Por el placer de contar. Gladis Barchilon

Por el placer de contar - Gladis Barchilon


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no tanto como la que solía elaborar Victoria batiendo vigorosamente los huevos con el aceite.

      Cuando abrió la puerta superior, le golpeó la cara un inesperado golpe de frío. Había hielo adentro, similar a la escarcha que se forma en la vereda durante el invierno. Encontró apiladas muchas bolsas de alimentos con sus respectivas ilustraciones: arvejas, espinacas, y hasta una caja que contenía empanadas. De repente, vio un pollo sin sus plumas; estaba envuelto en una especie de papel cristal. Para mirarlo con más detenimiento, lo tomó entre sus manos. Era duro como una piedra y tan frío que lo devolvió a su lugar de inmediato.

      Victoria no entendía lo que estaba sucediendo. ¡Su vida había dado un vuelco tan grande! En cuanto llegara Alex, le exigiría explicaciones.

      Se sentía muy sola en medio de su propia casa, a la que poco reconocía. Recordó la tragedia vivida por sus padres en aquel viaje a Europa del cual no regresaron, y su congoja cuando un representante del gobierno francés le comunicó la noticia del fallecimiento de ambos en un terrible accidente.

      Agradecía la fidelidad de Vicenta, quien la cuidó con desvelo, porque sin su presencia ignoraba cuál hubiese sido su destino.

      Y ahora tampoco estaba ella. Su hogar ya no era su hogar. Su vida ya no era su vida. De la noche a la mañana todo había cambiado.

      En un reconocimiento que hizo por las habitaciones, Victoria encontró un periódico y se instaló sobre un sofá que no existía antes, decidida a leerlo. Era muy extraño, nunca había escuchado ese nombre. En la portada decía: “CLARÍN”.

      Muy sorprendida, vio que la página principal estaba ilustrada en colores, cosa inédita en un periódico. Leyó una noticia: “Misión Mundial. A puro corazón Argentina pasó a cuartos de final al vencer 1 a 0 a Suiza”. No entendía nada. En un recuadro grande se veía a un joven con el cabello muy corto, dibujos en uno de los brazos, la boca bien abierta (como si estuviera gritando) y las manos unidas formando con los dedos un corazón. Su nombre Di María. Seguía sin comprender una palabra acerca de lo que informaba esa noticia, hasta que reparó en el encabezamiento de la página.

      “Buenos Aires miércoles 2 de julio de 2014.”

      ¿Qué significaba eso?

      Mil ideas pasaron por su mente. Pensó que estaba soñando. Pensó que era una broma de mal gusto para perturbarla. Pensó en un error de imprenta. Pensó en todo eso y mucho más, pero también pensó en que la sucesión de hechos que venían desencadenándose en las últimas veinticuatro horas apuntaban a una alteración temporal.

      Recordó las palabras de Alex acerca de que ella había dormido por un largo período. ¿Pero… cuán prolongado fue ese lapso? Cuando se lo dijo, creyó que había sido de uno o dos días. Pero, ante este cúmulo de pruebas, y según la fecha del periódico, le resultó fácil llegar a la conclusión de que había dormido durante ciento cuarenta y cuatro años.

      Su buen juicio le decía que era imposible aceptar algo tan fuera de toda lógica. Sin embargo, los indicios resultaban más que claros. Había muchas cosas que no correspondían a su época. ¡Absolutamente incomprensibles!

      En ese momento giró el picaporte e hizo su aparición Alex.

      Victoria no esperó un segundo.

      -Lo sé todo -le dijo a punto de llorar.

      -¿Qué es lo que sabe, Victoria?

      -Que estamos en el año dos mil catorce.

      A Alex le resultaba difícil admitir ante ella que algo tan fuera de lo común le estuviese sucediendo. Ella era una especie de viajera en el tiempo.

      -Bueno, tranquilícese, ya lo vamos a analizar. Lo que usted dice es verdad. No se lo voy a negar. Yo tampoco puedo comprender lo sucedido. Las razones sobre cómo y por qué se produjo esta situación no podemos encararlas ahora. Las dejaremos para más adelante. Pero lo que sí debemos acordar es la actitud con que usted y yo hemos de asumir esta nueva realidad.

      -¿Y cómo lo haremos? -dijo ella casi sollozando.

      -Hay una carta de Vicenta que yo no le quise mostrar hasta que estuviera preparada para conocer tan extraña situación. Ya es momento de hacerlo; puede aclararle muchas dudas.

      Y diciendo esto, le acercó el papel. Ella se lo arrebató con ansiedad.

      Cuando terminó de leer el contenido, dijo:

      -¡Muerta, ella también está muerta como todos los demás! -Y agachó la cabeza, desolada.

      Alex cedió al impulso de abrazarla con afecto.

      -Yo la protegeré, Victoria, confíe en mí. En adelante seré como un hermano para usted.

      A partir de ese instante se precipitaron en su vida una vorágine de nuevas experiencias.

      Todo era distinto: la comida, la ropa, el transporte, las comunicaciones, la medicina, el lenguaje, la música y mucho más.

      Desde el primer momento, Alex la hizo incursionar en el mundo de la televisión. Al encenderla por primera vez, apareció la imagen de una bailarina contorsionándose al ritmo de salsa. Victoria se aproximó al aparato para examinarlo, sin llegar a entender cómo la mujer chiquita podía introducirse en su interior.

      Alex no quería cohibirla e hizo un esfuerzo por no reír ante sus ingenuos comentarios. Con mucha paciencia le fue dando las explicaciones del caso.

      Con el paso de los días, ella entendió de qué se trataba el fenómeno y se hizo aficionada. Todo le interesaba: noticias, entretenimiento, moda, deportes y cine. Veía una película tras otra, aunque algunas cosas no lograba procesarlas. Los códigos de la vida actual le resultaban muy diferentes a los de su época. Pero, progresivamente, fue advirtiendo que, pese a que los cambios eran enormes, la gente siempre se conducía de forma similar, con debilidades y grandezas. Ella solo debía comenzar a adaptarse a las distintas situaciones, modos y modas vigentes en el mundo contemporáneo.

      Antes de llevarla por primera vez fuera del ámbito de la casa, donde vivía como en una burbuja, Alex le trajo un conjunto de ropa moderna. Fueron muchos los esquemas mentales que debió vencer Victoria para despojarse de enaguas y corsés, y adaptarse a la sugestiva ropa de moda.

      Cuando se colocó un conjunto deportivo azul y zapatillas blancas acordonadas, se miró en el espejo sin reconocerse. Era insólito que una dama usara pantalones y aquellos extraños zapatones de tela. Ahora sí se asemejaba a una de las mujeres que había visto en los programas de televisión. Se paseó por la casa, mirándose en el espejo, por delante y por detrás. Alex le dispensó una sonrisa de aprobación y fue sintiéndose segura de sí misma. Poco a poco comenzó a disfrutar de su nueva vestimenta.

      -¡Me encanta tu nuevo look! -le disparó Alex.

      -¿Mi nuevo qué?

      -Look. En inglés significa tu nueva apariencia. Después nos ocuparemos de tu cabello, por ahora, puedes seguir usando el rodete, no te preocupes.

      Después de un tiempo, Alex consideró que estaba lista para salir a la calle.

      Introducida en el flujo del Microcentro porteño, se asombró de la enorme cantidad de gente que transitaba en todas direcciones, eran tantas que por poco se chocaban entre sí.

      Los ‘automóviles’ -enseguida acuñó el término- no estaban tirados por caballos. Se movían con la fuerza de un mecanismo llamado ‘motor’, que solo hacía ruido cuando los vehículos se desplazaban a gran velocidad. Se le antojaba imposible que hubiera cientos de ‘colectivos’ en las calles y transportaran a treinta o más personas en simultáneo.

      El subterráneo y sus puertas que se abrían y cerraban solas constituía también para ella una curiosidad. Las escaleras mecánicas y los ascensores la entusiasmaban, y más que nada los aviones, esos pájaros gigantes que surcaban el cielo continuamente. Supo maravillada que, en tan solo doce horas, podían cruzar el océano Atlántico y llegar a Europa transportando a cientos de personas. Era abismal la diferencia con los barcos de vapor a los que le insumía casi un largo mes realizar


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