Carlos Broschi. Eugène Scribe
objeción alguna. Semejante conducta de su parte dejome profundamente admirada, y mi alegría rayaba en locura, pensando que la edad había cambiado el carácter del Duque.
»En la entrevista que tuve con él, para pedirle ambos favores, me dijo:
—»A mi vez, tengo también alguna cosa que pedirte.
—»Todo lo que quiera usted, querido tío—le contesté,—se lo concedo por anticipado.
—»Está bien—me dijo abrazándome, favor que nunca me había hecho;—no olvides esta palabra, te la recordaré pasadas algunas semanas.
»Una mañana, en efecto, me hizo llamar a su habitación; me puse a sus órdenes, sin saber de lo que se trataba; mi corazón latía con violencia, mis piernas temblaban y tuve necesidad de detenerme algunos instantes antes de entrar en su gabinete, para disimular mi emoción. Mi tío estaba sentado cerca de una mesa y leía; al verme, dejó sus anteojos y su libro.
—»Querida sobrina—comenzó diciéndome;—eres demasiado bella y bien educada; tienes talento, más sin duda de lo que convendría a la familia de los Arcos; pero el mal, si lo es, no tiene remedio. Además, cuentas diez y ocho años, y todos los señores de las cercanías solicitan tu mano.
—»¡Ah!—exclamé;—no he pensado en casarme...
»Mi tío me miró con sorpresa y prosiguió fríamente:
—»Te he hecho venir, no para pedirte consejo, sino para prevenirte que he ofrecido tu mano a uno de mis vecinos.
»Me turbé de tal modo, que creí que iba a perder el conocimiento. Mi tío me mostró con el dedo un sillón, y, sin interrumpirse, continuó diciendo:
—»He elegido el más rico y más noble, el hijo del conde de Pópoli. Vendrá mañana; prepárate a recibirle.
»Quise hablar, suplicar; pero aparentando no comprenderme, mi tío tomó sus anteojos y su libro y me hizo seña con la mano para que me retirase.
»Como fascinada por aquel dedo demacrado que se extendía hacia mí... obedecí, sin despegar mis labios; salí y me encaminé a mi aposento, donde derramé un mar de lágrimas. ¿Por qué? ¿de dónde provenía mi desesperación? Lo ignoraba, nunca me había dado cuenta de lo que podía suceder en mi corazón. Sólo mis amigos eran capaces de consolarme, y fui en su busca.
—»Amigos míos—les dije llorando;—aconséjenme, sálvenme, me quieren casar.
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