Pasiones lacanianas. Patricia Moraga

Pasiones lacanianas - Patricia Moraga


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excepciones, pero es una lógica de «para todos». Wittgenstein no reflexiona sobre aquel que no juega el juego sino para demostrar la aceptación tácita de las reglas del uso del lenguaje. Lo que me preguntaba esta mañana era cuál sería, desde la perspectiva del chiste, esa dimensión «para todos» que justificaría su efecto social. La fórmula que nos recordaba Mercedes es «ganancia de placer por ahorro de inhibición». ¿Ganancia de placer respecto de qué? Mi hipótesis –se las leo tal como la escribí hoy a las seis de la mañana, que es una hora muy productiva para mí– es que si buscamos un «para todos» –no para toda la humanidad, pero «para todos» los miembros de un conjunto que puede ser el de los que escuchan el chiste, o el «para todos» de un cartel–, este tiene que estar articulado a un «no cesa». Lo que no cesa de escribirse, es decir, el síntoma, no me sirve para mi hipótesis porque el síntoma es lo más singular, no me sirve para pensar el efecto colectivo. Tengo que pensar entonces en «lo que no cesa de no escribirse». El chiste representaría en este caso una ganancia respecto de lo que no cesa de no escribirse, es decir, sobre la ausencia de la relación sexual. Si sigo mi hipótesis mañanera, el chiste es un ahorro respecto del «no hay», y lo formulo así: es un ahorro respecto de la angustia de castración. Para Wittgenstein, se trata de la lengua compartida. Para Freud, leído desde Lacan con la ayuda de Mercedes, se trata de la ausencia de relación sexual, que es uno de los nombres de la castración para Lacan. Insisto: es un «para todos» dentro de un universo restringido, para todos los que comparten un juego de lenguaje y para todos los que comparten el imposible de la relación sexual, al que el chiste de Tute alude muy bien porque es un chiste sobre el fracaso del amor. Tute siempre nos dice algo, pero en esta ocasión nos dice más de lo que parece, en tanto su chiste está montado sobre el fracaso del amor para velar lo que no anda entre un hombre y una mujer.

      El ser del analista

      Retomemos las pasiones del ser. Pienso que hay que contextualizar un poco los momentos en los que Lacan utiliza esta expresión: «pasiones del ser». Fundamentalmente son tres: el Seminario 2, «La dirección de la cura…» y el capítulo «La feroz ignorancia de Yavhé» del Seminario 17. Una orientación que no hay que olvidar es que en cada una de estas ocasiones la idea de Lacan es una reflexión sobre la transferencia. Eso requiere que cada vez haya que plantearse la pregunta siguiente: cuando habla de las pasiones del ser, ¿de qué lado de la transferencia las ubica, del lado analizante o del lado analista? En el Seminario 2 y en «La dirección de la cura…», amor, odio e ignorancia están del lado del analizante. Es lo que afecta al analizante en el camino de la realización del ser en la medida en que este es el objetivo de la cura. Pienso que el esquema que Lacan tiene en mente es sencillamente el esquema «Z».

      Hay que suponer que la realización del ser es lo que está en el camino del sujeto al Otro y que lo que interfiere es el eje imaginario, donde habría que ubicar las pasiones del ser. De ahí la relación entre las pasiones del ser y la transferencia, transferencia entendida como obstáculo. En la primera época de su enseñanza, Lacan ubica en el eje a – a’ todo lo que corresponde a lo libidinal, y entonces, lógicamente ahí entra el amor, el odio y muchas cosas más. ¿Y la ignorancia? Eso es harina de otro costal.

      En el Seminario 15 y en el Seminario 17, las pasiones del ser –amor, odio, ignorancia– ya no están del lado del analizante, sino del lado del analista. Tanto es así que en el Seminario 17 Lacan las aborda a partir de Yavhé, el dios de los judíos, el dios celoso, e inspirándose en la tradición budista, indica que lo que el analista debe hacer es despojarse de estas pasiones: despojarse del amor, despojarse del odio y, nuevamente, la ignorancia sigue una lógica diferente porque no dice «despojarse de la ignorancia», sino que introduce la diferencia entre la ignorancia y la docta ignorancia. En el Seminario 15 esto se presenta por el lado de la neutralidad del analista: «me gusta», «no me gusta», son dos juicios que están vedados al analista.

      En el Seminario 17 Lacan habla de purificación: el analista debe purificarse de estas pasiones del ser. A pesar de estar en el eje a – a’ hay que poner el acento en la disimetría radical que hay entre amor y odio, ir contra la idea de la «ambivalencia». El amor, al menos en esta época, siempre está en el registro del velo, de lo que la imagen vela del Otro; mientras que su reflexión sobre el odio va a desembocar en la famosa expresión «pasión lúcida», o sea, una pasión que corre el velo. Destaquemos lo siguiente: cuando estamos en el registro de las pasiones del ser, articuladas cada vez a la transferencia, estamos en el terreno de la relación entre el sujeto y el Otro. Esto, en cambio, no es para nada evidente en «Televisión», donde Lacan habla de las pasiones del alma. El entusiasmo, la manía, la tristeza, son trabajadas en un contexto donde lo que pasa al primer plano es la intersección entre el objeto a y el cuerpo.

      Me parece que aquí vale la pena hacer una distinción que me orienta. En un inicio, para Lacan, el recorrido del análisis tiene que ver con el advenimiento del ser. Posteriormente, en «La dirección de la cura…», por ejemplo, no se trata de la realización del ser, sino de la subjetivación de la falta en ser, es decir, de la castración. Lacan no abandona nunca esta perspectiva que llega hasta la inexistencia de la relación sexual –última versión lacaniana de la castración, según demuestra Miller en su último curso–. Pero como con las pasiones del ser estamos en el terreno de la transferencia, las pasiones del ser atañen al Otro y atañen al ser del Otro, al ser del analista.

      El odio

      Lo que propongo como orientación para abordar las pasiones del ser es simplemente el matema del significante del Otro tachado, S().

      El significante del Otro tachado inaugura una clínica que podríamos llamar de la sospecha, y que está en el corazón de la transferencia, más especialmente de la transferencia negativa, a la que Lacan considera la clave de la experiencia inaugural del análisis. Los invito a leer el libro Cuando el Otro es malo, publicado por el ICdeBA, y verán de qué manera Miller da cuenta de esta sospecha, esta desconfianza, esta manera radical de relación entre el sujeto y el Otro, que no es patrimonio exclusivo de la paranoia, sino de la propia estructura del Otro. Él da ahí una serie de razones por las que el Otro es malo.

      Me interesa especialmente tomar la siguiente: el Otro es malo por el solo hecho de la existencia de la cadena significante. Por el solo hecho de que haya S1 y S2 nunca se sabrá qué dice el Otro, y, más radicalmente, por qué lo dice. Es la estructura misma del lenguaje la que introduce la equivocidad y, por ende, legitima la sospecha de que en todo enunciado hay gato encerrado, de que lo que me dicen no es lo que me quieren decir. Lo interesante es que la experiencia analítica, donde deliberadamente se desencadenan los poderes de la palabra –el equívoco, el doble sentido, la falta de referente– alimenta por su propia estructura las «desgracias del ser», las potencia. Más allá de la dimensión imaginaria del «o tú o yo» del estadio del espejo, más allá de la sospecha de que el Otro quiere gozar de mí –Miller en ese prólogo distingue los motivos imaginarios, simbólicos y reales de la desconfianza–, él funda en la cadena significante, en lo simbólico mismo, la fuente fundamental de la sospecha en la mala voluntad del otro, que justifica que en los inicios Lacan haya hablado del análisis como de una paranoia dirigida.

      El uso calculado de la interpretación reduplica esta propiedad de lo simbólico, y la transferencia se transforma entonces en el terreno propicio para la puesta en acto del velo del amor, para el ejercicio de la pasión de la ignorancia, que podemos definir momentáneamente como un no querer saber, como un rechazo del inconsciente, pero fundamentalmente como el terreno fértil para que brote el odio, que más allá de cualquier benevolencia por parte del analista, por fuera de toda neutralidad, es desencadenado por los poderes de la palabra liberados en la asociación libre y aprovechados en la interpretación.

      En cierta medida, esto justifica mi hipótesis de la reunión pasada de que los afectos están en el lugar de lo indecible. No expresan lo indecible porque lo indecible no se expresa por otros medios, permanece como lo imposible de decir, que Lacan escribe con su matema S().

      Para mi alegría, en el curso de Miller El banquete de los analistas, en la página 106, encontré este párrafo que les leo. Allí se refiere


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