Hamlet: Drama en cinco actos. William Shakespeare

Hamlet: Drama en cinco actos - William Shakespeare


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y lleno de presunción, ha ido recogiendo de aquí y de allí por las fronteras de Noruega una turba de gente resuelta y perdida, á quien la necesidad de comer determina á intentar empresas que piden valor; y según claramente vemos, su fin no es otro que el de recobrar con violencia y á fuerza de armas los mencionados países que perdió su padre. Este es, en mi dictamen, el motivo principal de nuestras prevenciones, el de esta guardia que hacemos, y la verdadera causa de la agitación y movimiento en que toda la nación está.

      Bernardo.—Si no es ésa, ya no alcanzo cuál puede ser... Y en parte lo confirma la visión espantosa que se ha presentado armada en nuestro puesto con la figura misma del rey que fué y es todavía el autor de estas guerras.

      Horacio.—Es por cierto una mota que turba los ojos del entendimiento. En la época más gloriosa y feliz de Roma, poco antes que el poderoso César cayese, quedaron vacíos los sepulcros, y los amortajados cadáveres vagaron por las calles de la ciudad gimiendo en voz confusa; las estrellas resplandecieron con encendidas colas, cayó lluvia de sangre, se ocultó el sol entre celajes funestos, y el húmedo planeta, cuya influencia gobierna el imperio de Neptuno, padeció eclipse, como si el fin del mundo hubiese llegado. Hemos visto ya iguales anuncios de sucesos terribles, precursores que avisan los futuros destinos: el cielo y la tierra juntos los han manifestado á nuestro país y á nuestra gente... Pero... silencio... ¿Veis?... Allí... Otra vez vuelve... (Vuelve á salir la sombra por otro lado. Se levantan los tres, y echan mano á las lanzas. Horacio se encamina hacia la sombra, y los otros dos siguen detrás). Aunque el terror me hiela, yo le quiero salir al encuentro... Deténte, fantasma. Si puedes articular sonidos, si tienes voz, háblame. Si allá donde estás puedes recibir algún beneficio para tu descanso y mi perdón, háblame. Si sabes los hados que amenazan á tu país, los cuales felizmente previstos puedan evitarse, ¡ay! habla... O si acaso durante tu vida acumulaste en las entrañas de la tierra mal habidos tesoros, por lo que se dice que vosotros, infelices espíritus, después de la muerte vagáis inquietos, decláralo... deténte y habla... Marcelo, deténle...

      (Canta un gallo á lo lejos, y empieza á retirarse la sombra; los soldados quieren detenerla haciendo uso de las lanzas: pero la sombra los evita, y desaparece con prontitud).

      Marcelo.—¿Le daré con mi lanza?

      Horacio.—Sí, hiérele, si no quiere detenerse.

      Bernardo.—Aquí está.

      Horacio.—Aquí.

      Marcelo.—Se ha ido. Nosotros le ofendemos, siendo él un soberano, en hacer demostraciones de violencia. Bien que, según parece, es invulnerable como el aire, y nuestros esfuerzos vanos y cosa de burla.

      Bernardo.—El iba ya á hablar cuando el gallo cantó.

      Horacio.—Es verdad, y al punto se estremeció como el delincuente apremiado con terrible precepto. Yo he oído decir que el gallo, trompeta de la mañana, hace despertar al dios del día con la alta y aguda voz de su garganta sonora, y que á este anuncio todo extraño espíritu errante por la tierra ó el mar, el fuego ó el aire, huye á su centro; y el fantasma que hemos visto acaba de confirmar la certeza de esta opinión.

      (Empieza á iluminarse lentamente el teatro).

      Marcelo.—En efecto, desapareció al cantar el gallo. Algunos dicen que cuando se acerca el tiempo en que se celebra el nacimiento de nuestro Redentor, este pájaro matutino canta toda la noche, y que entonces ningún espíritu se atreve á salir de su morada; las noches son saludables, ningún planeta influye siniestramente, ningún maleficio produce efecto, ni las hechiceras tienen poder para sus encantos: ¡tan sagrados son y tan felices aquellos días!

      Horacio.—Yo también lo tengo entendido así, y en parte lo creo. Pero ved cómo ya la mañana, cubierta con la rosada túnica, viene pisando el rocío de aquel alto monte oriental. Demos fin á la guardia, y soy de opinión que digamos al joven Hamlet lo que hemos visto esta noche; porque yo os prometo que este espíritu hablará con él, aunque ha sido para nosotros mudo. ¿No os parece que le demos esta noticia, indispensable en nuestro celo y tan propia de nuestra obligación?

      Marcelo.—Sí, sí, hagámoslo. Yo sé en dónde le hallaremos esta mañana con más seguridad.

       Salón de palacio

       Índice

      CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO, LAERTES, VOLTIMAN, CORNELIO, caballeros, damas y acompañamiento.

      Claudio.—Aunque la muerte de mi querido hermano Hamlet está todavía tan reciente en nuestra memoria, que obliga á mantener en tristeza los corazones, y á que en todo el reino sólo se observe la imagen del dolor, con todo eso, tanto ha combatido en mí la razón á la naturaleza, que he conservado un prudente sentimiento de su pérdida, junto con la memoria de lo que á nosotros nos debemos. A este fin he recibido por esposa á la que un tiempo fué mi hermana y hoy reina conmigo, compañera en el trono de esta belicosa nación; si bien estas alegrías son imperfectas, pues en ellas se han unido á la felicidad las lágrimas, las fiestas á la pompa fúnebre, los cánticos de muerte á los epitalamios de himeneo, pesados en igual balanza el placer y la aflicción. Ni hemos dejado de seguir los dictámenes de vuestra prudencia, que en esta ocasión ha procedido con absoluta libertad, de lo cual os quedo muy agradecido. Ahora falta deciros que el joven Fortimbrás, estimándome en poco, ó presumiendo que la reciente muerte de mi querido hermano habrá producido en el reino trastorno y desunión, fiado en esta soñada superioridad, no ha cesado de importunarme con mensajes, pidiéndome le restituya aquellas tierras que perdió su padre, y adquirió mi valeroso hermano con todas las formalidades de la ley. Basta ya lo que de él he dicho. Por lo que á mí toca, y en cuanto al objeto que hoy nos reune, véisle aquí: Escribo al rey de Noruega, tío del joven Fortimbrás, que doliente y postrado en el lecho apenas tiene noticia de los proyectos de su sobrino, á fin de que le impida llevarlos adelante; pues tengo ya exactos informes de la gente que levanta contra mí, su calidad, su número y fuerzas. Prudente Cornelio, y tú, Voltiman, vosotros saludaréis en mi nombre al anciano rey; aunque no os doy facultad personal para celebrar con él tratado alguno que exceda los límites expresados en estos artículos. (Les da unas cartas). Id con Dios, y espero que manifestaréis en vuestra diligencia el celo de servirme.

      Voltiman.—En ésta y cualquiera otra comisión os daremos pruebas de nuestro respeto.

      Claudio.—No lo dudaré. El cielo os guarde.

       CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO, LAERTES,

       damas, caballeros y acompañamiento

       Índice

      Claudio.—Y tú, Laertes, ¿qué solicitas? Me has hablado de una pretensión: ¿no me dirás cuál sea? En cualquiera cosa justa que pidas al rey de Dinamarca, no será vano el ruego. ¿Ni qué podrás pedirme, que no sea más ofrecimiento mío que demanda tuya? No es más adicto á la cabeza el corazón, ni más pronta la mano en servir á la boca, que lo es el trono de Dinamarca para con tu padre. En fin, ¿qué pretendes?

      Laertes.—Respetable soberano, solicito la gracia de vuestro permiso para volver á Francia. De allí he venido voluntariamente á Dinamarca á manifestaros mi leal afecto, con motivo de vuestra coronación; pero ya cumplida esta deuda, fuerza es confesaros que mis ideas y mi inclinación me llaman de nuevo á aquel país, y espero de vuestra mucha bondad esta licencia.

      Claudio.—¿Has obtenido ya la de tu padre? ¿Qué dices, Polonio?

      Polonio.—A fuerza de importunaciones ha logrado arrancar mi tardío consentimiento. Al verle tan inclinado, firmé últimamente la licencia de que se vaya, aunque á pesar mío, y os ruego, señor, que se la concedáis.

      Claudio.—Elige


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