La gerontología será feminista. Paula Danel
en claro que el género constituye un determinante de fundamental importancia que afecta diferencialmente a las personas en la vejez.
Ser mujer y mayor entonces constituyen dos ejes importantes de la diferencia que se articulan con otros:
las diferencias que estructuran la vida social son múltiples, se implican y condicionan mutuamente. Las identidades y relaciones de género, clase, étnicas, etarias, etc., no se construyen ni experimentan en forma compartimentada por los sujetos: hay un sustrato cultural en el que se entretejen. (Toledo,1993: 57).
Los aportes a la discusión respecto de la articulación de vejez y género, realizados por Huenchuán Navarro (1998:1), advierten sobre la insuficiencia de “interpretar las experiencias de vida de las personas ancianas en forma segmentada y compartimentada (sólo género, sólo etnia, sólo edad)”, de modo que sus miradas respecto de la necesidad de poner en relación estas diferentes categorías constituyen un antecedente de gran importancia que aún se encuentra con escaso desarrollo, sobre todo, en Latinoamérica.
Abordar género y edad implica, entonces, poner en relación dos categorías analíticas que han adquirido un gran peso y, para ello, utilizamos como parte de nuestras herramientas teóricas el concepto de interseccionalidad.
Este desarrollo conceptual, relativamente reciente, se aplica a los procesos complejos que derivan de la interacción de factores sociales, económicos, políticos, culturales y simbólicos (Crenshaw, 1989). Crenshaw define a la interseccionalidad como a la expresión de un “sistema complejo de estructuras de opresión que son múltiples y simultáneas” (1989:359) (12). Debemos destacar que se ha reconocido como una de las contribuciones realizadas por la teoría y praxis feministas más importante de las últimas décadas (McCall 2005); (La Barbera, 2016).
Los desarrollos de estudios interseccionales surgieron a partir de la crítica del feminismo afroamericano sobre el esencialismo derivado de ciertas posiciones sociales privilegiadas en los movimientos de mujeres blancas de clase media estadounidense que no lograba dar cuenta de las otras mujeres, (bell hooks, 2004).
De igual manera, las feministas poscoloniales ubicaron en el centro del debate la argumentación sobre la raza enfatizando que resulta imposible separarla de la opresión de género estableciendo que es co-constitutiva (Lugones, 2012).
Ciertamente el feminismo postcolonial permitió avanzar en la discusión respecto de la opresión sexista cuestionando al feminismo blanco, occidental y heterosexista.
Esta apertura, asimismo, ha permitido, cuestionar y poner en crisis el concepto unitario del sujeto del feminismo “dotado de una identidad estable”, emergiendo entonces la concepción de un sujeto que ocupa múltiples posiciones a lo largo de diversos ejes de la diferencia, (Bidaseca, 2010:130). Es oportuno señalar que la edad es una dimensión menos frecuente, también en los estudios de género que abordan la interseccionalidad. No obstante, se trata de un campo fértil en el que han comenzado a desarrollarse investigaciones que prometen encontrar claves fundamentales para interpretar la dinámica social y subjetiva que se produce en la interacción de estos dos elementos.
Desde nuestra perspectiva, se trata de relaciones históricamente contingentes y situadas en un contexto específico (Brah, 2004), que produce efectos diferenciales en conjunto, a su vez, con otras articulaciones posibles como la raza, la clase social, etc., que se opone a la visión de las mujeres mayores como un homogéneo que niega tanto la diversidad de opresiones en las cuales la vejez tiene un efecto potenciador, como la riqueza de las múltiples identidades producto de esta interacción durante el curso vital. En términos de impacto, la edad resulta particularmente interesante ya que su irrupción resulta esperable y por cierto, inevitable: de no morir antes, todas las mujeres envejecemos.
De modo que podríamos señalar que, así como Crenshaw (1989) encontró que existía una cierta ceguera en el feminismo blanco que dificultaba visualizar la discriminación hacia las mujeres negras como sumatoria de dos fuentes de opresión, creemos que en la vejez se sigue un derrotero similar con relación al género y la edad (13).
Después de todo, género, raza, sexualidad y clase están estrechamente conectados entre sí. Mejor dicho, todos esos ejes de injusticia se interseccionan unos con otros en modos que afectan a los intereses e identidades de todos. Nadie es miembro de una sola colectividad. Y la gente que está subordinada a lo largo de un eje de división social puede ser dominante a lo largo de otro. (Fraser,1996:30)
Ciertamente, no todas las mujeres mayores pueden ser consideradas igualmente oprimidas por el patriarcado, resultaría sumamente complejo determinar la situación de opresión en ciertos casos, pero, la edad, siempre afecta la posición social de las mujeres, mucho más que a los varones. Resulta más claro en sentido inverso: una mujer pobre racializada resulta ser más vulnerable en la vejez que otra de un sector económico de altos ingresos. Sin embargo ambas gozan de una mayor discriminación que un varón de su mismo estatus social.
Nuestras investigaciones (14) nos han provisto de gran material que profundiza sobre las marcas del patriarcado en el curso de vida de las mujeres y el carácter performativo sobre la vejez femenina.
Más allá de pensarlo desde un análisis estructural, en los relatos de vida, las mujeres de mayor edad identifican claramente las diferencias de las condiciones de vida de las mujeres como colectivo en términos generacionales, es decir, producto de un proceso dinámico que ha afectado significativamente la forma de proyectar la vida y la vejez.
Encontramos que tanto la vejez como el género han sido, mayormente, abordados como categorías analíticas desde enfoques epistemológicos diferenciados.
Joan Scott (1986:45) indica que el concepto “género” comprende, entre otros elementos “conceptos normativos que manifiestan las interpretaciones de los significados de los símbolos. Estos conceptos se expresan en doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas, que afirman categórica y unívocamente el significado de hombre y mujer, masculinas y femeninas”.
Para Judith Butler, por su parte, el género es concebido como efecto de actos repetidos en el marco de normas implícitas y explícitas dentro de un contexto social determinado y no sólo producto de la interpretación cultural del sexo, dado que -para ella- el sexo también es producto del género: “la performatividad debe entenderse como la práctica reiterativa y referencial mediante la cual el discurso produce los efectos que nombra”. (Butler, 2002: 18).
Estamos seguras que, de alguna manera, la vejez de las mujeres puede convertirse en un punto privilegiado para observar los resultados de esa práctica discursiva sobre los cuerpos en clave temporal.
Recuperamos aquí lo señalado por Fraser (1987:243):
…el enorme cambio en las mentalités, (todavía) no se ha traducido en un cambio estructural e institucional (.) Plantear que las instituciones van por detrás de la cultura, como si ésta pudiera cambiar sin cambiar las primeras, sugiere que sólo necesitamos hacer que las primeras se pongan a la altura de la segunda para hacer realidad las esperanzas feministas.
Podemos decir, que el escaso desarrollo teórico sobre vejez femenina como tema en los estudios sobre el género puede interpretarse como ese destiempo del que habla Fraser o bien resultado del efecto perturbador que ocasiona la vejez, en tanto fruto de la intersección de dos sesgos: el género y edad.
En nuestra búsqueda de respuestas, para acentuar nuestra visión sobre lxs cuerpxs de las mujeres viejas intentamos dirigir una mirada que atraviese los velos, los “trucos visualizadores (15)” de los poderes de las ciencias y de las tecnologías modernas para encontrar cómo nombrar eso que vemos, y realizar intervenciones en el campo gerontológico.
Consideramos fundamental la investigación de la experiencia de las mujeres mayores con perspectiva de género como un objetivo que puede cosechar aportes sumamente valiosos. Es necesario explorar, entonces, cuáles son los mecanismos que se ponen en juego en relación con movimientos emancipatorios de las mayores que resisten los mecanismos de normalización que las invisibilizan y de las herramientas de intervención en el campo de la edad que pueden orientarse en ese sentido profundizando, tanto en los mecanismos subjetivantes,