Pasiones lacanianas. Patricia Moraga

Pasiones lacanianas - Patricia Moraga


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el entusiasmo que puede producirse en un cartel del pase cuando se tiene –¿cómo llamarlo?– el sentimiento de que algo pasó, es un hecho a ras de la experiencia. ¿Pero cómo argumentar que la nominación se sostiene más en el efecto del afecto que en la demostración sin desembocar en el pantanoso terreno de la identificación y la consiguiente sugestión?

      En esa conversación hubo una respuesta que me pareció que abría una puerta de salida. La intervención apuntó a pensar en el efecto de afecto del chiste. Efectivamente, el chiste tiene una función social, el chiste no es para reírse uno mismo, lo que sería el fracaso del chiste. El chiste transmite algo que produce risa, que es un efecto de afecto que no podría ponerse en el casillero de la demostración porque cuando se demuestra un chiste... es fatal. Tampoco podría ponerse en el registro de la sugestión. Es decir que en Freud mismo parecería haber una indicación para pensar efectos de afecto que no impacten solamente sobre el cuerpo de uno, sino que puedan resonar en el cuerpo de varios. Esa podría ser una de las vías para pensar lo colectivo por fuera de la psicología de las masas. Otra podría ser el terreno de la sublimación, o sea, un modo en el que la pulsión se socializa, se colectiviza.

      Esto es solo una manera de introducir nuevas razones para retomar el peso que tiene el tema del afecto.

      Inmediatamente después de la reunión pasada, Sandra Ruiz subió al Facebook del seminario la foto de una página del curso Piezas sueltas, de Jacques-Alain Miller, que venía muy a cuenta para nuestras reflexiones:

      Se trata, como ven, de la dimensión cambiante de la verdad en el dispositivo analítico: lo que es verdad en un determinado momento pierde ese efecto más adelante.

      Es interesante detenerse en esta idea de lalengua como una secreción, como un humor corporal. Miller propone dos metáforas más; las copio:

      Es una metáfora, lo que supone sustituciones. Los efectos de sentido pasan a estar sustituidos por los afectos y el lenguaje pasa a estar sustituido por lalengua. Cuando estamos en el registro de lalengua, el efecto de sentido que induce el significante pasa a estar sustituido por el efecto de afecto. Miller escribe esas dos metáforas y continúa:

      Cuando proponemos, con Lacan, que el individuo afectado es lo mismo que el sujeto del significante los unificamos bajo la fórmula del sujeto tachado. Lo que afecta es el lenguaje, el efecto es una pérdida de goce, y lo afectado, ese al que podemos llamar el individuo, pasa a ser un sujeto del significante. Es esto lo que va a discutir la ultimísima enseñanza.

      Si el afecto es efecto del sentido inducido por la cadena significante, estamos en el registro freudiano del afecto desplazado respecto de la representación, perspectiva que es la de Lacan en buena parte de su enseñanza: es la dimensión imaginaria de los afectos. Si, en cambio, el afecto no es efecto de sentido, si no depende del significante, ¿el afecto entonces es signo de lo real, como adelantó Lacan respecto de la angustia? Quiero decir, ¿el afecto es la señal de la falla del significante y no su efecto? Entiendo que este es el interrogante fundamental que habría que intentar responder en cada uno de los pasos que demos.

      Si el efecto de afecto no es reducible al efecto de sentido, ¿de qué manera entra esto en el dispositivo analítico? Para decirlo de otra manera: ¿Cómo es tratado el efecto de afecto por el psicoanálisis? ¿Decir que el efecto de afecto no es asunto del sujeto implica entonces que es asunto del cuerpo? Esto abre la pregunta por cómo entra el cuerpo en el análisis si aspiramos a no tratar el cuerpo y sus afectos mediante el efecto de sentido.

      Emociones

      Para avanzar paso a paso vamos a tomar referencias que nos ayuden a distinguir el afecto de otros términos. Por ejemplo, una primera distinción freudiana que Lacan retoma y enfatiza en el Seminario 10 es la que separa el afecto de la emoción. La emoción, plantea Lacan, es del orden del comportamiento, del movimiento, de la agitación. Tiene siempre la función de adaptación del organismo vivo al entorno, al mundo. Eso es lo que le permite sostener que la emoción no es algo propiamente humano, sino que la comparten todos los seres vivos. Lacan se basa en Freud, quien ya en el «Proyecto de una psicología para neurólogos» establece una secuencia que parte de la necesidad –por ejemplo, de alimentación– y que desencadena en el niño un estado de agitación que puede desembocar en la procuración del alimento o, si el alimento no llega, en lo que llama descarga alucinatoria: el niño empieza a chupetear, y ese chupeteo, mientras dura, produce un efecto en el cuerpo equiparable al efecto de la ingesta del alimento. Freud ubica allí a la emoción. No es simplemente la agitación para conseguir el alimento, sino el paso posterior que supone una descarga que no se produce respecto del objeto en sí, sino respecto de una representación del objeto, de una alucinación. El planteo más interesante es que posteriormente esto desemboca en una acción específica y la manifestación de esas descargas se convierte en un medio de expresión. Tal como lo concibe Freud y más tarde Lacan en el Seminario 10, la emoción es un medio de expresión, expresa una necesidad. Pero como se trata del terreno humano, no solamente expresa una necesidad, sino algo que va más allá, se enlaza con la falta del objeto y se manifiesta en la demanda y el deseo, de allí la dimensión alucinatoria.

      «Eso» que no pasa

      Es en este punto que hay que hacer la distinción con el afecto porque el afecto no es una expresión. La idea del afecto como expresión supone un interior y un exterior. «Algo» del adentro se manifiesta en el afuera como descarga: risa, dolor, llanto. O bien se expresa en palabras, que son un equivalente de la descarga. De ahí viene la idea de que hablar hace bien «para descargarse» y, al mismo tiempo, la presunción de que las palabras no alcanzan para expresar «eso» que uno querría expresar. Allí es donde se ubica la crítica de Green a Lacan que comentábamos la vez pasada, con su alegato de que el lenguaje, presunto caballito de batalla de Lacan, sería insuficiente para expresar el afecto. Lacan entra en esta polémica diferenciando de la emoción, el afecto. La emoción expresa algo del viviente mientras que el afecto no es expresión de nada. Se trata de la antinomia entre el viviente que expresa algo que proviene de su interior que pide ser descargado y el sujeto afectado por algo que le es radicalmente extraño. Si se lo dibujara con flechas, una iría del sujeto hacia afuera –la emoción como expresión– y la otra iría de lo Otro hacia el sujeto. Digo de «lo Otro» porque no es meramente una dialéctica entre el adentro y el afuera, sino también concierne a algo que atañe al cuerpo, que pide satisfacción, pero que encarna Otra cosa para el sujeto mismo, y que es el empuje pulsional. Para Lacan, separar el afecto de la expresión es la carretera principal, la brújula.


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