Por despecho. Miranda Lee

Por despecho - Miranda Lee


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por él. Él quería ofrecerle todo lo que ella nunca había tenido.

      Olivia no conocía personalmente a la madre de Lewis, pero había hablado con ella por teléfono muchas veces. La señora Altman no vivía con su hijo, ni siquiera ahora, que él se había separado de su mujer. Ella vivía en Drummoyne, un barrio del centro de la ciudad que rodeaba el puerto.

      Olivia siempre había sentido que a la señora Altman nunca le había gustado la esposa de Lewis. Dado lo unidos que estaban, quizá a la señora Altman tampoco le habría gustado ninguna mujer para su hijo. La revista sólo mencionaba su matrimonio de pasada, diciendo que había durado dos años y que la separación había sido amigable.

      Olivia se había echado a reír al leer eso. ¡Amigable, qué tontería!

      Pero esa mañana de viernes no le apetecía reírse. En esos momentos, podía entender la desesperación de Lewis cuando Dinah lo abandonó. La idea de ir a la fiesta de navidad le pareció inaceptable. ¿Cómo podía disfrutar ella en su estado? Toda esa comida y bebida… Por no mencionar el baile. El único tipo de baile que a ella le gustaba era el tradicional.

      Pero ese no iba a ser el tipo de baile que iba a haber en la planta de la fábrica. Pondrían música de discoteca. Y a ella no le apetecía nada exhibirse en público.

      Se sentía demasiado inhibida y lo más grave era que se daba cuenta de que nunca le había gustado exhibirse en privado tampoco. Se acordó de los reproches de Nicholas, cuando le había dicho que sólo habían hecho el amor en la cama. Y él llevaba razón. Sólo había practicado sexo en la cama y siempre de la manera tradicional. ¡Ni siquiera había probado a ponerse ella encima!

      Eso no estaba en su limitada lista de experiencias sexuales. Y mucho menos había practicado otras posturas o posibilidades más sofisticadas. Cuando conoció a Nicholas, a los veinticinco años, ella era virgen todavía. Y Nicholas también lo era, aunque él tenía sólo veintidós años por aquel entonces. Así que su vida sexual no había tenido mucho éxito al principio. Pero más adelante aprendieron lo básico para manejarse y ella pensaba sinceramente que Nicholas se lo pasaba bien en la cama. Nunca lo había rechazado y él siempre había llegado al clímax, aunque ella no lo hiciera. Pero parecía que había sobreestimado el placer que su cuerpo le había proporcionado, por no hablar de sus más que limitadas habilidades amorosas.

      El teléfono la sacó de sus pensamientos.

      –Despacho del señor Altman –contestó de un modo automático–, le habla Olivia Johnson. ¿En qué puedo ayudarle?

      –Me gustaría hablar con mi hijo, querida, si no está muy ocupado. Ya sé que hoy estáis de fiesta.

      –Él está todavía en el laboratorio, señora Altman. La paso con él.

      –Antes de eso, querida, me gustaría desearte felices pascuas y agradecerte que seas tan amable conmigo cuando llamo por teléfono.

      –Muchas gracias, señora Altman. Yo también le deseo unas felices pascuas.

      –¿Qué va a hacer el día de Navidad?

      –Iré a casa de mis padres.

      –¿Y dónde viven ellos?

      –Cerca de Morisset.

      –¿Morisset? Eso está en la costa, ¿no?

      –Así es. Entre Gosford y Newcastle. Está a unas dos horas de tren de Sydney. Al menos desde Hornsby, donde yo tomo el tren.

      –Ya veo. Bien, pues entonces comeremos juntas un día del año que viene. Me gustaría ponerle una cara y un cuerpo a esa voz. Le pregunté a Lewis en una ocasión cómo eras y lo único que me contestó fue que eras una castaña de ojos marrones y mirada inteligente. Cuando le pregunté cómo era tu cuerpo, él se quedó perplejo antes de decirme que eras de estatura media.

      A pesar de sentirse algo disgustada, no podía culpar a Lewis por ello. Los trajes sastre que llevaba no estaban diseñados precisamente para realzar su cuerpo. Sus faldas tampoco eran suficientemente cortas o ceñidas. Y los escotes de las chaquetas solían estar tapados por alguna camiseta o camisa. El traje que llevaba ese día no era ninguna excepción. Si se hubiera acordado de que iba a haber fiesta, se habría puesto un traje algo más llamativo. ¡Pero no había sido así!

      –Ya sabes que no he ido al despacho desde que esa horrible chica trabajaba como secretaria de mi hijo –continuó diciendo la señora Altman–. La última vez que estuve allí, ella iba con un vestido que le llegaba al ombligo. Y ese perfume que llevaba… Pensé que se había bañado en él. Pobre Lewis. Finalmente entendí por qué su ex-mujer solía quejarse de que él olía como el mostrador de cosméticos de David Jones cuando llegaba a casa por la noche.

      Olivia no iba sin perfumar, pero sólo se permitía rociarse discretamente todas las mañana con un poco de Eternity.

      –Desgraciadamente, es muy difícil deshacerse de los empleados hoy en día –dijo la madre de su jefe–. Si Lewis hubiera despedido a esa horrible chica, se habría visto envuelto en toda clase de trámites legales.

      Olivia se dio cuenta de que las comisuras de su boca se arrugaban en una sonrisa.

      –Imagino que Lewis se sintió muy aliviado cuando ella decidió marcharse a recorrer mundo.

      –Más que aliviado, puedes estar segura. Y ahora está encantado contigo. Según parece, tú no le has causado ni una sola molestia.

      Olivia no estaba segura de si le gustaba oír eso.

      –Aunque la otra noche, él parecía preocupado porque tú habías tenido una riña con tu novio. Y me dijo que parecías muy triste.

      –Sí, bueno… –su voz se apagó. Lo cierto era que tampoco quería hablar sobre Nicholas con la señora Altman.

      –No te dejes llevar por el orgullo –le aconsejó la mujer–. Llámale. Dile que lo sientes, aunque pienses que ha sido culpa de él. Si lo quieres, no debe importarte humillarte un poco.

      Olivia se quedó perpleja. Ella no se había humillado ante nadie en toda su vida y no iba a empezar a hacerlo a esas alturas. Aunque… la señora Altman podía llevar razón. El orgullo hacía imposible que muchas parejas se reconciliaran. Y había una gran diferencia entre humillarse ante Nicholas y llamarle por teléfono. Podía utilizar la excusa de que quería felicitarle las navidades. Seguramente, él estaría en el trabajo en esos momentos. Sintió que su pena se aliviaba al renacer la esperanza.

      Tan pronto como Olivia pasó a la señora Altman con su hijo, marcó el número de Nicholas antes de pensar en lo que estaba haciendo. El teléfono de él sonó varias veces.

      –Despacho de Nickie –contestó una voz femenina.

      Olivia se quedó desconcertada.

      –¿Renee? ¿Eres tú? –Renee era una compañera de Nicholas que algunas veces contestaba el teléfono, cuando él había salido.

      –Renee ya no trabaja aquí –respondió la mujer con voz ronca–. Yo soy Ivette, su sustituta.

      Así que la sustituta de Renee se llamaba Ivette… Y ella llamaba Nickie a Nicholas.

      Oliva comenzó a sentirse mal.

      –¿Podría hablar con Nicholas, por favor?

      Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Luego se oyó un suspiro.

      –¿No serás Olivia por casualidad?

      –Pásame a Nicholas, por favor.

      –No puedo. Él no está aquí. Ha ido al baño. Pero estás perdiendo el tiempo. Él no quiere verte ni hablar contigo nunca más. Ahora me tiene a mí y yo le doy todo lo que él necesita.

      Olivia trató de mantener la calma.

      –¿Y desde cuándo le das todo lo que él necesita?

      –Desde hace más tiempo del que tú piensas. Afróntalo, cariño, tú no has sabido


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