Narradores del caos. Carlos Mario Correa Soto

Narradores del caos - Carlos Mario Correa Soto


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rel="nofollow" href="#ulink_6d7c8681-91a6-591e-ae34-655f9c5e8d00">Andrés Felipe Solano

       El honesto impostor

       Daniel Riera

       Un cronista grande que juega con muñecos

       Óscar Martínez

       El reportero intrépido

       Juan Villoro

       Un cacique de la tribu cronística latinoamericana

       Alberto Salcedo Ramos

       El rescatista de náufragos

       Cristian Alarcón

       Un anfibio en el Cono Sur

       Juan Gabriel Vásquez

       Un novelista que se alimenta de reportajes

       João Moreira Salles

       El documentalista accidental

       Juan Pablo Meneses

       Un viajero liviano de equipaje

       Mónica Baró

       La periodista de barrio

       Directorio de “Nuevos cronistas de Indias”

       La crónica en Internet: sitios de revistas y blogs

       Referencias

       Notas al pie

PRIMERA PARTE

      En abril de 1999, Coca-Cola, la bebida gaseosa más consumida en todo el mundo, fue “derrotada” por la peruana Inca Kola, de “color orina y sabor a chicle” según la describen los cronistas Marco Avilés y Daniel Titinger. Ellos recuerdan el suceso en el que Douglas Ivester, el entonces presidente de la compañía que produce a la negra imperial, aceptó el descalabro en la ciudad de Lima tras tomarse en público varios tragos de la amarilla que prefieren los peruanos, en una actitud que les hizo recordar a los testigos el episodio bíblico de Goliat arrodillándose ante David.

      Cuatro años después el suceso fue narrado en “El imperio de la Inca”, la crónica más leída en la historia de Etiqueta Negra;1 traducida al francés, al italiano e incluso al japonés y publicada en revistas, libros y sitios de Internet de varios países.

      Detrás de la confección de esta historia se encuentra la aventura de dos periodistas jóvenes –azuzados por un editor también joven– que emprenden el reto de reportear y de escribir como no lo habían hecho antes: a dos cerebros, a dos corazones y a cuatro manos, y con el riesgo permanente de naufragar en un océano de información, o de no poder descubrir en él nada revelador. El punto de partida era inaudito y, por eso, tentador: Inca Kola, una gaseosa de un país tercermundista, le ganaba en ventas a la multinacional Coca-Cola. ¿Cómo se podía contar esa historia? Aportándoles información y novedad a los lectores y, algo muy importante, entreteniéndolos.

      Solo tenían una semana y media para reportear y dos para escribir, recuerdan Titinger y Avilés en su diario de campo: “Eso, cuando tu tema parece importante, se convierte en un problema. Peor cuando los editores te dicen: queremos un texto de unas seis mil palabras…” (Titinger y Avilés, 2012a). Ellos eran reporteros de día a día de un periódico y el texto más grande que habían escrito en sus vidas tenía, como máximo, mil palabras, y se habían demorado un par de semanas investigando y escribiéndolo. Ahora les pedían seis mil palabras y si les daba para más que “escribieran sin miedo” (Titinger y Avilés, 2012a).

      Aceptaron el reto y en el mes de julio de 2003 presentaron al público su resultado, en el número 7 de Etiqueta Negra.

      Al frente, detrás, a los lados de Avilés y de Titinger –moviéndose como una sombra protectora – estuvo el editor Julio Villanueva Chang, quien considera que “El imperio de la Inca” tiene tanto de historia sentimental como de finanzas, cifras y estadísticas en revistas, como de amores y odios en foros por Internet. Tiene tanto de publicidad como de botánica. Tanto de comida china como de arte pop. Tanto de historia del gusto como de guerra comercial. Tanto del libro2 de viajes de un inglés –Matthew Parris– que lo había titulado con ese nombre, como de una tesis de Harvard que estudia su éxito. Tiene tanta información “que ya no se sabe bien lo que no se sabe” porque el texto es una “suma vertiginosa” de breves y certeros fragmentos que se intercalan al estilo de un montaje documental. Y tiene tanto de Avilés como de Titinger, sus autores, como de ninguno de ellos: decidieron escribir el texto a dúo, y se sentaron durante dos semanas, juntos frente a una computadora, de nueve de la mañana a siete de la noche, a aprobar o rechazar cada frase, que acabaron creando un estilo que no era ni del uno ni del otro, un híbrido que al final es “como una máquina de significados” (Villanueva Chang, 2006b).

      Esta crónica –aprecia Villanueva Chang– tiene tanta arrogancia en la información que no puede ser un texto articulado, sino ensamblado y, en este caso, la escritura no avanza, sino que salta. Porque, como pasa con esta crónica, “hay historias que sólo merecen ser contadas desde la promiscuidad, y Titinger y Avilés saben bien que si el texto lo escribía uno solo, que si hacían el intento de separarse, habría sido no un fracaso amarillo y gaseoso sino negro y arrogante soberano” (Villanueva Chang, 2006b).

      Se trata de un autor híbrido que expresa lo mejor de los dos y disimula lo peor de los dos, para entonces un par de jóvenes desconocidos como cronistas; es como si ambos, ahora que cada uno con el paso del tiempo ha adquirido una voz propia, hubieran sido superados por un autor fantasma en este experimento periodístico que dato tras dato, testimonio tras testimonio, a favor y en contra de la amarilla andina o de la negra norteamericana, llega a un final propio de una revelación antropológica:

      […] Hemos hecho de Inca Kola una bandera gastronómica en un país donde la identidad entra por


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