Narradores del caos. Carlos Mario Correa Soto

Narradores del caos - Carlos Mario Correa Soto


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      Se re-coloca hoy frente al logos pretendido de la modernidad como discurso comprensivo, al oponerle a este, otra racionalidad, en tanto ella puede hacerse cargo de la inestabilidad de las disciplinas, de los géneros, de las fronteras que delimitan el discurso. La crónica, en su estar “allí”, es capaz de recuperar el habla de los muchos diversos, de jugar con las ganas de experiencia, con la necesidad de un mundo trascendente que esté por encima de lo experimentado y que sea, paradójicamente, experimentable a través del relato. La crónica no debilita “lo real”, lo fortalece, ya que su “apertura” posibilita la yuxtaposición de versiones y de anécdotas que acercan a territorio propio, es decir, (re) localizan el relato (2007: 45).

      Hay realidades –concluye Reguillo– que no se dejan contar más que a través de ese “lenguaje cotidiano en el que se ha convertido la crónica”; la cual tiene la capacidad de implicarse en lo que narra y en lo que explica a la vez que pone en crisis los discursos monolíticos, lineales y dominantes del periodismo, de la literatura e inclusive de las ciencias sociales; esta “se levanta para ofrecer el testimonio del desasosiego latinoamericano” (2007: 47).

      Nosotros queremos aquí insistir en nuestra forma de ver y de analizar los asuntos de este “debate crónico” y, en síntesis, nos vamos por una idea: la crónica contemporánea, con marcada vocación latinoamericana, es una narrativa nutrida y fecundada –preñada– de reportaje; esto es, de noticias, datos, estadísticas, entrevistas, conversaciones, viajes, lugares, testimonios, registros de documentos, interpretaciones, sensaciones, vivencias y formas de escritura creativa que hurgan, entre la tierra, el agua y el cielo, en busca del preciado metal de las historias humanas en el filón inagotable de la alucinante realidad.

      A Martín Caparrós le gusta definir la crónica como “un texto periodístico que se ocupa de lo que no es noticia”; y, entonces, una crónica sería, en última instancia “un reportaje bien contado en primera persona” (2015: 52 y 138).

      Él, como los otros y como nosotros, lo que hace, con lo que dice, es echarle más combustible al fuego del debate crónico…

      La apuesta de las revistas, blogs y editoriales en Hispanoamérica por la crónica, criatura sorprendente –“el ornitorrinco de la prosa”–, antes que centrarse en el engorroso problema de definiciones y codificaciones de clase, va directa a sustentar su aprovechamiento por parte de los reporteros y narradores, al considerar las ciudades –e incluso los poblados y los entornos campesinos– como un laboratorio para dar distintas miradas sobre personas, acontecimientos, testimonios, vivencias y anécdotas.

      En los países latinoamericanos –y muy especialmente en Argentina, Chile, Perú, Colombia, Venezuela, El Salvador y México– la crónica es ahora un caballito de batalla en muchas redacciones de periódicos, suplementos literarios y revistas; y parece ser la carta de triunfo que, con su capacidad para iluminar los acontecimientos, podría restituirle el alma a muchos medios impresos y digitales.

      Aunque en esta parte del mundo siempre hubo cronistas y crónicas, también es cierto que hubo unos años, en la segunda mitad del siglo XX, en los que ambos se notaron por su ausencia, y apenas si se les pudo ver exiliados en algunos libros. Entre ellos, los de autores obstinados y con un trabajo sostenido dentro del género como Julio Scherer García, Carlos Monsiváis, Jorge Ibargüengoitia, José Joaquín Blanco, José Emilio Pacheco, Vicente Leñero, Roger Bartra, Guillermo Sheridan, Juan Villoro, Elena Poniatowska, Alma Guillermoprieto, Carmen Lira y Josefina Estrada, en México;17 Sergio Ramírez, en Nicaragua; Pedro Lemebel, Patricio Fernández y Mónica González, en Chile; José Carlos Mariátegui, Ángela Ramos y Mario Vargas Llosa, en Perú; Enrique Raab, Roberto Arlt, Rodolfo Walsh, Tomás Eloy Martínez, Martín Caparrós, Jorge Fernández Díaz, Roberto Herrscher y María Moreno, en Argentina; Jon Lee Anderson, en Estados Unidos (pero quien tiene gran parte de su laboratorio cronístico y sus afectos en Latinoamérica); Rubem Braga, Clarice Lispector, Dorrit Harazim y Fernando Gomes de Morais, en Brasil; Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Felipe González Toledo, Germán Pinzón, Gonzalo Arango, Manuel Mejía Vallejo, Eduardo Escobar, Pedro Claver Téllez, Germán Castro Caycedo,18 Alfredo Molano,19 Juan Gossaín, Arturo Alape, Germán Santamaría, Henry Holguín, José Cervantes Angulo, Héctor Rincón, José Guillermo Ángel, Ricardo Aricapa, Pedro Nel Valencia, Reinaldo Spitaletta, Gustavo Colorado, Gonzalo Medina, Daniel Samper Pizano, Umberto Valverde, Jorge García Usta, Gonzalo Guillén, Alonso Salazar, Juan José Hoyos, Ernesto McCauslad –quien además ensayó con la crónica en formatos de radio, televisión y cine–, Silvia Galvis, Olga Behar, Patricia Lara, María Teresa Ronderos, Margaritainés Restrepo Santa María, Alegre Levy, María Jimena Duzán, Ana María Cano y Mary Daza Orozco, en Colombia.20

      Ahora hay cosecha de cronistas y de crónicas en Latinoamérica. Los vemos y las vemos por ahí; las leemos y las degustamos, y aquí hacemos eco de quienes también se han dado cuenta del asunto.

      Veamos, por ejemplo: El 12 de julio de 2008 la edición 868 de Babelia –suplemento cultural del diario El País, de España– dedicó su artículo central a los “Nuevos cronistas de América”, con un subtítulo en el que se indica que “el periodismo conquista la literatura Latinoamericana”. El reportaje se llama “La invención de la realidad” y está firmado por Carolina Ethel. Contiene una entradilla en la que se señala que para Gabriel García Márquez “una crónica es un cuento que es verdad”, y destaca que una nueva generación de cronistas de América Latina se ha lanzado a explorar el continente en busca de historias y “ha arrancado a la vida cotidiana una revolución literaria”.

      Para Ethel, América Latina ha dejado de ser un continente inventado por la literatura para transformarse en un continente redescubierto por los autores del periodismo narrativo, quienes se han situado en la vanguardia literaria con su avidez por contar historias, las mismas que han pasado y que están pasando frente a sus sentidos de rastreadores impacientes.

      En octubre de 2012, el ya mencionado Sergio Ramírez se refirió al Segundo Encuentro de Nuevos Cronistas de Indias, celebrado ese mismo mes en Ciudad de México, y destacó que la crónica encamina al periodismo en los albores de este incierto siglo XIX, y al examinar la nómina de los convocados, más de setenta de España y América, islas y tierra firme, se da cuenta de que es, sobre todo, un oficio de jóvenes, y entre los jóvenes, no pocas mujeres; dedicados a “un viejo oficio, al que la crisis del periodismo abre nuevos espacios. En crisis no porque vaya a desaparecer, sino porque está cambiando, y lo viejo no acaba de morir, ni lo nuevo acaba de nacer” (2012).

      En Bogotá, en julio de 2009, el exdirector de la revista el malpensante, Mario Jursich Durán, expresó en público la hipótesis21 según la cual si se hablara de un nuevo boom de la literatura latinoamericana no sería en el campo de la ficción, sino de la crónica, y para probarlo bastaría con examinar los libros publicados en lo que va corrido el siglo XXI con piezas antológicas del género.

      Mientras Jursich se atrevió a hablar de boom otros lo hacen de auge, de movimiento o de moda, otros no quieren ni oír hablar de ninguno de estos, entre ellos Alberto Salcedo Ramos quien dice que le gustaría que se hablara menos del asunto; y hay otros, como Juan Pablo Meneses, que se mofan del asunto y anota que ahora muchos quieren escribir crónicas para “levantarse a una chica en el bar, para que lo publiquen en otros países, para sentirse superior dentro del grupo de sus compañeros periodistas, y todas esas cosas son las que importan menos” (Ruiz, 2007).

      Entre los más suspicaces está el maestro Caparrós quien en una perorata de octubre de 2008 que tituló “Contra los cronistas”, señala que estos ahora “Son plaga módica, langostal de maceta, marabunda bonsái. Vaya a saber cómo fue, qué nos pasó, pero ahora parece que el mundo está lleno de unos señores y señoras que se llaman cronistas. Debe ser que les conviene o que queda bonito”. Y considera que cuando las páginas más distinguidas de la cultura hispana “sancionan con tanto bombo una tendencia, la desconfianza es una obligación moral” (2012a: 613-614).

      Pero


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