Un corazón alegre. Julián Melgosa

Un corazón alegre - Julián Melgosa


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de un equipo deportivo, ciudadanos de un país, grupo profesional, etcétera. El texto de hoy afirma la igualdad frente a Jesús, independientemente del grupo social al que pertenezcamos. Ser de una nacionalidad u origen étnico, ser mujer, o no poseer cierto nivel de estudios, puede hacer que la autoestima de muchos se resienta. Sin embargo, cuando el apóstol Pablo afirma que no hay “judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer”, no solo está haciendo una declaración avanzadísima para su tiempo, sino que además está animando a los creyentes a que no se sientan inferiores (ni superiores) por su pertenencia a algún grupo social.

      Nadie podrá arruinar tu autoestima a causa de tu género, clase, grupo o raza. Ante Cristo, todos somos iguales y debes sentirte privilegiado porque Jesús te ha escogido y eres salvo por su gracia. Ama, pues, a todos tus semejantes, sean del nivel o grupo que sean, tal y como Jesús te pide: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34).

      El mejor tratamiento de belleza

      “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible adorno de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”

      (1 Pedro 3:3, 4).

      Un programa televisivo de viajes invitó a un grupo de cinco hombres, nativos de un pueblo primitivo de las islas del sur del Pacífico, a conocer la cultura norteamericana. Disfrutaron de paisajes naturales y entornos urbanos, probaron toda clase de comida, se desplazaron en diversos medios de transporte y participaron en todo tipo de actividad recreativa, cultural y de consumo. Entre estas, un tratamiento de belleza en un centro especializado. El presentador que los conducía intentó acrecentar el interés por la apariencia juvenil y preguntó a uno de los nativos al entrar al salón:

      —¿Le gustaría parecer diez años más joven?

      Algo extrañado, el invitado contestó:

      —No. Me gustaría llegar a viejo y vivir diez años más de lo normal.

      La cultura del isleño exaltaba la longevidad, aun con arrugas en la cara. Mientras que los valores del occidental estaban centrados en la apariencia juvenil.

      Para mejorar la belleza física la industria mueve cada año cantidades millonarias de dinero en productos y servicios que absorben gran parte del presupuesto personal del consumidor. La ropa y el calzado, por ejemplo, van mucho más allá de su papel funcional y se compran por su diseño, la marca comercial o la habilidad de atraer la atención de otros. Hay productos cosméticos para embellecer el cutis, el pelo, las cejas, las pestañas, las uñas, la piel… Están además las joyas que penden de diversos lugares del cuerpo a fin de dar más luz a la imagen corporal. Y aparte de los objetos que añadimos a nuestro cuerpo están los tratamientos que se aplican con el mismo objetivo. Nos referimos a masajes, arcillas, lifting, bótox, o incluso cirugía reparadora para retocar detalles corporales que resulten más agradables a la vista.

      Pero el texto inspirado hace distinción entre dos tipos de adorno. Por un lado, ropa, peinados y joyas. Por el otro, un espíritu afable y apacible. El primero, puede comprarse con dinero, pero es temporal. El segundo es incorruptible y se recibe por medio del Espíritu Santo que transforma corazones y produce espíritus llenos de paz y de mansedumbre.

      Ora hoy para que Dios transforme tu corazón y deseche de él cualquier mal y te conceda ese “adorno de un espíritu afable y apacible” para que seas una bendición para muchos.

      Un nuevo look

      “Y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”

      (Efesios 4:24).

      La voz original griega de la palabra “vestíos” es endúo, término que indica ‘meterse en un atavío’ y se ha traducido por ‘ponerse ropa’ o ‘vestirse’. La ropa comunica un sentimiento en el que la lleva: las prendas de trabajo o deporte predisponen a la acción y el atavío elegante invita a un movimiento despacioso y exquisito. Esto afecta no solo a quienes portan el tejido, sino también a los que lo ven desde el exterior. En efecto, la ropa conduce a prejuicios. Por ejemplo, hay estudios que muestran que es más probable sufrir de discriminación por el modo de vestir que por la raza u origen étnico.

      En ocasiones la leyenda ha tomado este concepto para añadir propiedades mágicas a la ropa. El escritor ruso León Tolstói (1828–1910) relata el cuento de un zar que enfermó gravemente. Los mejores médicos le aplicaron los remedios más avanzados, pero su salud no mejoró. Desesperado, ofreció la mitad de sus posesiones a quien fuera capaz de curarlo. Muchos acudieron con procedimientos que no convencieron al soberano. Pero un trovador le infundió esperanza: “Señor, la única medicina para vuestros males es vestir la camisa del hombre más feliz que se encuentre”.

      Los soldados del zar buscaron por todos los confines, pero ante tanta carencia, dolor y sufrimiento, les resultó difícil identificar a alguien que fuera feliz. Aun quienes tenían de todo se quejaban por algo. Finalmente encontraron a un hombre humilde que vivía en una choza. No tenía mucho, pero contaba con muy buena salud y gozaba del cariño de familiares y amigos. Concluyeron que era el hombre más feliz.

      —Traed prestamente la camisa de ese hombre —fue la orden del palacio—. No importa lo que pida por ella.

      Pero los emisarios regresaron con las manos vacías.

      —¿Dónde está la camisa? —increparon los oficiales.

      Apenados, respondieron:

      —Aquel hombre no tenía camisa.

      El apóstol Pablo usa esta figura de la ropa nueva para describir al hombre nuevo quien, después del nuevo nacimiento, goza de una condición diferente a la anterior. Según Efesios 4, la nueva condición transforma el carácter, desecha la mentira, el enojo y el robo, promueve el trabajo y el altruismo, aparte de favorecer la manera de hablar, que proporciona gracia y edifica a los oyentes. Además, el nuevo hombre no tiene amargura, ira, gritería, maledicencia, ni ninguna clase de malicia.

      Prueba hoy a ponerte ropa nueva, ese atuendo espiritual que se traduce en frutos del carácter. Dios te lo ofrece gratuitamente.

      Palabras que edifiquen

      “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”

      (Efesios 4:29).

      Cecil era un joven de capacidad intelectual brillantísima. Conocía varias lenguas a la perfección y producía traducciones excelentes. Pero tenía serios problemas de relaciones interpersonales. No sabía iniciar una conversación; y si otros la iniciaban, él no sabía mantenerla; le resultaba difícil expresar aprecio y gratitud; se quedaba sin palabras ni gestos cuando se cruzaba con un amigo y no tenía noción de cuándo y cómo utilizar expresiones como “por favor”, “gracias”, “es un gusto hablar con usted”, entre otras. Y cuando hablaba, acababa expresando mensajes inadecuados y hasta hirientes. En suma, tenía una profunda carencia de las habilidades sociales más básicas. A pesar de su privilegiada inteligencia no era capaz de llevarse bien con las personas allegadas ni de entablar una relación íntima.

      Daniel Goleman es quien relata el ejemplo de Cecil en su libro Inteligencia emocional para ejemplificar el fuerte componente social que tiene la falta de inteligencia emocional. Los psicólogos detectaron en Cecil un problema de autoestima y la inseguridad de ser capaz de decir algo que interesara a los demás. Para ayudarlo, tuvieron que enseñarle a emitir mensajes cálidos y acogedores y evitar los dichos fríos y repelentes.

      En las ciencias de la conducta es bien sabido que la habilidad para iniciar y mantener relaciones sociales es de más valor para el éxito profesional y personal que cualquier otra destreza, incluida la intelectual. Pero su valor llega aún más lejos: el desarrollo del carácter


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