicar qué teme la angustia. La fórmula `separación, exclusión de la horda` sólo recubre aquel sector posterior del superyó que se ha desarrollado por apuntalamiento en arquetipos sociales, y no al núcleo del superyó, que corresponde a la instancia parental. Expresado en términos generales: es la ira, el castigo del superyó, la pérdida de amor de parte de él, aquello que el yo valora como peligro y al cual responde con señal de angustia”.

      La cultura genera un grado de confianza posible a partir de la seguridad de este soporte imaginario y simbólico para que en el colectivo social se establezcan lazos libidinales que permite que se constituya en un espacio-soporte de la emergencia de lo pulsional. Es que el sujeto tiene una inclinación agresiva producto de la pulsión de muerte, en la cual la cultura encuentra su obstáculo más poderoso, y vuelve inofensiva esta agresión interiorizándola a través del superyó que, como conciencia moral, ejerce sobre el yo la agresión que hubiera realizado sobre otros. Por ello lo malo y lo bueno no son algo innato. Malo sería perder el amor de los padres, bueno sería tenerlo. Malo es sentirse abandonado por al autoridad que representa la cultura. A ésta, que es angustia a la perdida de amor Freud la llama “angustia social”. En este sentido la angustia de muerte se juega en el vínculo del yo con el superyó. Entre la protección y la amenaza de desamparo. Las situaciones de miedo de origen social remiten a la consumación del peligro de abandono a la indiferencia y la muerte que el sujeto vivió en las primeras etapas de su vida. Por ello cuando se produce una fractura de ese soporte imaginario y simbólico se crea la sensación de inseguridad, de miedo, de sentirse abandonado. Su resultado es la “angustia social” que aparece con una autonomía percibida como amenazadora, y no en un imaginario creado por la cultura dominante a través de lo que P. Bourdieu llama “la dominación simbólica”. En ella los sectores de poder segregan tanto esta “angustia social” como la necesidad de producirla, para intentar dirigirla y manipularla. Su consecuencia es la ruptura del lazo social donde el desarrollo tecnológico del capitalismo tardío esta al servicio de estimular el goce que deviene mortífero en tanto el sujeto consume en la búsqueda de la ilusión de la felicidad privada que se transforma paradójicamente en un aumento de la infelicidad. En el gran shopping de fantasías los deseos se consumen mutuamente en lugar de producirse. No hay producción desde nuestra singularidad. Hay pasividad de un consumo de sujetos mercancías que lo encierran en la insatisfacción. Este atrapamiento del sujeto a partir de su carencia primaria se manifiesta en un goce compulsivo ya que ningún objeto-mercancía la puede obturar.

      De esta manera el mandato de la actualidad de nuestra cultura, a través del superyó, no convoca a satisfacer el deseo. Por el contrario convoca a protegernos de la amenaza de desamparo que produce la misma cultura. Doble juego que lleva a un camino sin límites. Por ello la agresión efecto de la pulsión de muerte no es interiorizada como “conciencia moral” ya que todo es permitido en la búsqueda de la utopía de la felicidad privada. La agresión se libera contra el yo y contra el otro pues la ética que sostiene nuestro ser es reemplazada por el tener los fetiches mercancías que adquieren la ilusión de protegernos de los infortunios de la vida. Es decir, de nuestra finitud.

      Sobre el texto

      El concepto de “Fetichismo de la mercancía” elaborado por Marx en El capital adquiere una gran importancia social y política en tanto la lógica de capital se opone a la lógica social. Es decir la lógica del capital pone lo social a su servicio cuyos efectos podemos observar en una subjetividad construida en la disolución del tejido social y ecológico. De allí la necesidad de la diferentes lecturas que se realizan en este texto.

      Eduardo Grüner en “De fetiche también (y especialmente) se vive. Capitalismo y subjetividad: el fetichismo entre Freud y Marx” desarrolla una hipótesis: “lo que clásicamente se ha denominado critica de la ideología no puede ser otra cosa, sus componentes más básicos, que una crítica de los mecanismo de fetichización de la realidad”. Cristián Sucksdorf en “El fetichismo de la mercancía y nuestro secreto” plantea que con este concepto Marx establece que la mercancía pertenece al ámbito de la subjetividad. Nestor Kohan en “Racionalidad, hegemonía y fetichismo en la teoría crítica” afirma que “La atribución de una autonomía absoluta al poder del capital, al margen de los sujetos sociales, como si aquel gozara de vida propia y fuera inexpugnable, responde a un proceso que podríamos denominar sin demasiada dificultad como `fetichista`”. Por ello la importancia de la pregunta ¿En qué consiste el fetichismo?. Oscar Sotolano en “In good we trust. El fetichismo de la mercancía o sobre la ilusión de un provenir” lo aborda desde el punto de vista de la religión.

      Finalmente Pablo Rieznik en “Alienación y fetiche de ayer a hoy (Reivindicando a Isaak Rubin)” rescata la obra de este autor como uno de los primeros textos sobre el tema. Desde esta perspectiva sostiene “De modo que con la teoría de la alienación del trabajo y el fetichismo de la mercancía, Marx nos legó algo más que una introducción a la crítica de la economía política. Allí esta contenido el núcleo de la concepción materialista de la historia: el que nos llevó a abordar la historia humana por medio de la indagación de las formas en que los hombres fueron produciendo su vida -su modo de producción- y desarrollando sus capacidades de transformar el medio ambiente y sus relaciones sociales de producción.”

      Bibliografía

      Bauman, Zygmunt, La sociedad sitiada, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2004.

      Bourdieu, Pierre, Cosas dichas, editorial Gedisa, Barcelona, 1993.

      Carpintero, Enrique, La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, editorial Topia, Buenos Aires, 2007.

      . “Tiempo libre para comprar. (El consumidor consumido por las mercancías)”, Revista Topía, Nº 61, abril 2011.

      . “El costo de integrarnos. Los procesos


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