Pasiones lacanianas. Patricia Moraga

Pasiones lacanianas - Patricia Moraga


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      Pasiones lacanianas

      Pasiones lacanianas

      Graciela Brodsky

      Nora Cappelletti | Marisa Chamizo | Patricia Moraga

      Gabriel Racki | Marita Salgado | Mercedes Simonovich

      Paula Szabo | Mariela Yern | Claudia Zampaglione

      Índice de contenido

       Portadilla

       Legales

       Lo indecible

       Las desgracias del ser

       Entre demostración y charlatanería: el chiste

       Pasión lúcida

       La transferencia negativa

       Enredados en el odio

       El odio a sí mismo

       El goce del sacrificio

       Dulce melancolía

       Cólera y sexuación

       Celos

       Un saber alegre

Brodsky, Graciela Pasiones lacanianas / Graciela Brodsky. - 1a ed . - Olivos : Grama Ediciones, 2020.Archivo Digital: descargaISBN 978-987-8372-08-21. Psicoanálisis. I. Título.CDD 150.195

      © Grama ediciones, 2019

      Manuel Ugarte 2548, 4to B, (1428) CABA

      Tel: 4781-5034 • [email protected]

      http://www.gramaediciones.com.ar

      © Graciela Brodsky, 2019

      Diseño de tapa: Gustavo Macri

      Texto establecido por: Paula Husni y Mercedes Simonovich

      Digitalización: Proyecto451

      Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

      Inscripción ley 11.723 en trámite

      ISBN edición digital (ePub): 978-987-8372-08-2

      Cuerpos afectados

      Creo que la última vez que encaré un seminario de estas características fue después del Congreso de la AMP en Comandatuba, hace doce años. Doy entonces mis motivos para recomenzar y las razones para elegir hablar de los afectos. El disparador es, sin duda, el tema del próximo Congreso de la AMP en Brasil, de aquí a dos semanas: El cuerpo hablante, y la frase del Seminario 20 que nos intriga de distintas maneras: «Lo real es el misterio del cuerpo hablante, es el misterio del inconsciente». Es una frase que no entendemos, pero estamos acostumbrados a eso, y hay que tomarse el trabajo de dilucidarla.

      El cuerpo y el saber

      ¿Cuál es la novedad del cuerpo hablante? La primera respuesta –como suele suceder, la primera respuesta no es necesariamente la buena– es que el cuerpo hablante está en el corazón del descubrimiento freudiano, de su interpretación de la histeria. Y su método consiste, precisamente, en traducir el lenguaje corporal, el cuerpo que habla en el síntoma, en un texto que es desconocido para el sujeto. De ahí deduce, entonces, su hipótesis del inconsciente. La parálisis en el brazo de tal jovencita pone en escena la intención del gesto rechazado, la carraspera de Dora en ausencia de su padre se traduce como el llamado que lo invoca. Incluso la deposición que se produce en el Hombre de los Lobos ante la escena fundamental o los síntomas intestinales del Hombre de las Ratas son tratados por Freud como textos que el trabajo analítico está destinado a recomponer. Si lo tuviéramos a Freud entre nosotros, podríamos imaginar que nos diría algo así como que «el cuerpo hablante es lo que formulé desde el primer momento, y solo me guío para la interpretación del síntoma histérico por ese lenguaje que proviene del cuerpo y que traduce un pensamiento inconsciente, es decir, reprimido». Para Freud, la conversión histérica es hablar con el cuerpo.

      Si nos atenemos a esta perspectiva, el sintagma enigmático con el que nos rompemos la cabeza, y que es el título del Congreso de Río, es una nueva vuelta sobre un tópico clásico.

      En el Seminario 2, Lacan se pregunta: «¿Por qué no hablan los planetas?». Conocen las respuestas con las que juega: porque no tienen boca, porque no tienen tiempo; y finalmente suelta su hipótesis: los planetas no hablan porque la ciencia los hizo callar. En una época no paraban de hablar: presagiaban la vida familiar, orientaban la conducta durante la guerra; hablaban un lenguaje que era necesario descifrar. Fue a partir del momento en el que los planetas pasaron a ser objeto de la ciencia y se entendieron las leyes que comandaban su circuito, que los planetas perdieron el carácter profético que tenían para la Antigüedad.

      Si evoco esto es para destacar que la ciencia, a pesar de que trabaja duro para eso, no logró todavía callar a los cuerpos, a estos cuerpos que no son los cuerpos celestes; son cuerpos de otra textura. Y si desde el psicoanálisis tenemos un problema con las neurociencias, y sobre todo con la aplicación banal de las neurociencias en las TCC, es, entre otras muchas cosas, porque nuestra práctica nos impide compartir la ambición de llegar a convertir al cuerpo humano en un cuerpo celeste, es decir, en un cuerpo que ya no diga nada y que pueda ser objeto de la explicación científica, así como los cuerpos celestes son el objeto de la ciencia astronómica.

      Nuestra experiencia, como analizantes o como analistas, es que los cuerpos no paran de hablar. Y que no paramos de leer en el Otro, en el cuerpo del Otro, en el rostro del Otro –sobre todo si es el analista– un texto, un mensaje que nos habla. «¡Qué bien me hace cuando me sonríe!», me lo han dicho. También cuando alguien me dice: «¿Qué le pasa?, la veo demacrada», no corro al espejo a verificar si efectivamente estoy demacrada o no, antes bien sospecho una pequeña transferencia negativa. No trato de verificar los hechos con alguna prueba objetiva. Interpreto. Ese cuerpo que habla se interpreta, y esa es la orientación fundamental de Freud. También es lo que nos enseñó Lacan al afirmar que quien viene a vernos sufre por su cuerpo o por sus pensamientos, distinguiendo así la histeria de la obsesión mediante una repartición que sigue siendo elocuente para todos nosotros.

      Parto de estos datos familiares para invitarlos a pensar que en el sintagma el cuerpo hablante o el cuerpo que habla debe haber algo más, y que hay que tomarse el trabajo para ubicarlo porque no es para nada evidente.

      Ese es mi primer punto, que espero poder abordar a partir del ángulo de los afectos. Habría que suponer, como hipótesis, que si hay algo que cambia en ese cuerpo hablante se debe a que no tenemos la misma concepción del cuerpo que tenía Freud cuando pensaba en el cuerpo histérico. Sería una hipótesis a verificar.

      Un cuerpo desafectado

      Mi segundo punto parte del extremo opuesto. Voy a referirme a la página 146 del Seminario 23, donde Lacan comenta el episodio de la paliza de Joyce:

      … se encontró con compañeros dispuestos a atarlo a una alambrada de púas y a darle a él, James Joyce, una paliza. El compañero que dirigía toda la aventura era un tal Heron [no sé cómo se pronuncia en irlandés], término que no es indiferente, puesto que es el eron. Este Heron que le pegó, pues, durante cierto tiempo, ayudado por otros compañeros.

      Después de la aventura, Joyce se pregunta por lo que hizo que, pasada la cosa, él no estuviera resentido. Se expresa entonces de una manera muy pertinente, como puede esperarse de él, quiero decir que metaforiza la relación con su cuerpo. Él constata que todo el asunto se suelta como una cáscara, dice.

      ¿Qué


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