Maduro para el asesinato. Фиона Грейс
inaceptable —oyó decir con firmeza a una de las mujeres de la mesa de al lado—. Estás mejor si te libras de alguien que te engaña e insulta tu manera de cocinar y es un tiquismiquis con tus decisiones con la ropa. Olvídate del problema de las medias, del que ninguna de nosotras se dio cuenta, me parece que no ha dicho nada de tu precioso vestido. Solo habla para buscar defectos.
–Es obvio que eres demasiado buena para él y él se siente amenazado por ti —añadió otra de ellas en un tono cooperativo.
–Es como si la basura se sacara sola —anunció la tercera.
–Gracias —les dijo Olivia a las mujeres.
Al echar un vistazo al restaurante, vio que otros clientes que seguían el drama asentían con la cabeza para demostrar que estaban de acuerdo. Un hombre joven que estaba en una mesa cerca de la puerta había sacado su teléfono y se estaba preparando para grabar la escena.
Matt, con la cara roja como un ladrillo, bajó la mirada fija al mantel almidonado.
–Yo… yo no quería que fuera así —murmuró—. Mira, ¿vamos a otro sitio y lo hablamos?
Parecía que estaba esperando que la tierra, o quizá las baldosas de granito del restaurante, se abrieran por arte de magia y se lo tragaran.
Tal y como estaban las cosas, él iba a tener que irse de Villa 49 y pasar por delante de cada una de esas personas. Cada una de ellas un crítico recién descubierto de Matt Glenn. Sería juzgado a cada paso del camino y Olivia decidió que él podía hacer el paseo de la vergüenza solo.
–Me voy —dijo ella en un tono más calmado—. Si no te has llevado tus cosas de mi apartamento a las diez de la noche, voy a donar lo que quede a la caridad.
Su mirada cayó sobre el magnífico tinto de la Toscana, que ella había elegido con tanto cuidado e ilusión. A pesar de que no había llegado a experimentar la comida, estaba jodida si iba a dejar atrás ese vino.
–Esto se viene conmigo. —Cogió la botella de la mesa, rodeando el cristal fresco y oscuro con la mano—. Lo encontrarás en la factura.
Las mujeres de la mesa de al lado empezaron a aplaudir.
Olivia cogió el bolso, se dio la vuelta y se fue hacia la puerta.
CAPÍTULO CUATRO
Fuera del restaurante, Olivia llamó a un taxi. Todavía estaba temblando por la indignación y tenía ganas de volver a entrar en el restaurante para volver a cantarle las cuarenta a Matt.
Respiró profundamente para calmarse. Lo más sensatos ería seguir adelante y sacarlo de su vida para siempre. Eso significaba encontrar un sitio al que ir ahora, pues le había dado a Matt las diez de la noche como límite. No podía volver antes al apartamento por si lo encontraba allí, recogiendo sus camisas y sus trajes y desmontando su enorme pantalla plana.
Frunció el ceño, indecisa. Tenía amigos, por supuesto. Solo que… no muchos, especialmente aquí en Chicago. Sus horas de trabajo durante los últimos años no le habían permitido socializar mucho y sus dos mejores amigas estaban fuera de vacaciones.
Se subió al taxi y le dio al conductor la dirección de Bianca, ya que era el único nombre de calle que se le ocurría.
Veinte minutos más tarde, estaba llamando con indecisión a la puerta de su asistente, con la esperanza de que esta no lo considerara una molestia.
–¿Va todo bien? —preguntó Bianca, en cuanto vio a Olivia en el umbral de su puerta. Llevaba un chándal rosa con un conejito azul en el bolsillo y de dentro del pisito emanaba un delicioso olor a pizza.
Miraba fijamente a Olivia con incertidumbre, y Olivia veía que lo último que esta deseaba o esperaba era que su jefa se materializara sin aviso en su puerta.
De manera automática, Bianca se llevó la mano a la boca y Olivia resistió el deseo de agarrarle la muñeca mientras ella se mordisqueaba la uña del dedo pulgar.
–No sabía a qué otro sitio ir —confesó Olivia.
–¿Ha pasado algo? —preguntó Bianca.
–Matt me invitó a cenar y rompió conmigo. Me acordé de tu dirección. Tengo vino —añadió Olivia amablemente, como si esto pudiera sellar el trato.
Bianca dejó ir un grito ahogado de horror.
–Oh, Olivia, eso es horrible. Entra. ¿Estás bien? Debes estar en estado de shock. Por favor, siéntate. ¿Quieres que te haga un té dulce? ¿No es eso lo que se supone que se tiene que hacer para el shock? ¿Tienes frío o respiras poco profundamente?
–Estoy bien —dijo Olivia.
–¿Has comido? Pedí una pizza grande porque iba a guardar un poco para el desayuno. Acaba de llegar. Hay más que suficiente para dos.
–Eres muy amable.
Aunque todavía echaba humo por el enfado, Olivia se dio cuenta de que se estaba muriendo de hambre. Se había saltado la comida a la expectativa del banquete que disfrutaría en Villa 49.
Aun así, se sentía como una intrusa en el espacio de Bianca. Trabajaban juntas doce horas o más al día, pero realmente nunca habían tenido la ocasión de hacerse amigas o de hablar de algo que no estuviera relacionado con informes de publicidad.
Dejó la botella de vino al lado de la caja de pizza en la limpia cocina de Bianca, lo abrió y sirvió una copa grande para cada una, con la esperanza de que esto las haría sentir cómodas.
–Lo pedí para beberlo con la comida. Es de la Toscana —dijo.
Levantando la copa, inhaló el buqué. Rico, con cuerpo y aromático, el aroma recordaba a las cerezas oscuras. Este era un vino hecho con pasión y cuidado. Era magnífico.
Tomó un pequeño sorbo y sintió que el sabor bailaba en su lengua. Era como si su boca estuviera rebosante.
Por un momento, Olivia se lamentó de que podría haber disfrutado de este vino con la comida buena del restaurante… pero una pizza pepperoni rústica, cargada de queso, era la segunda mejor opción que se le ocurría. La pasó a los platos y se fueron a la sala de estar, donde el aire acondicionado mantenía a raya el calor de la noche de verano.
Bianca y ella se sentaron una delante de la otra. Bebieron el vino al unísono. Después se comieron un trozo de pizza cada una. La corteza era crujiente y mordisquearla trajo un silencio incómodo al apartamento.
Antes de que se diera cuenta, Olivia estaba llenando de nuevo las copas y, de repente, el silencio ya no se hizo impenetrable.
–Hacer eso es horrible —dijo con empatía Bianca, que parecía ansiosa de nuevo—. Invitarte a cenar y después romper contigo.
Olivia asintió.
–Descubrí que se estaba viendo con su asistente personal a escondidas.
–¿Qué? —Bianca parecía escandalizada.
–Mañana se va de vacaciones con ella a las Bermudas. Así que estoy más aliviada que nada. Se ha quitado la careta. Es un mentiroso desconsiderado. Me libré por los pelos. —Le vino un pensamiento—. Por cierto, ¿notas algo raro en mis medias?
Bianca las miró.
–¿Qué se supone que tengo que buscar? —preguntó—. Es un vestido precioso.
–No importa. Solo lo estaba comprobando.
Olivia sintió una ola de alivio por no estar ya en una relación con un hombre hipercrítico que era evidente que tenía una visión de rayos X.
Tomó otro trago del increíble vino.
–Tengo que ser sincera contigo, no soy feliz en el trabajo.
–¿Por qué? —Estrechando las manos, Bianca se inclinó hacia delante.
–Me siento quemada. En cierto sentido, me siento atrapada. Quizá solo sea esta campaña, pero ahora mismo estoy totalmente desmoralizada.
–¿Por las horas extra?
–En