Recibiendo a Jesús. Mariann Edgar Budde
del decaimiento institucional.
Por eso en aquella reunión oramos y nos preguntamos durante dos días cómo ser fieles a Jesús y a su movimiento de una mejor manera. ¿Qué más podría hacer el obispo presidente? ¿Qué podríamos hacer nosotros, no solo para asegurar la mera sobrevivencia de nuestras iglesias, sino para que estas puedan florecer como comunidades espirituales vibrantes y como testigos incansables del mensaje de amor de Jesús?
Parte del problema, nos decimos a nosotros mismos, es que los episcopales titubeamos a la hora de hablar sobre nuestra fe. Casi nunca invitamos a nuestros amigos y vecinos a que nos acompañen a la misa o a un pequeño encuentro grupal. Además, parece que estamos demasiado atados a nuestras preferencias en la adoración. Nos gusta pensar que las comunidades de fe son afectuosas, acogedoras, pero dado nuestro declive institucional, es poco probable que otros tengan esa experiencia de nosotros. En nuestro encuentro reconocimos que las tendencias de declive sugieren que la Iglesia Episcopal no es particularmente un testigo incansable del evangelio. Claramente necesitamos hacer más que intentarlo otra vez cuando se refiere a hacer que otros conozcan nuestra presencia y a ser más acogedores.
Después de horas de conversación, alguien en nuestro grupo le preguntó al obispo presidente qué le preocupaba más. “Me preocupa”, dijo tranquilamente el Obispo Presidente Curry, “que la mayoría de la gente en nuestras iglesias no conocen del amor incondicional de Dios. Sospecho que la razón por la que ellos dudan de hablar sobre Jesús es porque no lo conocen como su Señor y Salvador personal.” Él hizo una pausa. “¿Cómo podemos compartir lo que no tenemos?”
El salón se quedó en silencio. Me vi a mí misma pensando en algo que había leído poco tiempo antes sobre cómo los cristianos experimentaron al Espíritu Santo. El libro en el que lo leí, escrito por el pastor metodista Adam Hamilton, se trataba de los fundamentos de la fe cristiana:
Cuando hablamos del Espíritu Santo o del Espíritu de Dios, estamos hablando de la acción activa de Dios en nuestras vidas, de la forma en que Dios nos conduce, nos guía, nos forma; del poder y la presencia de Dios para consolarnos, darnos ánimo y hacernos el pueblo que Dios quiere que seamos. El Espíritu es la voz de Dios susurrando, buscándonos, llamándonos. Y al escuchar su voz y al ser formados por su poder, encontramos que nos convertimos auténticamente en seres humanos más llenos.1
Hamilton continúa:
Creo que muchos cristianos viven sus vidas deficientes del Espíritu, un poco como alguien que está privado de sueño, de alimentos o de oxígeno. A muchos cristianos no le han enseñado sobre el Espíritu y no han sido animados a encontrar la obra del Espíritu en sus vidas. Como resultado, nuestras vidas espirituales están un poco anémicas mientras intentamos vivir la vida cristiana con nuestro propio poder y sabiduría.2
Mientras escuchaba al obispo presidente hablar y al recordar las palabras de Adam Hamilton, fue como si Dios estuviera sosteniendo un espejo frente a mi rostro. Tuve entonces que reconocer personalmente y ante Dios que muchos días yo intento vivir y dirigir con mi propio poder y sabiduría. En alrededor de treinta años de liderazgo ordenado, mi posición más común es asumir que todo depende de mí. Intelectualmente, yo sé que eso no es el evangelio. Ni siquiera una sola vez Jesús dijo: “Todo depende de ti.” Por el contrario, él dijo cosas como: “Yo soy la vid y ustedes los pámpanos.” Él es la fuente de nuestra fortaleza. Nosotros somos las ramas, capaces solo de compartir lo que recibimos de él. Sin embargo, reconocerlo no es suficiente: como cristinos—y con seguridad como líder de otros cristianos—necesito recordatorios diarios y experiencias vívidas de una verdad fundamental: separada de Jesús no puedo hacer nada.
El obispo Curry nos dijo que él quería pasar los años que le quedaban como nuestro guía espiritual, ayudando a todas las personas a experimentar el amor de Dios revelado a nosotros en Jesús y a seguir a Jesús en ese camino del amor. Él quiere que la Iglesia Episcopal sea conocida por nuestro compromiso de seguir el camino del amor de Jesús. En ese momento fuimos unánimes en nuestro deseo sumarnos a esa tarea. Juntos soñamos lo que sería una regla de vida para la Iglesia Episcopal. Muy pronto, el círculo creció al incluir a los más dotados maestros, escritores y predicadores de la Iglesia Episcopal. De esta labor extraordinariamente rica y colaborativa nació el Camino del Amor: Prácticas para una vida centrada en Jesús.
Una regla espiritual de vida
El término “regla de vida” es simplemente un lenguaje religioso para algo que todos hacemos cuando decidimos dirigir intencionalmente nuestros esfuerzos hacia una meta mayor. El tipo de meta al que una regla de vida apunta no es un logro, sino una manera de ser en el mundo. Por ejemplo, en un espacio académico no es posible aprobar un examen estudiando furiosamente la noche antes, por lo que se entiende que para dominar una materia dada se requiere del estudio continuo en el tiempo. Una regla de vida significa seguir prácticas diarias que nos llevarán a ese dominio. En el campo de la salud física, aunque es posible perder peso con una dieta de inanición, una salud sostenida requiere hábitos diarios de salud y nutrición adecuada. Estos hábitos constituyen una regla de vida para nuestra salud. Similarmente, si queremos tener una relación saludable con el dinero, una regla financiera de vida implicaría adoptar un presupuesto y vivir ajustado a sus límites.
Una regla espiritual de vida abarca prácticas específicas que nos ayudan a prestar atención y a responder a la presencia de Dios. Es un esfuerzo consciente de nuestra parte de estar abiertos al amor de Dios en Jesús, de recibir ese amor y ofrecer amor a otros según hemos sido llamados. Si seguimos con el tiempo algunas prácticas espirituales fundamentales, ellas gradualmente formarán nuestro carácter y determinarán el curso de nuestras vidas.
El escritor Brian McLaren describe el poder de las prácticas espirituales de esta forma:
Las prácticas espirituales son aquellas acciones que dependen de nuestro poder, que nos ayudan a reducir la brecha entre el carácter que queremos tener y el carácter que realmente estamos desarrollando. Ellas tienen que ver con que podamos sobrevivir nuestros veintes, cuarentas u ochentas sin convertirnos en imbéciles en el proceso. Tienen que ver con no dejar que lo que nos sucede nos deforme o destruya. Tienen que ver con darnos cuenta que poseemos o acumulamos cosas que no tienen relación con quienes hemos llegado a ser o con quienes somos. Las practicas espirituales tienen que ver con la vida, con entrenarnos a nosotros mismos para convertirnos en el tipo de persona que tiene ojos y que verdaderamente ve, que tiene oídos y que verdaderamente escucha. Y por tanto, experimentamos no solo la sobrevivencia, sino la vida real y buena que vale la pena vivir.3
McLaren continúa diciendo que nuestro carácter—el tipo de persona que somos—determina cuánto de Dios podemos experimentar, e incluso, qué versión de Dios experimentamos. Por tanto, hay mucho en juego para nosotros aquí, ya que es a través de las prácticas espirituales que aprendemos a amar a Dios.4
La meta principal del Camino del Amor es que crezcamos en nuestro amor por Jesús mientras experimentamos su amor en nosotros. La segunda meta es crecer en nuestra capacidad para amar a otros como Jesús ama. El tipo de amor al que aspiramos no es un sentimiento que corre sobre nosotros, aun cuando ese sentimiento de amor pueda ser maravilloso. Por el contrario, ese amor es sostenido y a veces requiere un esfuerzo sacrificial. En palabras de Pablo, es un amor paciente y bondadoso; es un amor que no es arrogante, jactansioso y no se irrita; es un amor que todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta (1 Cor 13:1–13). Crecer en nuestra capacidad tanto de recibir como de ofrecer ese amor es un fruto de una vida conectada al amor de Jesús, como un pámpano a la vid. Las prácticas del Camino del Amor nos ayudan a estar conectados.
Si somos honestos, muchos de nosotros nos sentimos insuficientes con relación a las disciplinas de nuestra fe. Yo me siento así. Pero aquí hay algo para recordar sobre las prácticas espirituales: ellas no son labores trabajosas o ejercicios para mantenernos en forma espiritual. En palabras